La jornada en Ferraz, que se tiñó con los colores de la intolerancia, culminó en un estallido de violencia que puso a prueba los límites de la convivencia democrática. Saludos fascistas, exclamaciones racistas y homófobas, y consignas contra figuras políticas como Pedro Sánchez y Carles Puigdemont, marcaron el tono de una concentración que se desbordó en agresividad. Los gritos de “¡Sánchez a prisión!”, “¡Que te vote Txapote!”, “Marlaska maricón” y “España cristiana, no musulmana” resonaron con una hostilidad que desborda los márgenes del disenso político y se adentra en los terrenos del odio.
La manifestación, que había iniciado con la habitual retórica incendiaria, escaló rápidamente cuando figuras conocidas por su activismo de ultraderecha, como Daniel Esteve y Luis ‘Alvise’ Pérez, encabezaron una marcha que desembocó en un enfrentamiento directo con las fuerzas de seguridad. La violencia se desató cuando un grupo de manifestantes, ocultos tras capuchas y armados con bengalas, desafiaron a la policía, desencadenando una serie de cargas que se extendieron por las calles adyacentes.
La violencia y el odio no pueden ser las herramientas con las que se construya el futuro del país.
DE FERRAZ AL CONGRESO: UNA RUTA DE CONFRONTACIÓN
La marcha hacia el Congreso de los Diputados, que se pretendía pacífica, fue un claro reflejo de la tensión que se respira en el ambiente político actual. Con Esteve y Alvise al frente, más de mil personas siguieron un recorrido sin destino definido, pero con la fantasía de llevar su protesta hasta las puertas de la Moncloa. El tráfico se interrumpió, las calles se colmaron y los gritos de “¡Pedro Sánchez, hijo de puta!” y “¡Estamos hasta los huevos!” se hicieron eco entre los edificios de la capital.
La manifestación, que se había convocado en respuesta a las negociaciones para una amnistía relacionada con el procés soberanista de 2017 en Catalunya, se transformó en un escenario de caos. Los disturbios no tardaron en aparecer, con enfrentamientos que dejaron las calles en un estado de sitio, con contenedores ardiendo y una lluvia de objetos volando hacia los agentes de seguridad.
La policía, superada en número y en tácticas por grupos de violentos, tuvo que recurrir a pelotas de goma para recuperar el control. Cuatro detenciones fueron el saldo de una tarde que dejó en evidencia la fragilidad de la paz social cuando se enfrenta a la ira y el fanatismo.
UNA CONVOCATORIA QUE REVELA LA FRACTURA SOCIAL
La convocatoria, defendida por el PP y con el llamamiento explícito de Vox, ha demostrado que la polarización política ha alcanzado niveles que amenazan la estabilidad del tejido social. Los cánticos de “¡Sánchez a prisión!”, “¡Que te vote Txapote!” y “¡Viva Franco!” no son solo la expresión de un desacuerdo político, sino la manifestación de una fractura profunda que atraviesa la sociedad española.
La presencia de banderas de España y los insultos proferidos contra los socialistas y el Presidente del Gobierno, con gritos como “Pedro Sánchez a prisión, dictador” o “socialistas hijos de puta, cobardes”, son el reflejo de un sector de la población que no solo rechaza las políticas del gobierno, sino que repudia las bases mismas del sistema democrático.
La manifestación en Ferraz no es solo un episodio aislado de furia política; es un síntoma de una enfermedad más profunda que afecta a la sociedad.
LA RESPUESTA POLÍTICA ANTE EL CAOS
La reacción de los partidos políticos ante los sucesos de Ferraz ha sido variada. Mientras Santiago Abascal, líder de Vox, culpaba al Gobierno de los disturbios, Alberto Núñez Feijóo, del Partido Popular, pedía “respeto y ejemplaridad” sin condenar explícitamente la violencia. Por su parte, Yolanda Díaz, de Sumar, calificaba las imágenes de violencia como “inaceptables”, y Ione Belarra, de Podemos, acusaba a la derecha de “no respetar la democracia”.
La violencia no puede ser la moneda de cambio en el debate político. La democracia española se ha construido sobre los pilares del diálogo y el respeto mutuo, valores que se ven amenazados cuando las discrepancias se resuelven en las calles con enfrentamientos y agresiones. Las y los ciudadanos de España merecen un debate político que esté a la altura de los desafíos que enfrenta el país, no un espectáculo de intolerancia y violencia.
La manifestación en Ferraz no es solo un episodio aislado de furia política; es un síntoma de una enfermedad más profunda que afecta a la sociedad. Una enfermedad que se nutre del miedo, la desinformación y el rencor. Es imperativo que las y los líderes políticos, así como la sociedad civil, se unan para curar esta dolencia, promoviendo la inclusión, la tolerancia y el respeto por la diversidad de opiniones.
La democracia española se enfrenta a un momento crítico. La violencia y el odio no pueden ser las herramientas con las que se construya el futuro del país. Es hora de rechazar las voces que incitan a la división y abrazar aquellas que buscan el consenso y la convivencia pacífica. Solo así se podrá garantizar que los valores democráticos prevalezcan sobre la ira y el extremismo.
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