La guerra, ese monstruo despiadado que devora vidas, paisajes y esperanzas, parece tener un lado brillante y brillantemente oscuro para algunos. Las recientes tensiones entre Hamás e Israel han destapado, una vez más, el rentable negocio que se esconde tras el humo y el fuego.
EL ARMAMENTO: UNA INDUSTRIA FLORECIENTE
La industria armamentística, durante décadas, ha sido un pilar de poder y economía para muchas naciones. En tiempos de conflicto, esta industria no solo florece, sino que también revela la complejidad y las conexiones de sus redes, que van más allá de simples transacciones comerciales.
Desde la Guerra Fría hasta conflictos más recientes, el armamento ha sido una herramienta de poder, una forma de ejercer influencia y, en muchos casos, una moneda de cambio en la política internacional. Las decisiones sobre a quién vender armas y qué tipo de armas vender a menudo reflejan alianzas, estrategias y objetivos geopolíticos.
Empresas como Lockheed Martin, Northrop Grumman y General Dynamics se han consolidado como líderes en la industria. No son simplemente fabricantes; son actores clave en la estrategia global, con fuertes vínculos con los gobiernos y una influencia considerable en las decisiones políticas.
Por ejemplo, el F-35, producido por Lockheed Martin, es más que un simple cazabombardero. Representa años de investigación, miles de millones en inversión y, lo más importante, una declaración de poder y capacidad militar. La decisión de Estados Unidos de vender estos aviones a Israel, pero no a otros gobiernos, es una clara señal de alianza y confianza estratégica.
Mientras estas empresas registran ganancias astronómicas, hay un costo humano y social. Los conflictos armados, alimentados por la constante innovación y suministro de armas, resultan en pérdida de vidas, desplazamientos masivos y devastación. Además, los vastos presupuestos dedicados al armamento podrían redirigirse a áreas como educación, salud y desarrollo social.
«EL NEGOCIO DEL ORO NEGRO»
El petróleo, ese líquido espeso y oscuro que fluye bajo la superficie terrestre, ha sido durante mucho tiempo un pilar fundamental de la economía mundial. Su importancia se magnifica en tiempos de conflicto, cuando la demanda y los precios pueden fluctuar drásticamente en respuesta a la inestabilidad geopolítica. La reciente escalada de tensiones en Gaza ha arrojado luz sobre cómo el «oro negro» puede ser instrumentalizado y cómo se convierte, una vez más, en una pieza clave en el ajedrez global.
Los conflictos en zonas ricas en petróleo o cercanas a rutas de transporte clave pueden tener un impacto significativo en los precios globales del crudo. Gaza, aunque no es un productor de petróleo, está estratégicamente ubicada en una región rica en recursos y cerca de importantes rutas de transporte. Cualquier perturbación en la región puede tener un efecto dominó en los mercados petroleros globales.
Empresas como Shell, Chevron, BP y Repsol no son simples espectadores en este teatro de guerra. Han experimentado incrementos significativos en sus cotizaciones desde el comienzo del conflicto. Estas subidas no son meras coincidencias. Las grandes petroleras tienen una vasta red de operaciones y relaciones que les permite influir y adaptarse rápidamente a los cambios en el panorama geopolítico.
Por ejemplo, Shell ha experimentado un aumento del 10% en su cotización desde el inicio del conflicto, alcanzando valores que no se habían visto desde 2018. Chevron y BP también han registrado ganancias notables, mientras que Repsol ha experimentado un incremento más modesto.
Mientras las grandes petroleras celebran sus ganancias, las y los consumidores finales enfrentan el lado amargo de este negocio. Con el aumento de los precios del petróleo, el costo de la vida diaria también sube. Desde el combustible para los autos hasta los precios de los alimentos y otros bienes esenciales, las y los ciudadanos comunes sienten el impacto directo de estos juegos de poder en sus bolsillos.
CONCLUSIONES AMARGAS
La guerra, lejos de ser simplemente un enfrentamiento ideológico o territorial, es también un lucrativo negocio para algunos. Mientras las y los ciudadanos comunes lloran la pérdida de seres queridos y ven sus hogares destruidos, hay quienes celebran incrementos en sus acciones y balances positivos en sus cuentas. Es una realidad mordaz y cruel, pero esencial de reconocer si alguna vez aspiramos a un mundo más pacífico y justo. La pregunta es: ¿cuánto más deberá sufrir la humanidad antes de que este negocio de la destrucción llegue a su fin?
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