El PP juega a la política pequeña mientras España arde, se inunda y entierra a sus víctimas.
EL NEGACIONISMO DISFRAZADO DE PRUDENCIA
España es un laboratorio climático a cielo abierto. En 2024, una DANA arrasó València y se llevó 229 vidas. Ese mismo verano ardieron miles de hectáreas. En 2023 vivimos el verano más cálido jamás registrado. Octubre de 2025 volvió a marcar récords. No es un relato dramático. Son datos documentados por AEMET y por el Servicio de Cambio Climático de Copernicus, que confirma que los últimos diez años han sido los más cálidos desde que existen registros.
A pesar de eso, el Partido Popular permanece detenido en un punto muerto. Como si las señales no fueran urgentes. Como si las cifras no pasaran de ser ruido. Como si España no fuera uno de los países europeos más vulnerables al calentamiento global.
El PP rechaza el Pacto Verde Europeo, vota junto a la ultraderecha para rebajar exigencias climáticas y cuestiona los pilares de la Ley del Clima. Son hechos, no interpretaciones. Y el Gobierno, a través de la vicepresidenta Sara Aagesen, ya lo ha dicho: las señales que emite el PP lo acercan cada vez más a un partido negacionista.
La palabra es incómoda. Pero es precisa. Negar no es solo gritar que el clima no cambia. Negar también es retrasar. Rebajar. Reventar consensos. Desmontar pactos firmados. Defender intereses fósiles como si fueran parte del patrimonio nacional. Negar es neutralizar políticas que la ciencia considera indispensables.
Negar es fingir moderación mientras se vota como la extrema derecha.
En 2020, la UE aprobó la Ley del Clima con una meta clara: reducir un 90% las emisiones para 2040 respecto a 1990. Fue un pacto continental basado en estudios del IPCC y la Agencia Europea de Medio Ambiente. Durante años, incluso el PP dijo respaldarla. Hoy dinamita su desarrollo desde dentro del Parlamento Europeo.
Si esto no es negacionismo, es exactamente su frontera.
El PP ha pasado de hablar de transición ordenada a convertir cualquier medida ambiental en un “castigo al campo”, un “exceso ideológico”, un “fanatismo climático”. Es la misma retórica que ya usan Meloni, Le Pen, Abascal y la ultraderecha alemana. Una retórica que normaliza lo imposible: oponerse a la ciencia como si fuera una postura legítima en democracia.
Y lo hacen justo cuando la ONU avisa de que vamos rumbo a un calentamiento de 2,8 grados a final de siglo. Justo cuando los “eventos extremos” dejan de ser extremos para convertirse en paisaje cotidiano. Justo cuando cada año se convierte en el más cálido del siguiente.
LA POLÍTICA PEQUEÑA EN TIEMPOS DEL COLAPSO
Mientras tanto, la COP30 intenta mantener en pie un multilateralismo que Trump (y quienes le imitan) ya dinamitan abiertamente. Estados Unidos se ausenta de la cumbre. Y Europa responde con un bloque conservador que quiere aflojar, no acelerar. Justo lo contrario de lo que piden los informes científicos, que reclaman eliminar los combustibles fósiles de forma progresiva y urgente.
En este contexto, el PP decide priorizar su guerra cultural. Una y otra vez. Como si España no hubiera perdido casi 1.500 millones por eventos climáticos extremos en 2024 según el Consorcio de Seguros. Como si València no hubiera vivido una tragedia que debería perseguirles para siempre. Como si proteger a la ciudadanía no fuera su responsabilidad.
España está entrando en el siglo de los electroestados y el PP sigue defendiendo el modelo de los petroestados.
La vicepresidenta Aagesen lo resume de forma clara: el tacticismo político es incompatible con la lucha climática. No hay un solo estudio científico que permita retrasar la transición. No hay un solo experto que avale frenar las renovables. No hay un solo informe que dé la razón a quienes dicen que “no es para tanto”.
Mientras tanto, la derecha española insiste en que este es un debate ideológico. No leen los datos. Los desprecian. Los combaten. Prefieren alinearse con quienes convierten el clima en un pleito político para desgastar gobiernos. Aunque eso implique un coste civilizatorio.
Ese es el verdadero negacionismo de nuestro tiempo: el negacionismo por comodidad, por cálculo, por miedo a molestar a los lobbies fósiles que llevan décadas financiando a partidos conservadores en toda Europa. El negacionismo que no niega el termómetro, sino la urgencia de actuar.
Ahí encaja el PP a la perfección.
Y mientras discuten si cerrar o no una central nuclear, olvidan decir que fueron las empresas eléctricas las que pactaron el calendario. Que la continuidad de Almaraz depende de su voluntad y no de un debate ideológico. Que el verdadero problema no es la nuclear, sino el retraso en renovables que Madrid y Galicia sufren por decisiones que siempre “pueden esperar”.
Pero el clima no espera. Y la política española sí.
La historia será implacable con quienes creyeron que podían negociar con un planeta que ya dejó de negociar hace años.
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