La última noticia ofrecida por el Ministerio de Educación y Formación Profesional de España en materia de abandono dice así: “La tasa de abandono educativo temprano se mantiene estable con un 13,9 % en 2022”.
¿Cómo podríamos interpretar esta información? Podría sugerir que el 86,1 % de los estudiantes en España han conseguido titular en Bachillerato o Formación Profesional. Esto es así hasta cierto punto, pero no del todo. Veamos algunas consideraciones clave para entender este indicador.
Educativo, no escolar
Hablamos de abandono educativo. Y “educativo” es más amplio que “escolar”. Es decir, incluye a quienes han dejado sus estudios secundarios solo si no siguen ninguna otra formación distinta a la escolaridad reglada (por ejemplo, formación para el empleo, formación en academias, etc.). De hecho, el abandono educativo no surge de un registro escolar; se calcula a partir de la información recogida en la Encuesta de Población Activa (EPA), realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Sí, la misma que nos da información del paro.
¿Y qué es entonces el abandono educativo temprano para el INE? Su definición establece que es “el porcentaje de personas de 18 a 24 años que no ha completado la educación secundaria de segunda etapa (la postobligatoria: bachillerato o Formación Profesional) y no sigue ningún tipo de estudio–formación en las cuatro semanas anteriores a la entrevista de la EPA” (INE, 2018).
Este concepto de abandono establece tres parámetros: edad, formación y tiempo, que confieren algunas particularidades en el recuento. Veamos algunos ejemplos:
Una persona abandona los estudios secundarios. Tiene 24 años cuando responde a la EPA. En ese momento computa como abandono. Cuando cumpla 25, ya no.
Dos personas con el mismo nivel educativo y sin tener terminada la secundaria, por ejemplo 2º ESO, y con la misma edad, 22 años, se preparan a unas oposiciones de operario de maquinaria. Una de ellas acude a una academia y la otra estudia de forma autónoma desde casa. La primera de estas personas no computa como abandono y la segunda de ellas sí.
Una persona de 20 años que no termina la ESO, bachillerato o formación profesional se matricula en un curso de inglés inicial impartido por un centro de idiomas. Antes de realizar el curso será categorizada como abandono educativo, durante el curso no lo será y, una vez terminado el curso, volverá a computar como abandono. Depende del momento será considerada o no abandono.
Estos ejemplos sugieren que la medida del abandono educativo es una suerte de instantánea sujeta a permanente cambio. Las personas pueden formar parte y salir de este cómputo con cierta facilidad, sin que ello suponga retomar sus estudios secundarios. Es posible que esta idea llegue a generar cierta duda sobre cuántos son entonces quienes finalmente consiguen titular la secundaria postobligatoria. Y esta duda es legítima.
Un caso aislado
Son pocos los países de la Unión Europea que utilizan este tipo de encuestas para medir el abandono educativo (Alemania, España, Portugal, Eslovenia y Serbia), mientras que los demás utilizan registros escolares (European Comission, 2022).
Además, aunque la EPA es una encuesta en el ámbito nacional, con frecuencia se hace un mal uso de ella y se segmenta el abandono por comunidades autónomas. Esto no es correcto, pues la muestra de informantes que selecciona la EPA es diferente en cada una de ellas.
Para que la encuesta sea eficiente desde el punto de vista económico, la decisión de cuántas personas van a ser entrevistadas por comunidad se justifica por el gasto que supone la realización de la EPA en algunas zonas geográficas. Por ejemplo, se realiza el doble de encuestas en Galicia (censo de 152.000 personas de 18 a 24 años) que en Madrid (censo de 505.000 personas de 18 a 24 años).
Por este motivo, la representatividad de la muestra conlleva un sesgo que afecta a la interpretación de los resultados educativos, tanto en cada comunidad como en todo el ámbito nacional.
No comparables en el tiempo
Podemos pensar que al haber manejado siempre la información de la EPA los resultados serán comparables. Es decir, llevamos años escuchando que el abandono desciende (más nos valía, España estaba en el 2008 con un porcentaje del 31,7 %).
Sin embargo, desde la LOMCE, y ahora la LOMLOE lo mantiene, disponemos de una opción educativa que es la Formación Profesional Básica (FPB). Si retomamos la definición, se identifica abandono con el hecho de no haber completado la educación secundaria de segunda etapa, es decir la postobligatoria.
Pues bien, quien acaba FPB alcanza el mismo nivel educativo que quien acaba Formación Profesional Media o Bachillerato. La FPB vino a sustituir a los Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI); antes, si un estudiante concluía PCPI y no proseguía estudios, contaba como abandono. Ahora, titulando en FPB, aunque no continuara ningún estudio posterior, no entra a formar parte de esa cifra.
Aproximadamente el número de estudiantes que titulan anualmente de FPB es de 21.000 personas y, aun siendo el porcentaje de éxito muy bajo (27,6%), es suficiente para mejorar las estadísticas de abandono. Es decir, parece que hay menos abandono educativo, pero el número de personas que no terminan el Bachillerato o Formación Profesional Media es el mismo.
Repercusiones europeas
El énfasis en los resultados viene promovido también por la Unión Europea y su Estrategia Europea 2020. En esta, se relaciona abandono con menor empleabilidad y menor capacidad productiva.
Para garantizar la recuperación económica y mejorar la competitividad, establece que el abandono no debía superar en esa fecha el 10 %, 15 % en el caso de España, aumentado hasta el 40 % los titulados en enseñanza superior. Los países que no lograran estos estándares serían objeto de sanciones económicas que podrían llegar hasta el 0,5 % del PIB.
Un baremo de la salud educativa
Pero las cifras de abandono educativo en nuestro país no miden exactamente los resultados del sistema escolar, o cuántas personas no terminan la educación reglada oficial hasta el bachillerato o la formación profesional; miden cuántas personas abandonan su educación en un sentido más amplio.
Hemos visto que el indicador puede bajar por factores que no suponen un cambio real en la práctica. El interés por la calidad de nuestro sistema educativo implica mucho más que un (buen) recuento.
¿Cómo evaluar la calidad del sistema?
Una forma de hacer bien el cómputo sería a través de registros censales escolares, tal y como propone Calvo Bayón en su tesis doctoral (2016).
No obstante, un sistema educativo de calidad ¿puede contemplar resultados únicamente y estar sometido a intereses laborales como motor para construir el sentido de la escolaridad?, ¿no implicaría también escuchar la experiencia de los estudiantes y estar atentos a lo que ocurre dentro del aula?
Javier Morentin-Encina recibió fondos mediante becas predoctorales y postdoctorales del Departamento de Educación del Gobierno de Navarra y de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
Belén Ballesteros Velázquez es profesora titular del Dpto. MIDE I, de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
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