Es fundamental poner la atención en las relaciones de poder y desigualdad desde las que se realizan los cuidados, así como en los significados culturales que los constituyen
La noción de cuidados se ha convertido en una categoría política. A través de ella tratamos de sacar de la invisibilidad histórica actividades imprescindibles para la vida que ocupan mayoritariamente a las mujeres y mediante las que el movimiento feminista se reconoce a nivel planetario porque “Sin nosotras no se mueve el mundo”.
Por ejemplo, Evelyn Nakano Glenn, en un intento de dar cuenta de las múltiples dimensiones y actividades que incluye el cuidado, diferencia el físico (alimento, baño, aseo, etc.) del emocional (escuchar, hablar, ofrecer consuelo, apoyo emocional, etc.), pero también los servicios para ayudar a las personas a cubrir sus necesidades físicas y emocionales (comprar comida, acompañar a dar un paseo, al médico, etc.), al tiempo que destaca la importancia del mantenimiento de los entornos físicos en los que vivimos (cambiar la ropa de cama, lavar la ropa, limpiar el suelo, etc.) y las relaciones y conexiones sociales. Todo ello son cuidados.
Pero más allá de esa ingente enumeración de actividades para sacarlos de la invisibilidad, es fundamental poner la atención en las relaciones de poder y desigualdad desde las que se realizan los cuidados, así como en los significados culturales que los constituyen, ya que ello implica la privación de derechos en el ejercicio de la ciudadanía de las personas que se ocupan de estos.
Desde el Grupo de investigación que dirijo, SEJ 430 “Otras. Perspectivas Feministas en investigación social” en el Instituto Universitario de Estudios de las Mujeres y del género en la Universidad de Granada hemos desarrollado diferentes investigaciones al objeto de visibilizar el trabajo de los cuidados.
El “Régimen Especial de los empleados de hogar” (integrado el 1/1/2012 en el Régimen General de la Seguridad Social) que regula el empleo de cuidados en el hogar no es sino el reflejo de esa naturalización y feminización de este trabajo y de la reproducción de este a partir de relaciones “laborales” más próximas a relaciones de servidumbre.
Un trabajo imprescindible para la vida
¿Cómo seguir explicando, que aún siendo un trabajo imprescindible para la vida, el Estado español todavía no haya firmado el Convenio 189 sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos adoptado en el año 2011 por la Organización Internacional de Trabajo (OIT)?
Este tiene como objeto “promover el trabajo decente para todos mediante el logro de las metas establecidas en la Declaración de la OIT relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo y en la Declaración de la OIT sobre la justicia social para una globalización equitativa”.
Pero, añadido a la feminización histórica de este sector, desde la década de los 90 asistimos en España a una ocupación significativa de mujeres de nacionalidad diferente a la española procedentes de llamado Sur global.
Según la EPA, se estima en unas 600 000 las trabajadoras de hogar y cuidados, siendo en torno a un 96 % mujeres, de las que menos de la mitad tienen afiliación a la Seguridad Social. Un 50 % son inmigrantes y la inmensa mayoría de estas trabajan en el régimen de internas.
Trabajadoras del sector y pandemia
Desde el compromiso social que guía nuestras investigaciones y en el contexto de la pandemia decretada por la OMS por el virus SARS-CoV-2, que no hacía sino recordarnos nuestra vulnerabilidad y la necesidad de repensar nuestro modelo de organización de los cuidados, en el mes de julio nos embarcamos en la investigación El cuidado importa. Impacto de género en las cuidadoras/es de mayores y dependientes en tiempos de la Covid-19.
Entre sus objetivos está analizar cómo afectan a las trabajadoras del sector de los cuidados las medidas aprobadas por los correspondientes gobiernos dirigidas al control de la pandemia. Sobre todo, a quienes consideramos más desprotegidas: las empleadas de hogar. A partir de la escucha atenta a algunas de estas trabajadoras mediante entevistas en profundidad traeré algunos de nuestros análisis desde una perspectiva antropológica.
Para estas mujeres, el cuidado de las personas con las que trabajaban y su autocuidado hubo de ser extremado ya que les iba la vida en ello. Pero no solo por la amenaza del virus, sino porque estaba en juego su supervivencia diaria y su salario, aun estando muy lejos de responder a la sobrecarga de trabajo física y emocional en un momento como el que estamos viviendo.
Sin embargo, como han dado cuenta diferentes organizaciones sociales, muchas han perdido sus empleos acogiéndose sus empleadores a la fórmula de “desistimiento” que contempla la regulación de este sector o, lo que es lo mismo, la extinción de la relación laboral únicamente por voluntad expresa del contratante.
Desprotección económica
Junto a ello, la imposibilidad de algunos de sus contratos de cotizar por la prestación de desempleo las dejó absolutamente desprotegidas. Recordemos algunas de las peticiones de estas trabajadoras a varios miembros del Gobierno para proteger los derechos de este colectivo.
Pero quienes han mantenido su empleo o lo encontraron en este sector en medio de la pandemia han sentido, además de la sobrecarga de trabajo, lo poco que importan a las familias que las emplean y lo poco que se valora su trabajo, salvo para ser esos “robots” descorporeizados, deshumanizados, siempre disponibles, que cuidan a nuestros familiares.
Sin duda, tenemos una gran deuda social hacia estas mujeres que siguen estando en primera fila, trabajando en ese escenario tan impenetrable del hogar muchas veces con relaciones abusivas.
Carmen Gregorio Gil – The Conversation
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