Cuando la música se convierte en dignidad política
El anuncio de la radiotelevisión pública irlandesa RTÉ ha sido inequívoco: Irlanda no participará en Eurovisión 2026 si Israel sigue concursando. La decisión, hecha pública el 11 de septiembre, marca un precedente político y cultural en el escenario europeo. No se trata solo de un festival de música. Se trata de poner límites a la normalización del genocidio en Gaza.
EUROVISIÓN NO PUEDE SER CÓMPLICE
RTÉ explicó que sería “inaceptable” acudir al certamen “dado el continuo y espantoso número de víctimas en Gaza”, y añadió su “profunda preocupación” por los asesinatos de periodistas, la falta de acceso de la prensa internacional y la situación de las personas secuestradas. Irlanda pone negro sobre blanco lo que la UER pretende ocultar bajo focos y fuegos artificiales: no se puede disfrazar de espectáculo una guerra televisada.
El precedente es importante porque Irlanda ha ganado Eurovisión siete veces, más que ningún otro país, y su peso histórico dentro del festival es indiscutible. Que una televisión pública con tal relevancia amenace con el boicot pone a la Unión Europea de Radiodifusión contra las cuerdas. El silencio o la tibieza ya no son opciones.
EL EFECTO DOMINÓ
La presión no surge de la nada. En primavera, más de 70 exconcursantes de Eurovisión firmaron una carta abierta reclamando la expulsión de Israel y su televisión pública KAN. Incluso el ganador de la última edición, el cantante JJ, pidió públicamente la exclusión de Israel en 2026. El descontento no es marginal: se expande por los escenarios, las redes y las calles.
Israel participó en 2025 con Yuval Raphael, que acabó en segundo lugar, un resultado que provocó fuertes protestas por considerarse un blanqueo del genocidio. Mientras tanto, el conteo de muertes en Gaza superaba los 40.000 civiles, con informes de Naciones Unidas que documentan ataques deliberados contra hospitales y escuelas. En ese contexto, darle a Israel un escaparate musical europeo equivale a otorgarle legitimidad cultural.
La UER insiste en que es una organización de radiodifusoras y no de gobiernos. Un argumento débil que ya fue desmontado en 2022, cuando se expulsó a Rusia tras la invasión de Ucrania. Entonces sí se supo aplicar un criterio político claro. Hoy, con Gaza convertida en un cementerio colectivo, el doble rasero es insostenible.
Irlanda no está sola. El boicot cultural forma parte del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), respaldado por sindicatos, colectivos de artistas y organizaciones de derechos humanos en todo el mundo. La pregunta no es si otros países seguirán a Irlanda, sino cuándo.
Eurovisión celebrará en mayo de 2026 su 70ª edición en Viena. Pero la fiesta puede convertirse en una grieta política si más delegaciones plantan cara. Si Irlanda abre la puerta al boicot, otros pueblos la cruzarán.
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