La construcción de mega plantas solares en España ha desatado un conflicto que va más allá de la simple gestión de recursos energéticos. Lo que está en juego es la capacidad de unos pocos para imponer sus reglas, mientras que el resto de la sociedad sufre las consecuencias. La reciente batalla de la Casa de Alba para evitar la expropiación de sus tierras en El Carpio, Córdoba, es un ejemplo flagrante de cómo los intereses de las élites prevalecen sobre el bien común.
Cayetano Martínez de Irujo, hijo de la difunta duquesa de Alba, se encontró hace un año con la noticia de que una empresa privada, Generadora Eléctrica IV SL, pretendía expropiar parte de las tierras que había heredado. Con la ley en la mano, la empresa había logrado que se declarase de interés público la construcción de una mega planta fotovoltaica en esas tierras. Sin embargo, el aristócrata, protegido por su estatus y conexiones, se negó a aceptar esta realidad. El resultado fue previsible: la empresa desistió de expropiar las tierras de Martínez de Irujo, trasladando el proyecto a un lugar menos conflictivo, donde los afectados no tienen ni la influencia ni los recursos para oponerse.
La nueva ubicación elegida, a un kilómetro del pueblo de Maruanas, que depende de El Carpio, es un claro ejemplo de cómo el poder económico y político se alinea para evitar enfrentarse a los más poderosos. Este pequeño pueblo, como tantos otros en España, está destinado a pagar el precio de la complacencia del gobierno andaluz y la intransigencia de las élites. La planta proyectada tendrá una capacidad de 43,15 megavatios y se instalarán más de 73.000 módulos solares, lo que provocará un impacto significativo en el entorno. El traslado del proyecto a las puertas de Maruanas es una decisión que revela una clara indiferencia hacia las comunidades menos favorecidas y pone de manifiesto la desigualdad en la toma de decisiones en nuestro país.
Interés público: ¿A quién beneficia realmente?
La justificación oficial para la construcción de estas mega plantas solares es el interés público. Sin embargo, esta afirmación merece ser cuestionada. ¿En qué punto la acumulación de riqueza y poder de unos pocos se convierte en un interés público? Los promotores de estos proyectos argumentan que estas instalaciones son necesarias para la transición energética de España, pero omiten convenientemente los impactos negativos que tendrán en las comunidades locales y en el medio ambiente.
En las inmediaciones de Morente, un municipio cercano, se ha aprobado la construcción de hasta seis plantas fotovoltaicas, que en conjunto alcanzarán los 288 megavatios y ocuparán 570 hectáreas de terreno fértil. La Junta de Andalucía, responsable de la autorización de proyectos menores de 50 megavatios, ha sido acusada por los vecinos de aplicar criterios laxos y de analizar cada proyecto de manera aislada, en lugar de considerar el impacto acumulativo de todas las plantas en la región. Este enfoque fragmentado y permisivo no solo facilita la proliferación descontrolada de plantas solares, sino que además ignora las voces de las y los residentes locales que se oponen a la industrialización de sus tierras.
Las expropiaciones, en teoría temporales, están diseñadas para durar alrededor de 40 años, un período tras el cual las tierras deberían retornar a manos de sus propietarios originales. No obstante, el daño ya estará hecho: lo que una vez fue un valle fértil y productivo se habrá transformado en un paisaje industrial, con pocas posibilidades de volver a ser un terreno agrícola. Las indemnizaciones ofrecidas a los agricultores afectados apenas compensan la pérdida de su forma de vida y el deterioro de su entorno natural.
La protección de la élite y el sacrificio de las comunidades
La situación en el Valle del Guadalquivir es un microcosmos de las dinámicas de poder que rigen en España. Mientras que las grandes fortunas, como la de la Casa de Alba, logran esquivar las normativas y proteger sus propiedades, las comunidades rurales se ven obligadas a cargar con el peso de decisiones que no han tomado y que no les benefician.
El Valle del Guadalquivir ha sido históricamente una región de gran riqueza agrícola. Sus tierras fértiles, alimentadas por el río Guadalquivir, han sido durante siglos una fuente de prosperidad para sus habitantes. Sin embargo, esta riqueza también ha atraído a quienes buscan explotarla en su propio beneficio. Hoy, esa explotación toma la forma de mega plantas solares, que si bien son necesarias para la transición energética, deben ser implantadas de manera equitativa y justa, sin sacrificar el bienestar de las comunidades locales en aras del beneficio de unos pocos.
La complacencia del gobierno andaluz y su disposición a ceder ante las presiones de las élites no solo socavan la confianza en las instituciones, sino que también perpetúan un sistema de desigualdad y privilegio. La historia de la Casa de Alba y su capacidad para evitar la expropiación de sus tierras es solo un ejemplo más de cómo los ricos y poderosos en España operan bajo reglas diferentes, mientras que el resto de la población es relegado a un segundo plano.
El futuro de regiones como el Valle del Guadalquivir depende de la capacidad de la sociedad para cuestionar estas injusticias y exigir una transición energética que sea realmente inclusiva y equitativa. No se puede permitir que el desarrollo sostenible se convierta en una excusa para perpetuar las desigualdades sociales y económicas que han marcado la historia de nuestro país.
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