Tenemos las herramientas, el conocimiento, la tecnología y las soluciones para un buen puñado de problemas críticos. Hoy. Ya. Sin futuros deseables.
Lo que no tenemos es el Zeitgeist. El clima cultural de nuestra época no está a la altura de ese desarrollo tecnológico. Es la propia sociedad la que tiene miedo a reconocer los fallos del sistema; la que se resiste aún a abandonar estrategias y métodos que tuvieron éxito en el pasado. Porque lo tuvieron, y mucho.
El sistema monetario nos sirvió para generar desarrollo y avances gigantescos. Nos ayudó a colaborar los unos con los otros de manera espectacular. A la vez, su evolución es causa directa de las mayores amenazas para nuestra supervivencia: desigualdad, pobreza, esclavitud moderna, calentamiento global, crecimiento exponencial de la deuda, pérdida de biodiversidad, contaminación de los acuíferos, desertización, basura, residuos tóxicos y los efectos nefastos de las pandemias. Amenazas de difícil abordaje si se prioriza el lucro frente a la vida. Una de las causas más estudiadas del colapso de sociedades es la resistencia a abandonar lo que ayer funcionaba, reconociendo que hoy ya no funciona.
No necesitamos tanto encontrar soluciones como tomar la decisión y tomarnos el trabajo de abandonar esquemas obsoletos. La propuesta de implantación de una renta básica universal e incondicional es ejemplo más palmario de que esta afirmación es cierta. La propuesta es tan loca que rompe con el concepto de que el empleo sea la única manera de ganarse la vida.
Ganarse la vida consiste en ingresar dinero suficiente para sobrevivir dignamente, directamente y con mínima burocracia en todos los bolsillos. En TODOS, sin condición alguna de sexo, edad, creencias o afiliación política. Sin excepciones. Las personas excluidas, las que están a las puertas de la exclusión, personal de hostelería, de sanidad, artistas, creativos, deportistas, personas con enfermedades mentales, hombres y sobre todo mujeres que realizan el fundamental trabajo de cuidados, el pequeño empresario… y también, y esto es fundamental entenderlo, el gran giro copernicano: las minorías más privilegiadas. Vamos, lo que se llama hoy una “paguita” y ayer un “sueldo Nescafé para toda la vida” y para siempre. Regalar dinero a la gente. Esta locura se ha probado ya varias veces y ha arrojado resultados escandalosamente positivos el 100% de las ocasiones cuando la medida no sustituye al estado de bienestar y en su implantación se prioriza la reducción de la desigualdad.
Bueno, pues ni por esas.
Quiero resaltar que no se trata solo de que los que ejercen el poder no quieran soltarlo, sino de que los que no lo ostentan palidecen ante la responsabilidad que conlleva tal empoderamiento. Ese pavor a compartir poder y responsabilidad se traduce en organizaciones hiperlideradas, verticales, poco eficaces o muy poco radicales (en el sentido de “ir a la raíz” de los problemas).
Cuando un servidor, influido por la corriente decrecentista, intentaba convencer a sus prójimos (¡sí, soy de esos, perdóneme señora!) de que o reducíamos la velocidad o nos estrellábamos; o más adelante al descubrir el concepto de Economía Basada en Recursos, hablaba de la posibilidad de abandonar toda relación de servidumbre por un uso eficiente de los recursos que cubriese todas las necesidades del planeta, entendía perfectamente el rechazo del personal. El primer caso requería consumir menos proteína animal, cambiar el modelo productivo, usar menos energía -y suprimir la fósil y la nuclear-, reducir la huella eco, fomentar la economía circular, diseñar los procesos con cero desperdicios, restaurar el equilibrio dinámico consumiendo a un ritmo más lento del de la regeneración de los recursos… En el segundo caso, se apostaba ¡por la abolición de la propiedad privada personal y colectiva! ¡Sustituirla por la propiedad de uso y acceso! Sin lucro. Sin dinero. Cambios tan profundos son difíciles de digerir incluso para los propios activistas de esos mismos trenes de pensamiento.
En un momento en que ni “progres” ni “regres” tienen mucha fe en el cambio desde dentro -partidos, instituciones, organizaciones privadas o públicas-, la ciudadanía tampoco aprovecha los resquicios que permite el hackeo “bullanguero” del sistema. A principios de la segunda década de este siglo muchos lugares del mundo pusieron en marcha proyectos de democracia abierta con portales colaborativos, presupuestos participativos, procesos asamblearios y movimientos civiles, y la vía de legislación popular se implantó en toda Europa. Hace nada celebrábamos en redes una operación de troleo a Wall Street lanzada desde un foro de Internet, pero no estamos firmando en masa una iniciativa ciudadana europea que obligaría al Parlamento europeo a tramitar la propuesta y estudiar la implantación de rentas básicas universales e incondicionales en cada país de la Unión. Esto sí que es un buen hackeo. De esos que, mirando por el retrovisor, mola tanto decir: “yo estuve allí”.
El requisito para arrancar el baile es conseguir un millón de firmas en toda la Unión. Y no vamos sobrados. Acabamos de superar el diez por ciento. En un mundo en el que el objetivo se alcanzaría en cinco minutos si un Cristiano Ronaldo cualquiera pidiera apoyo para la iniciativa, los no-influencers “solo” tenemos hasta fin de año para lograrlo. ¿Quieres recibir un sueldo para siempre? Firma. Te ha costado más llegar hasta el final de este ladrillo.
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