El presidente argentino enfrenta una tormenta perfecta: escándalos de corrupción, desplome en la confianza ciudadana, derrotas parlamentarias y una imagen pública que se desmorona entre piedras y sospechas.
CORRUPCIÓN EN EL CORAZÓN DEL GOBIERNO
La escena fue brutal: un presidente que prometía barrer a “la casta” evacuado bajo piedras y huevos, protegido por un escudo táctico como cualquier político acorralado. El supuesto libertador terminó acorralado por su propio pueblo. Javier Milei, que se vendía como outsider incorruptible, está hoy hundido en la misma ciénaga que juró detestar.
Los números son demoledores. El índice de confianza en su gestión cayó un 13,6 % en apenas un mes, según la Universidad Torcuato di Tella. El golpe no fue menor: se trata del mayor desplome de un mandatario argentino en tan poco tiempo desde la crisis de 2001. Y lo peor es que la encuesta se cerró antes del estallido de la bomba que hoy sacude al país: los audios que vinculan directamente a Karina Milei, la omnipresente hermana y secretaria presidencial, con una trama de sobornos en la Agencia Nacional de Discapacidad.

“Karina se lleva el 3 %”, se escucha en las grabaciones atribuidas a Diego Spagnuolo, exdirector de la Andis, íntimo del presidente y asiduo visitante a la residencia oficial. El escándalo golpea donde más duele: la sospecha de que el gobierno de Milei lucró con medicamentos destinados a personas con discapacidad. Nada de motosierra contra privilegios: una motosierra aplicada sobre las espaldas más frágiles de la sociedad.
El presidente niega, habla de “difamación” y promete llevar a tribunales a los acusadores. Pero el juez federal Sebastián Casanello ya ordenó 16 allanamientos y confiscó los teléfonos de los implicados, incluida la empresa farmacéutica Suizo Argentina. Las evidencias corren más rápido que sus excusas.

PIEDRAS, DERROTAS Y EL DESGASTE DE UN GOBIERNO AUTOINFLIGIDO
Mientras los audios se multiplican en redes, Milei intenta refugiarse en su relato de “embestida de la casta”. Pero los hechos lo desmienten. En el Congreso, donde decía que consolidaría su poder, acumula humillaciones. Desde abril de 2025, su gobierno perdió 16 de 17 votaciones legislativas, según el politólogo Andrés Malamud. El daño no vino de conspiraciones externas: fue todo autoinfligido.
La Cámara Baja anuló su veto a la ley de emergencia en discapacidad. El Senado rechazó sus decretos de ajuste. Hasta sus propias bases comienzan a resquebrajarse. El riesgo país volvió a dispararse hasta los 829 puntos básicos, un nivel que hace inviable el financiamiento externo y pone en jaque la deuda de 2026. La economía, que parecía estabilizada, comienza a tambalear otra vez.
En las calles, el clima social estalla. El 26 de agosto, Milei fue evacuado de un acto en Buenos Aires tras el ataque de un grupo de manifestantes. El presidente que se mostraba como león imparable se encogió detrás del cristal blindado de una camioneta. La imagen recorrió el mundo: el liberticida convertido en símbolo de debilidad.
Los sondeos confirman el naufragio. La consultora Trespuntozero lo relegó al tercer puesto en imagen política, superado por Axel Kicillof y Cristina Fernández de Kirchner. Otro estudio revela que el 62,5 % de la ciudadanía cree que los audios revelan corrupción real. La narrativa de la “operación política” solo convence a su núcleo duro.
La motosierra ya no corta presupuestos. Corta la legitimidad de un gobierno que se devora a sí mismo.
Milei llegó con el discurso del mesías que liberaría al pueblo de los burócratas. Hoy es un mandatario que depende de las cloacas judiciales y de la represión policial para sostenerse. Su caída no será por un enemigo externo. Será por la corrupción que lo atraviesa, por las derrotas que acumula y por la rabia de un pueblo que lo eligió para acabar con la miseria, no para multiplicarla.
El que vino a dinamitar la casta terminó siendo devorado por ella. Y no hay motosierra capaz de ocultar esa verdad.
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