Negar la evidencia se ha vuelto tendencia. La ciencia es hoy el blanco favorito de una ofensiva irracional con tintes violentos y reaccionarios.
El 5 de mayo de 2025, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) alertó a sus trabajadoras y trabajadores sobre una amenaza concreta: un grupo conspiranoico militarizado conocido como Veterans on Patrol ha llamado a destruir los radares meteorológicos de la red NEXRAD, al considerarlos «armas del clima». El informe interno de la NOAA, al que accedió CNN, detalla cómo este grupo, clasificado como milicia antigubernamental por el Southern Poverty Law Center, promueve «penetration drills» —simulacros de sabotaje— contra estas infraestructuras fundamentales para la predicción meteorológica.
Los radares Doppler, vigentes desde los años 90, detectan precipitaciones, tormentas severas e incluso tornados, permitiendo emitir alertas que salvan vidas. También son utilizados por la Fuerza Aérea y la Administración Federal de Aviación. Destruir estas instalaciones no es una broma: es sabotaje que pone en peligro vidas humanas.
La NOAA ha instado a sus técnicos y técnicas a implementar un sistema de acompañamiento en visitas a torres remotas y a alertar a la policía ante cualquier presencia sospechosa. Mientras tanto, la administración Trump, con su política de recortes y congelación de contrataciones, ha dejado más de 90 vacantes sin cubrir en el Servicio Meteorológico Nacional (NWS), comprometiendo aún más la respuesta ante emergencias. La precariedad institucional se cruza así con la ofensiva ideológica.
«Estamos ante una combinación tóxica de odio al funcionariado, delirio conspiranoico y desmantelamiento del Estado», denunció una persona empleada en el NWS, citada por CNN bajo anonimato. La indignación no es solo lógica: es urgente.
NEGAR A LOS DINOSAURIOS COMO NUEVA MODA DEL NEGACIONISMO ARGENTINO
En Argentina, el delirio toma otra forma, pero comparte ADN. El 5 de mayo también, decenas de personas se manifestaron frente al Museo de Ciencias Naturales de La Plata negando la existencia de los dinosaurios. No es una parodia. Es la expresión de un movimiento llamado «dino-negacionismo», impulsado por sectores cercanos al terraplanismo, el creacionismo y el rechazo a la ciencia como forma válida de conocimiento.
Esta corriente tiene sus orígenes en Estados Unidos en 2015, tras el estreno de una película de Jurassic Park. Desde entonces, ha crecido al calor de redes sociales, cuentas de Instagram con decenas de miles de seguidores y el patrocinio de personajes como Iru Landucci, conocido referente terraplanista en Latinoamérica. En Argentina, el grupo se organiza desde la página «Nur para todos», que promueve el escepticismo absoluto como forma de vida, disfrazando el negacionismo de “librepensamiento”.
En la puerta del museo, carteles como “No nos extinguimos” intentaban provocar al personal científico. Pero detrás de la payasada está el problema estructural: esta clase de negacionismo facilita el salto a otros discursos peligrosos como el antivacunas, el negacionismo climático o el rechazo al feminismo y los derechos humanos. No es solo folklore. Es una antesala.
“La negación de los fósiles no es religiosa, sino una pseudoversión del método científico mal entendida”, explica el filósofo Claudio Cormick en entrevista con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes, que viene alertando sobre el auge de estas narrativas.
Como advierte Cormick, muchos de estos contenidos están pensados como “bait”, es decir, anzuelos virales para captar atención, ganar seguidores y expandir otras ideas reaccionarias. La negación de los dinosaurios ya no busca convencer a nadie, busca posicionarse mediáticamente, generar clics, provocar, polarizar y abrir nuevas brechas en el tejido social.
La ciencia no se debate en pancartas, se demuestra con evidencia. Y lo que está en juego no es solo la verdad, es la vida.
Ambos fenómenos —el sabotaje meteorológico y el dino-negacionismo— expresan lo mismo: una reacción organizada contra el conocimiento. Una pulsión autoritaria que desprecia el consenso científico, desconfía del Estado y sustituye los datos por emociones. Lo que antes era marginal ahora se coordina, se arma, se financia, se difunde.
Ya no son excéntricos. Son peligrosos.
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