Cuando multimillonarios sin responsabilidad política directa dictan el rumbo de una nación, la democracia y las y los ciudadanos quedan relegados al último plano.
Elon Musk, dueño de X (antes Twitter) y eterno provocador en redes sociales, parece haber descubierto a golpes que gobernar no se reduce a lanzar tuits incendiarios. Menos de 48 horas después de celebrar la posibilidad de un cierre gubernamental, Musk intentó reescribir su propio historial culpando a los demócratas del caos político que él mismo alentó.
En un tuit publicado el jueves por la noche, Musk criticó al líder demócrata Hakeem Jeffries, culpándolo de la fallida aprobación de un proyecto de ley “simple y justo”. “La responsabilidad del cierre recae completamente en los hombros de @RepJeffries”, escribió, ignorando convenientemente que 38 republicanos también votaron en contra del proyecto.
shot / chaser pic.twitter.com/XkTmWMHQQc
— Marlow Stern (@MarlowNYC) December 20, 2024
Pero la historia no termina ahí. El miércoles, Musk fue aún más explícito en su llamado a la paralización total del gobierno hasta que Donald Trump asuma el cargo, como si se tratara de un monarca esperando su corona. “No deberían aprobarse leyes en el Congreso hasta el 20 de enero, cuando @realDonaldTrump tome el poder”, sentenció Musk, sumando combustible a las divisiones internas del Partido Republicano.
Lejos de ser una reflexión política seria, sus comentarios se asemejan más a los arrebatos de alguien acostumbrado a que todo gire en torno a su voluntad. El resultado: una crisis fabricada que no solo amenaza con paralizar servicios públicos esenciales, sino también con mostrar el alcance destructivo de las voces más reaccionarias de la extrema derecha.
EL CAOS COMO JUGUETE PRIVILEGIADO
Musk no es el primero ni será el último multimillonario en intentar moldear la política a su imagen y semejanza, pero su capacidad para amplificar el caos mediante X lo convierte en un caso especialmente preocupante. Mientras incitaba a un ala republicana fragmentada, el magnate parecía disfrutar de su papel como agente disruptor, ajeno a las consecuencias reales que un cierre gubernamental tiene para millones de personas.
El daño no es abstracto. Un cierre afecta directamente a trabajadoras y trabajadores federales, corta fondos a programas de asistencia vital y deja en el aire pagos esenciales como los salarios de militares y personal médico. Musk, desde su pedestal, parece incapaz de entender estas realidades o, peor aún, le son indiferentes.
Para él, el gobierno no es más que una pieza en un tablero de ajedrez ideológico donde juega a favor de los sectores más extremistas del Partido Republicano. Cuando un usuario le sugirió que un cierre de 33 días no sería problemático, Musk respondió con un entusiasta “¡SÍ!”, como si estuviera celebrando un nuevo lanzamiento de Tesla y no la posible paralización de todo un país.
Al final, el “experimento Musk” revela una verdad más amplia: cuando multimillonarios sin responsabilidad política directa dictan el rumbo de una nación, la democracia y las y los ciudadanos quedan relegados al último plano.
Sin embargo, el magnate no contaba con que la política no es tan maleable como sus empresas. La falta de apoyo de su “plan” entre las y los propios republicanos, unido a las tensiones internas en el Congreso, ha terminado por exponerlo como un actor desinformado y caótico.
Mientras intenta desesperadamente culpar a los demócratas para salvar su imagen, las y los millones de estadounidenses que sufrirán las consecuencias de este espectáculo político tienen claro quién fue el primero en aplaudir la idea del cierre. Y no, Elon, no podrán olvidarlo en 48 horas.
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