No hay poesía posible cuando el pan se convierte en un milagro
Las madres de Gaza han aprendido a pedir perdón. No por haber hecho nada malo, sino por no poder dar de comer a sus hijas e hijos. Piden perdón por el estómago vacío, por el agua contaminada, por los días sin refugio y las noches sin luz. Piden perdón porque el mundo ha decidido no mirar, porque en el Consejo de Seguridad de la ONU se llora, sí, pero no se actúa.
“Las llamas y el hambre están devorando a los niños palestinos”, dijo Riyad Mansour, representante de Palestina ante la ONU, entre lágrimas. “Sus madres les piden disculpas. Es insoportable.”
🔴 Riyad Mansour, representante permanente de Palestina ante la ONU, rompe a llorar durante su discurso en el Consejo de Seguridad: "Es insoportable. ¿Cómo puede alguien tolerar este horror?"#Canal24Horas
— RTVE Noticias (@rtvenoticias) May 28, 2025
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Insoportable. No es una palabra diplomática. Es una palabra rota. Una grieta por donde se cuela el grito que no cabe en las estadísticas. Porque mientras el mundo discute resoluciones que no se cumplen, más de 14.000 niñas y niños han muerto de forma violenta desde octubre. Miles más han muerto de hambre o han sido mutilados por bombas que no distinguen entre combatientes y bebés.
EL HAMBRE COMO ARMA, LA AYUDA COMO PANTOMIMA
El 28 de mayo, un convoy de ayuda humanitaria llegó a Gaza. No en libertad. No en paz. Llegó vigilado por el ejército israelí y gestionado por una empresa estadounidense. Las personas que corrían desesperadas hacia la comida no encontraron socorro, sino disparos. Según la ONU, al menos tres personas murieron por fuego israelí. Según el Ministerio de Sanidad gazatí, fueron más. ¿Importa la cifra cuando el crimen es estructural?
El hambre no es un daño colateral. Es una herramienta. Un castigo. Una forma de limpieza étnica silenciosa.
No hay escasez mundial de alimentos. Hay bloqueo. Hay estrategia. Hay un cerco que impide la entrada de harina, leche en polvo, medicinas básicas. Un cerco que empuja a la infancia palestina a la inanición mientras las y los dirigentes occidentales hablan de “derecho a defenderse” y miran hacia otro lado cuando ese derecho se ejerce contra hospitales, escuelas y panaderías.
Un informe de la ONU del 21 de mayo lo advirtió: “La situación en Gaza es catastrófica. La hambruna ya se ha instalado en el norte y se extiende hacia el sur. El 96% de las familias no puede acceder a tres comidas al día. El 81% de las personas adultas se saltan comidas para que los niños coman. Y ni así lo logran.”
Pero lo que el hambre no arranca, lo hace la metralla. En los primeros cinco meses de 2025, el Ejército israelí ha bombardeado más de 150 refugios, incluidos centros de la ONU y hospitales infantiles. Las imágenes de cuerpos bajo los escombros ya no escandalizan. Se reproducen en bucle, anestesiadas por la repetición. Como si la reiteración volviera lo inhumano, costumbre.
UN MUNDO QUE LLORA PERO NO DETIENE LA SANGRÍA
Riyad Mansour lloró. No es el primero. Pero su llanto fue elocuente. Un llanto que lleva nombres: Nour, de 6 meses, muerta de deshidratación. Walid, de 3 años, enterrado con sus hermanos bajo los restos de su casa. Huda, de 9, herida en una pierna, sin acceso a analgésicos desde enero.
¿Cuántos niños deben morir de hambre para que una madre deje de pedir perdón por haberles traído al mundo?
Lo terrible no es solo lo que ocurre. Lo verdaderamente monstruoso es que se sabe. Se documenta. Se informa. Se archiva. Y aún así, continúa.
Las grandes democracias del mundo han sido cómplices activas o por omisión. Estados Unidos sigue enviando armas y bloqueando resoluciones en la ONU. La Unión Europea debate si suspender el acuerdo de asociación con Israel, pero sigue comprándole tecnología militar. España mantiene la ambigüedad mientras vende piezas de artillería a empresas vinculadas al asedio.
La comunidad internacional no es un tribunal. Es un club. Un salón de espera donde la legalidad se subordina a los intereses y las vidas a las cumbres.
Y mientras, las madres en Gaza siguen pidiendo perdón.
No a sus gobiernos. No a sus líderes. No al mundo.
Piden perdón a sus hijos. Porque nadie más lo hará.
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