El Aneto se rompe: el deshielo del Pirineo como crónica de un país que sigue mirando hacia otro lado
El glaciar más emblemático de los Pirineos pierde 3,6 hectáreas en un solo año, mientras Europa arde, se inunda y colapsa.
EL DESHIELO ACELERADO NO ES UN FENÓMENO NATURAL, ES EL PRECIO DE NUESTRO MODELO ECONÓMICO
La fractura del glaciar del Aneto no es un accidente geológico. No es una rareza, ni un susto puntual, ni una nota pintoresca para decorar reportajes de montaña. Es el síntoma visible de un sistema que devora su propio futuro. El Aneto ha perdido 3,6 hectáreas en apenas un año. Su superficie activa queda reducida a 30 hectáreas, un mínimo histórico que certifica su entrada en una fase de supervivencia improbable.
La campaña 2024–2025 no deja lugar para ilusiones. Cryopyr, el grupo científico que monitoriza la criosfera pirenaica, lo resume con una frialdad que debería provocar incendios políticos. Pérdidas generalizadas de más de un metro de espesor en todas las masas de hielo. Descensos de hasta cuatro metros allí donde la nieve desapareció demasiado pronto. Y la imagen del propio Aneto: un glaciar literalmente partido bajo el Pico del Medio, como si la montaña no pudiese soportar ya la temperatura de nuestra desidia colectiva.
Los glaciares del Pirineo son los más meridionales de Europa, los primeros en caer en este dominó climático que hemos acelerado durante décadas, pero ni los gobiernos ni las grandes empresas energéticas actúan como si la urgencia fuese real. Mientras tanto, la montaña se abre.
EL PIRINEO COMO ZONA CERO DEL COLAPSO CLIMÁTICO
La ciencia lleva años explicando que estos retrocesos no responden a ciclos naturales. Son la consecuencia directa de inviernos irregulares y veranos cada vez más largos y más cálidos, una combinación estructural que responde al calentamiento global provocado por la actividad humana. No hay ningún misterio. Hay datos.
Ossoue (Vignemale) pierde 3,4 metros de espesor, con zonas que retroceden 5,4 metros. Llardana (Posets) cae 1,4 metros, con máximos de 4,1. Monte Perdido retrocede 1,3 metros. Infiernos deja de ser glaciar y pasa a considerarse helero, como ya advertía recientemente el Journal of Glaciology.
Este no es un año malo. Es el tercer peor de toda la serie histórica, solo superado por los extremos 2021–2022 y 2022–2023.
Tres de los peores años ocurriendo consecutivamente.
La pregunta ya no es si perderemos los glaciares pirenaicos, sino cuándo desaparecerán del todo. Y qué significará eso para el abastecimiento de agua, para la agricultura de montaña, para la biodiversidad, para las y los habitantes del entorno, para el equilibrio hidrológico de un país entero.
Lo que se derrite no es solo hielo.
Es estabilidad.
Es memoria geológica.
Es futuro.
Pero la narrativa dominante, sostenida por los mismos intereses que han convertido la atmósfera en un vertedero de CO₂, insiste en que el problema es distante, técnico, inevitable. Como si no hubiese una relación directa entre el calentamiento global y la devastación que vemos en Sumatra, en el Mediterráneo, en Canarias, en Grecia o en el propio Estado español. Como si nuestras decisiones políticas no decidieran qué zonas se convierten en inhabitables en una generación.
Los glaciares actúan como testigos del clima. Si ellos quedan reducidos a un esqueleto de hielo, es porque el sistema ya ha cruzado varios límites.
Y aun así, seguimos escuchando discursos que piden “proteger la libertad de contaminar” porque la transición energética “es muy cara”.
Cara es la factura que estamos pagando.
Los investigadores de Cryopyr lo repiten año tras año, y ningún gobierno debería dormir tranquilo después de leer sus informes: la degradación es rápida, sostenida y en muchos casos irreversible.
El glaciar del Aneto, que durante generaciones fue símbolo del Pirineo, pasa a ser un fósil viviente de un clima que ya no existe. Lo que venga después dependerá de cuánto tardemos en aceptar que el colapso climático no se combate con discursos, sino con una transformación radical de nuestras prioridades económicas.
La montaña no negocia.
La montaña avisa.
Y este aviso suena a hielo partiéndose.
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