Setenta y siete años después de la Nakba, la comunidad internacional empieza a balbucear la palabra «Estado» para Palestina mientras Gaza se desangra.
DÉCADAS DE RETRASO Y MILLONES DE VIDAS ARRASADAS
La decisión del gobierno de Mark Carney de reconocer a Palestina en septiembre de 2025, siguiendo los pasos de Francia y Reino Unido, no es un acto de valentía diplomática, es un gesto obligado por la magnitud del crimen que el mundo lleva décadas contemplando sin mover un dedo. Se habla de reconocimiento como si fuera un regalo, cuando debería haber sido un derecho garantizado en 1948, antes de la expulsión forzada de cientos de miles de palestinos, antes de los asentamientos ilegales, antes del apartheid legitimado por las grandes potencias.
La cifra duele: más de 60.000 personas asesinadas en Gaza desde octubre de 2023, bajo bombas, hambre y bloqueo, con hospitales destruidos y niños amputados por la maquinaria bélica israelí. Mientras tanto, Occidente ha preferido mirar a otro lado, vender armas y llamar “conflicto” a lo que es un genocidio retransmitido en directo. Ahora, cuando el suelo de Gaza es un cementerio y la posibilidad de un Estado palestino es apenas un esbozo sobre ruinas, los gobiernos hablan de “solución de dos Estados” como si no hubieran participado en dinamitarla durante tres cuartos de siglo.
LA FALSA MAGNANIMIDAD OCCIDENTAL Y EL MIEDO A ISRAEL
Carney condiciona su reconocimiento a que haya elecciones en 2026, sin participación de Hamás y bajo las reglas marcadas desde Washington, Londres y Ottawa. Occidente sigue exigiendo democracia a un pueblo al que lleva 77 años negando la soberanía. ¿Cuántas condiciones se impusieron a Israel para reconocerlo en 1948, después de un proceso violento de colonización? Ninguna. Se le abrió la puerta y se le blindó con un arsenal nuclear y el veto automático de EE.UU. en la ONU.
Ahora, mientras se negocian plazos y comunicados diplomáticos, los colonos siguen expulsando familias en Cisjordania, los tanques arrasan Gaza y el agua potable se convierte en un lujo inalcanzable. Israel repite el mantra de “no premiar al terrorismo” mientras mantiene un sistema de ocupación que se ajusta a la definición de terrorismo de Estado. Y los gobiernos occidentales se escudan en Hamás para seguir negando un reconocimiento que debería ser automático, incondicional y reparador.
Este anuncio no es justicia, es marketing político. Canadá llega al escenario global con palabras bonitas después de décadas de silencio cómplice, tras cada masacre, cada niño muerto bajo los escombros, cada embargo de ayuda humanitaria avalado por EE.UU. y sus aliados. Se habla de “paz sostenible” mientras se financia la maquinaria que hace imposible la paz.
La historia no absolverá a los gobiernos que se han pasado medio siglo discutiendo los términos de una existencia que debería haber sido indiscutible. Reconocer a Palestina hoy no es valentía, es el mínimo ético, y aun así llega con sangre seca en las manos de toda la comunidad internacional.
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