El lavado verde no es solo un tema de moda en la esfera corporativa. Según Laurie Parsons, es una táctica vital que permite a las naciones y corporaciones del Norte Global perpetuar el colonialismo del carbono.
La crisis climática, lejos de ser una simple catástrofe natural, es un reflejo de las profundas y entrelazadas desigualdades que caracterizan nuestro mundo globalizado. Durante una entrevista íntima en jacobinlat.com, Laurie Parsons, experta en medio ambiente y desarrollo sostenible, arrojó luz sobre el oscuro mundo del “Colonialismo del Carbono”, un término que trasciende su sonoridad atractiva para revelar una narrativa de explotación, negligencia y, en última instancia, injusticia global.
Un legado histórico y actual
A primera vista, el término “colonialismo del carbono” puede parecer un neologismo moderno, una fusión conveniente de dos crisis contemporáneas: la postcolonial y la climática. Sin embargo, como Parsons destaca, sus raíces se extienden profundamente en la historia de las relaciones internacionales.
“Para comprender el colonialismo del carbono”, comenta Parsons, “debes comprender primero el legado del colonialismo clásico. Los países ricos, durante siglos, han saqueado, extraído y beneficiado de los recursos de las colonias. Hoy, esa extracción no se detiene en los minerales o las especias, sino que abarca la capacidad del planeta para absorber nuestras emisiones de carbono. Los países ricos han utilizado y continúan utilizando los recursos y los ‘sumideros’ del Sur Global para mantener y mejorar sus estilos de vida, dejando tras de sí un rastro de devastación ambiental y desigualdad”.
Lavado verde: una fachada peligrosa
El lavado verde no es solo un tema de moda en la esfera corporativa. Según Parsons, es una táctica vital que permite a las naciones y corporaciones del Norte Global perpetuar el colonialismo del carbono.
“Lo que vemos es un juego de manos”, dice Parsons. “Corporaciones y naciones que son responsables de enormes emisiones de carbono financian proyectos ‘verdes’ en el Sur Global para compensar sus emisiones. Pero esta compensación rara vez es equitativa. Se llevan a cabo proyectos que, si bien son beneficiosos en términos de reducción de carbono, a menudo desplazan a las comunidades locales, destruyen ecosistemas y, en última instancia, benefician económicamente al Norte”.
Una parte esencial del colonialismo del carbono es cómo las complicadas cadenas de suministro ocultan la explotación. En una era de consumo globalizado, el viaje de un producto desde su origen hasta el estante es largo y a menudo oscuro.
“Existe una desconexión entre lo que consumimos y el impacto de ese consumo”, explica Parsons. “Un teléfono móvil, por ejemplo, contiene minerales extraídos en condiciones peligrosas en África, ensamblado por trabajadores mal remunerados en Asia, y vendido en tiendas de Norteamérica o Europa. Cada etapa tiene un costo ambiental y humano, pero estos costos están ocultos al consumidor final”.
Hacia una verdadera justicia vlimática
Pero, ¿qué se puede hacer? Parsons no solo identifica los problemas, sino que también ofrece vías para una solución.
“La justicia climática debe ir más allá de la simple reducción de emisiones”, argumenta. “Debe abordar y reparar los desequilibrios históricos y actuales en la utilización de los recursos globales. Esto significa no solo transferencias financieras, sino también transferencias tecnológicas, educación, y, lo más importante, un cambio en nuestra relación con el consumo y el medio ambiente”.
La visión de Laurie Parsons nos recuerda que la crisis climática no es simplemente un resultado de la industrialización, sino una consecuencia de siglos de desequilibrio y explotación. En nuestra lucha por un futuro sostenible, debemos reconocer y abordar estas desigualdades, buscando soluciones que no solo sean verdes en términos de carbono, sino justas en términos de humanidad.
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