Con promesas de futuros papeles o colaboraciones artísticas, manipulaba a mujeres que luchaban por abrirse paso en el competitivo mundo del cine.
La precariedad laboral en el sector cultural no solo alimenta sueños rotos, sino que se convierte en terreno fértil para el abuso. Eduard Cortés, dos veces nominado al Goya y responsable de éxitos como Merlí o Ni una más, contactó durante más de una década con mujeres jóvenes y vulnerables, prometiéndoles trabajo a cambio de grabaciones sexuales. Las cifras son demoledoras: 27 mujeres han denunciado su comportamiento; al menos dos eran menores de edad.
Los testimonios recopilados por El País no dejan margen para las dudas. Cortés, bajo el pseudónimo Gato del Cerro, utilizaba redes sociales como Fotolog, MySpace o Instagram para captar a sus víctimas. Con promesas de futuros papeles o colaboraciones artísticas, manipulaba a mujeres que luchaban por abrirse paso en el competitivo mundo del cine. Según Silvia Grav, una de las denunciantes, el director llegó a ofrecerle enseñarle cine a cambio de que posara desnuda. Otras relatan propuestas aún más sórdidas, como ser grabadas bajo anestesia para que el público interactuara con sus cuerpos, una idea que Cortés justificó como «inspirada en Kawabata».
El cineasta ha reconocido los contactos, pero alega que se trataban de «dinámicas consensuadas entre adultos». Sin embargo, la recopilación de mensajes deja entrever un patrón claro de manipulación emocional y profesional. La precariedad, la juventud y la ilusión de muchas de las víctimas se convirtieron en armas para perpetuar el abuso. Un abuso que no es un caso aislado, sino el reflejo de un problema estructural.
CÓMPLICES SILENCIOSOS: LA INDUSTRIA CULTURAL Y LAS INSTITUCIONES
Las instituciones culturales no solo fallaron en proteger a estas mujeres, sino que actuaron como cómplices pasivos del silencio. La Academia de Cine Catalán archivó provisionalmente su investigación tras la renuncia del cineasta como miembro, escudándose en vacíos procedimentales. Mientras tanto, la unidad de atención a víctimas del Ministerio de Cultura, gestionada por la fundación Aspacia, rechazó ofrecer una alternativa realista para las denunciantes, según explicaron algunas de ellas.
El sistema cultural español ha fracasado en ofrecer mecanismos de protección efectivos contra el acoso. Las mujeres que decidieron buscar justicia se encontraron con costes inasumibles para denunciar (850 euros más IVA por persona) y con instituciones que desviaban responsabilidades. La industria del cine, que presume de su creatividad y compromiso social, guarda un silencio ensordecedor cuando se trata de sus figuras prominentes.
La salida de Cortés de la Academia no solo ilustra la falta de rendición de cuentas, sino que lanza un mensaje preocupante: el abuso puede esquivarse si se evita el escrutinio público. Las mujeres contactadas relatan que se sienten abandonadas por un sistema que prioriza el prestigio de sus figuras sobre la seguridad de quienes lo integran.
Eduard Cortés es solo un ejemplo de cómo el poder puede usarse para explotar, manipular y silenciar. Cada mensaje, cada promesa vacía, cada “te daré trabajo a cambio de esto” es un recordatorio de que el abuso no es un hecho aislado, sino una consecuencia de un sistema que lo permite.
Fuente: El País
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