En un acto que destila la esencia de la injusticia, las fuerzas armadas israelíes han vuelto a poner sus garras sobre Ahed Tamimi, la activista palestina cuyo único delito parece ser la defensa tenaz de su tierra y su gente. En un amanecer marcado por la violencia, su hogar en Ramallah fue invadido, y ella, arrancada de su cama por quienes se erigen como jueces y verdugos en una tierra marcada por el conflicto.
“Jerusalén es nuestra por derecho y no vamos a abandonarla tan fácilmente”, proclamó Tamimi en una entrevista, palabras que resuenan como un desafío ante la opresión. No contentos con el secuestro, las fuerzas de ocupación no dejaron piedra sobre piedra en la casa de la familia Tamimi, en una demostración palpable de la política de tierra quemada que Israel parece emplear contra todo aquello que huela a resistencia palestina. “La historia es la que indica de quién es Jerusalén, porque nosotros somos los habitantes originarios y Jerusalén era, es y será la capital de Palestina para siempre”, afirmó Tamimi, en un recordatorio de que la historia no se puede borrar con tanques ni se puede silenciar con cárceles.
UNA JUVENTUD BAJO SITIO
Ahed Tamimi, quien cumplió 17 años entre rejas, representa la juventud palestina que crece bajo el yugo de una ocupación que no distingue entre niños y adultos a la hora de ejercer su brutalidad. Su encarcelamiento en 2017 por ocho meses fue un claro mensaje de intimidación, un intento de aplastar la resistencia desde sus raíces. Pero lejos de extinguirse, el fuego de la protesta parece avivarse con cada injusticia.
“No estamos contra los judíos, estamos en contra del sionismo. Es diferente ser judío y ser sionista”, distingue Tamimi, en un esfuerzo por desenmascarar la narrativa que a menudo se utiliza para justificar la represión. Una distinción que muchos parecen ignorar deliberadamente, confundiendo la crítica legítima de una ideología política con un ataque a una religión o a un pueblo.
La historia de Ahed Tamimi es un microcosmos de la lucha palestina, una narrativa que se repite con alarmante frecuencia y que exige una mirada crítica y una respuesta contundente de la comunidad internacional. Es hora de que las voces que claman por la justicia y la paz se unan en un coro que no pueda ser ignorado, que las acciones de los opresores sean expuestas y que la resistencia pacífica sea reconocida como el derecho que es.
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