Señor Aznar,
¿quién es usted para dar lecciones? ¿Con qué autoridad moral pretende hablar de democracia, de convivencia o de legitimidad política cuando carga sobre sus espaldas uno de los mayores engaños de nuestra historia reciente? Usted, que vio armas de destrucción masiva donde no existían. Usted, que arrastró a España a una guerra ilegal y criminal en Irak de la mano de Bush y Blair. Usted, que quiso hacernos creer que el 11M era obra de ETA mientras la sangre aún estaba fresca en los trenes de Atocha.
De usted no esperamos lecciones. De usted solo cabría esperar disculpas. Pero nunca llegaron, porque en su universo la mentira siempre fue táctica y el dolor ajeno solo un daño colateral en su carrera de escalador del poder.
Habla usted ahora de Gaza como si fuera un burladero, como si defender a Palestina fuera un recurso de distracción. Y se atreve a cuestionar a quienes denuncian un genocidio mientras usted blanquea, sin pudor, a Netanyahu y sus crímenes. El mismo hombre que justificó Irak se muestra incapaz de condenar Gaza. La coherencia de la infamia.
Se viste de estadista, pero la historia ya lo retrató como lo que es: un operador del fango, un vendedor de humo belicista que jugó con la vida de miles por hacerse una foto en las Azores. Habla como si España le debiera algo, cuando lo único que nos dejó fue un legado de mentira, sangre y descrédito internacional.
Su trayectoria es un catálogo de traiciones: – Traicionó a un país cuando lo entregó a los intereses de Washington. – Traicionó la verdad cuando mintió sobre el 11M. – Traicionó la democracia cuando legitimó la guerra preventiva. – Y hoy traiciona la memoria de miles de víctimas palestinas cuando las reduce a un cálculo político.
Si algo enseña su ejemplo es que el odio siempre encuentra herederos. Vox no existiría sin usted. Ayuso no tendría discurso sin usted. Feijóo es rehén de su sombra. Esa es su verdadera herencia: haber abierto la puerta del poder a la mentira como método y al odio como programa.
Señor Aznar, guarde sus lecciones. Su tiempo pasó con las armas invisibles y los pactos infames. Su nombre quedará en la historia, pero no en la de los grandes hombres de Estado, sino en la de los farsantes que cambiaron la democracia por la pólvora.
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