Cuando se trata de petróleo, la UE aplica moral selectiva
Subtítulo: El cierre del Estrecho de Ormuz por parte de Irán desata una respuesta occidental desproporcionada y profundamente hipócrita. Si el gas lo corta Rusia, es chantaje; si lo cierra Irán, es un “acto de guerra”.
CUANDO LA GEOPOLÍTICA SE MIDE EN BARRILES
La escena se repite con precisión enfermiza. Un estrecho bloqueado, precios del crudo al alza, declaraciones grandilocuentes sobre seguridad global, y detrás de todo, una pregunta que casi nadie se atreve a hacer: ¿desde cuándo cortar el suministro energético es una agresión, y no una herramienta soberana?
En 2022, cuando Rusia cerró el grifo del gas, Bruselas lo calificó de “arma de guerra”. Los diarios lo titularon como “chantaje energético” y las cancillerías activaron sus discursos sobre la libertad, la democracia y la resistencia. Pero ahora, en 2025, Irán responde al bombardeo de sus instalaciones nucleares por parte de Estados Unidos —un ataque no autorizado por la ONU y ejecutado sin justificación legal alguna— cerrando el Estrecho de Ormuz. Y la reacción europea no es contención diplomática, sino histeria institucional. “Provocación”, “acto hostil”, “peligro para la estabilidad global”. Las mismas palabras que jamás se usaron para describir los crímenes económicos de Occidente.
Según la Administración de Información Energética de EE. UU., por el Estrecho de Ormuz circulan más de 20 millones de barriles diarios de petróleo, casi el 20% del consumo global. Pero Europa apenas recibe el 3,4% de ese flujo. Estados Unidos, todavía menos: el 1,9%. Los grandes receptores son China, India, Corea del Sur y Japón. Y aun así, los titulares occidentales gritan como si el oxígeno del planeta pasara por allí.
No es dependencia lo que está en juego. Es hegemonía.
Porque cuando se trata de hidrocarburos, los valores de la Unión Europea son tan elásticos como los de una empresa extractivista. Se puede cerrar un gasoducto si se hace desde Oslo. Pero si lo hace Teherán, se encienden las alarmas nucleares. Lo que molesta no es el corte, sino quién corta.
LA INDEPENDENCIA ENERGÉTICA QUE NUNCA LLEGA
La dependencia energética europea ha sido la coartada perfecta para justificar lo injustificable: acuerdos con dictaduras, apoyo a guerras preventivas, silencio ante violaciones de derechos humanos. Europa ha comprado gas a Argelia mientras reprimía revueltas populares, ha blindado acuerdos con Azerbaiyán en plena ofensiva sobre Nagorno Karabaj, y ha tolerado las maniobras de Catar mientras financiaba milicias en Siria. Pero ahora se rasga las vestiduras porque Irán toma una decisión soberana tras ser atacado militarmente.
Según datos de Enagás, España importa la mayor parte de su gas de EE.UU. (34%), Argelia (20,6%) y Rusia (14,2%). Ormuz es, para Europa, una anécdota geográfica, no un cuello de botella real. Pero sirve como excusa política para amplificar la narrativa del “enemigo oriental”, ese concepto neocolonial que cambia de cara cada década pero conserva el mismo objetivo: distraer del verdadero problema energético europeo, que no es externo, sino estructural.
La crisis energética no es consecuencia de Ormuz ni de Putin. Es el resultado de una política cobarde que renunció durante décadas a una verdadera transición energética, y que ahora, en lugar de asumir su responsabilidad, prefiere señalar culpables.
Los mercados lo saben. El precio del Brent ha pasado de 60 a más de 75 dólares en apenas seis semanas. El BBVA ya ha recortado previsiones de crecimiento para España por el alza del barril. Lo económico se convierte en político cuando el coste lo pagan las trabajadoras y trabajadores, pero los beneficios siguen engordando las cuentas de Shell, Total y Repsol.
El petróleo vuelve a ser el arma de destrucción masiva más eficaz del siglo XXI. Pero esta vez, con toga europea.
UNA DEMOCRACIA QUE SOLO FUNCIONA CUANDO GANA
Cuando el Parlamento de Irán toma una decisión interna en respuesta a un ataque externo, Occidente habla de régimen teocrático y amenaza con represalias. Cuando Arabia Saudí descuartiza a un periodista, se firma un contrato de armas. Cuando Israel bombardea a población civil, se aplaude su “derecho a defenderse”. La diplomacia europea ha dejado de ser una herramienta de equilibrio para convertirse en un espejo de intereses económicos: quien tiene petróleo, tiene licencia para matar; quien lo transporta, debe pedir permiso para existir.
Así se construye la narrativa imperial del siglo XXI: doble rasero, geografía selectiva y memoria amputada. Porque lo que ocurre hoy en Ormuz es menos una crisis energética que una muestra obscena del fracaso europeo como proyecto político autónomo. Años después del corte de Nord Stream, de la inflación disparada, de las promesas de soberanía energética, seguimos comprando paz a precio de crudo.
Lo llaman seguridad. Pero es servidumbre geoestratégica.
Lo llaman democracia. Pero es dependencia con etiqueta azul.
Lo llaman libertad. Pero solo si la factura la pagan otros.
Y aún se atreven a darnos lecciones.
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