El país intenta justificar el exterminio por inanición como estrategia legítima
“No hay problema en bombardear las reservas de comida de Hamás. Necesitan pasar hambre. Si hay civiles que temen por sus vidas, deberían acogerse al plan de emigración”. La frase no es un desliz. No es una ocurrencia suelta lanzada al calor de un directo. Es la política oficial expresada sin filtros. La pronunció Amichai Eliyahu, ministro de Patrimonio del gobierno israelí, el pasado 6 de mayo en una entrevista en el canal israelí Channel 7.
No es la primera vez que este ministro de la formación extremista Otzma Yehudit lanza declaraciones de este tipo. En noviembre de 2023 llegó a decir que lanzar una bomba nuclear sobre Gaza era “una opción”. Lo aberrante no es solo lo que dice, sino que sigue en su cargo. Lo grave no es solo lo que propone, sino que forma parte de una arquitectura de Estado orientada a la eliminación de un pueblo entero.
En sus propias palabras, Eliyahu defiende explícitamente atacar almacenes de alimentos y combustible con el objetivo de provocar sufrimiento masivo entre la población civil. Y lo justifica apelando a una lógica de castigo colectivo, prohibida por el derecho internacional. La ayuda humanitaria, dice, no tiene “nada que ver con la ética judía”. Alimentar a quien resiste, para este ministro, es una falta moral.
Estas declaraciones se producen en un contexto en el que, según datos del Ministerio de Sanidad de Gaza, ya han sido asesinadas más de 52.500 personas desde octubre de 2023, la mayoría mujeres y menores. La cifra crece cada día, mientras las bombas siguen cayendo y el bloqueo asfixia a 2,3 millones de personas, la mayoría desplazadas varias veces de sus hogares.
Mientras tanto, las organizaciones de derechos humanos denuncian una situación insostenible: desnutrición masiva, enfermedades, colapso del sistema sanitario y una ocupación militar que impide cualquier tipo de reconstrucción. Médicos Sin Fronteras, Amnistía Internacional y la ONU han alertado de que el uso sistemático del hambre como arma de guerra está generando una hambruna sin precedentes en la historia reciente.
Esto no es un exceso retórico. Es un crimen internacional documentado.
UNA ESTRATEGIA COMPARTIDA: EMIGRACIÓN FORZADA, DESPOJO Y EXTERMINIO
La doctrina de Eliyahu no está aislada. Forma parte de un consenso dentro del gobierno de extrema derecha de Netanyahu, en el que figuras como Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional, insisten en bloquear toda ayuda humanitaria salvo la que sirva para facilitar la «migración voluntaria» de la población palestina fuera de Gaza. Una limpieza étnica encubierta bajo la narrativa del éxodo necesario.
“Hay que hacerles la vida imposible para que se vayan”, ha dicho Ben-Gvir en múltiples ocasiones. En una reciente declaración recogida por el Middle East Monitor, insistía en que “la única ayuda que debe permitirse es la que promueva la salida de la población”. Ese es el plan: reemplazo demográfico a través del hambre.
Fuera de Israel, esta narrativa ha encontrado también eco. El expresidente estadounidense Donald Trump propuso abiertamente en febrero de 2025 «tomar el control de Gaza» y convertirla en una especie de parque temático turístico, tras deportar a su población. Lo recogió el diario The Guardian, que alertó del silencio cómplice de muchos gobiernos occidentales ante este plan de ingeniería étnica.
La reacción internacional ha sido tibia. A pesar de que la Corte Internacional de Justicia ya ha determinado que existen indicios plausibles de genocidio por parte de Israel (ICJ), y que la Corte Penal Internacional emitió órdenes de arresto contra Netanyahu y Gallant por crímenes de guerra (NPR), los hechos se acumulan sin consecuencias prácticas. La impunidad es total.
Mientras tanto, 9.500 palestinas y palestinos permanecen encarcelados en prisiones israelíes, muchos sin cargos ni juicio, y bajo condiciones denunciadas por organizaciones de derechos humanos: torturas, negligencia médica, hambre. Las y los cautivos de Hamás en Gaza son 59, según fuentes israelíes. La simetría es un espejismo.
La estructura colonial se perpetúa no solo con armas, sino con estrategias más lentas y perversas: cortar el agua, bloquear la entrada de harina, demoler panaderías, silenciar periodistas, destruir hospitales. Es el asedio como política de Estado. El castigo colectivo como doctrina. Y el exterminio lento como horizonte.
No es una guerra. Es una masacre planificada. Y se está retransmitiendo en directo.
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