No hay gritos de alarma que resuenen más allá de las comunidades latinas
Comienza con un telón que se descorre sobre la vasta expanse de tierra que marca la demarcación geopolítica entre la nación más poderosa del mundo, Estados Unidos, y su vecino meridional, México. Aquí, entre el Golfo de México y El Paso, se extiende una línea de separación, una frontera física y simbólica que se está militarizando rápidamente bajo la administración Biden.
LA ADECUACIÓN AL VIEJO GUARDIÁN: EL DESMONTAJE DE LA TÍTULO 42
Pongamos en contexto. La Título 42, una disposición legal que permitía una expulsión inmediata y sin contemplaciones de los migrantes sin una visa especial, ha caducado. Como una válvula de escape sin seguro, la eliminación de este título ha generado un temor generalizado a una afluencia masiva de migrantes indocumentados. Este temor al extranjero ha provocado una respuesta apresurada de la administración Biden, que ha desplegado un cordón militar en la frontera.
Como avanzada sin voz, la administración Biden y un colectivo de gobernadores republicanos, atrapados en la rivalidad por ganar el favor del electorado conservador, han precipitado la militarización de la frontera. No hay gritos de alarma que resuenen más allá de las comunidades latinas, y miles de soldados están tomando posiciones en los puntos más conflictivos, principalmente en Texas.
Esto es una treta para cortejar el voto conservador y fascista con vistas a las elecciones de 2024, provocando un proceso de militarización para impedir la entrada de migrantes, en su mayoría centroamericanos, que buscan pacíficamente un futuro mejor en el país del sueño americano. Esta es una política insensible e imprudente, que deshumaniza a aquellos que buscan una vida mejor y los etiqueta como amenazas a la seguridad.
Las palabras del Secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, resuenan con un eco de hierro. “La frontera no se abrirá para nadie, por nada del mundo”, proclama, sugiriendo que aquellos que se atrevan a cruzarla se encontrarán con el implacable yugo de la ley americana. Sin embargo, existe una categorización desigual entre aquellos considerados dignos y no dignos de cruzar el umbral de la tierra de la libertad.
LOS LÍMITES DE LA DECENCIA: REPUBLICANOS Y BIDEN JUEGAN AL JUEGO DEL PODER
El escenario es de una competencia intensa y amarga para demostrar quién puede ser más duro con la inmigración. En este tablero de ajedrez político, la sobreactuación es el lenguaje de comunicación. Y esta obsesión por probar quién puede ser más conservador que el otro ha llevado a la creación de una respuesta desproporcionada y costosa a la inmigración.
El gobernador de Texas, Greg Abbott, ha sido la mente maestra detrás de la Operación Estrella Solitaria (OES), una iniciativa que, paradójicamente, pretende solucionar el “problema” de la inmigración con el despliegue de tropas en apoyo a la guardia estatal de Texas. A pesar de su pomposidad, la OES se asemeja más a una construcción de arena en la playa que a una solución sustancial; cuesta miles de millones y apenas ha logrado incautar pequeñas cantidades de marihuana, una victoria efímera que apenas roza la superficie de las preocupaciones de seguridad fronteriza.
Agreguemos a esta locura el esfuerzo de los posibles candidatos presidenciales republicanos por eclipsar incluso al propio Trump en su postura ultraconservadora. Para demostrar este punto, tenemos al gobernador de Florida, Ron DeSantis, que asemeja a un canto de sirena mal afinado al pronunciar un lema de campaña sospechosamente parecido al de Trump, “Nuestro gran regreso estadounidense”. Este esfuerzo por ser el más ultra de todos incluye la adopción de medidas draconianas para expulsar a los inmigrantes y la eliminación de servicios sociales esenciales.
EL DESLIZAMIENTO SIMBÓLICO: EL SIMULACRO DE BIDEN Y LA POLÍTICA DE LA FRONTERA
Y luego está Biden, intentando equilibrar este acto de circo al tratar de demostrar quién es el más temible entre él y Trump. A lo mejor de un guión de la Guerra Fría, Biden nos insta a prepararnos para “enfrentar” a Rusia y China. No especifica dónde o cómo, pero lo hace en un cuartel en Colorado frente a 921 cadetes aeronáuticos recién graduados, sus soldados para esta batalla imprecisa.
Es esta danza de poder y la búsqueda de apropiación política lo que nos lleva a un acto final inquietantemente simbólico. Biden, vestido con traje, corbata, gemelos y un inapropiado sombrero de playa, tropieza con una bolsa de arena, cayendo simbólicamente ante los cadetes. ¿Es esto un presagio del fracaso de sus políticas migratorias y de seguridad fronteriza? ¿O es simplemente el ridículo final de un acto mal ejecutado?
La militarización de la frontera por parte de la administración Biden es un golpe bajo a la humanidad y a la sensibilidad. Es una estrategia costosa e ineficiente, una postura que tergiversa el significado del sueño americano y lo convierte en una pesadilla para aquellos que buscan refugio y una vida mejor. En vez de tratar a los migrantes como amenazas, Estados Unidos debe buscar soluciones humanitarias y comprensivas a los problemas de inmigración.
Porque al final del día, la frontera no es más que una línea trazada en el mapa. Son las acciones y las políticas las que determinan si esta línea representa la división o la unidad, la represión o la libertad, la intolerancia o la inclusión. La respuesta de la administración Biden a la inmigración, en su forma actual, parece olvidar esta premisa fundamental, priorizando la política del miedo y la retórica inflamatoria por encima de un enfoque inclusivo y compasivo. La realidad es que las políticas migratorias no se pueden resolver simplemente con una línea de tropas y una postura de intimidación.
En una tierra de libertad y oportunidades, Estados Unidos se está convirtiendo en una prisión a cielo abierto para aquellos que buscan un nuevo comienzo. Esta mentalidad de fortaleza sólo sirve para exacerbar el problema, haciendo de la frontera una zona de guerra más que un lugar de encuentro y mezcla de culturas. Tal estrategia sesgada y poco imaginativa sólo pone de manifiesto la brecha entre la retórica de la libertad y la dura realidad del miedo y la exclusión.
Las políticas de Biden y la histeria de los gobernadores republicanos no son más que una danza macabra en torno a la xenofobia y el miedo, una mezcla tóxica que amenaza con envenenar la esencia misma de lo que significa ser un estadounidense. La noble estatua de la Libertad, una vez un faro de esperanza para los inmigrantes, parece estar oscurecida por las sombras de la intolerancia y la xenofobia.
Y al final, tal vez esa bolsa de arena en el camino de Biden sea un presagio de lo que está por venir. Tal vez sea una señal de que sus políticas migratorias están condenadas a tropezar y caer, al igual que él. Sólo el tiempo dirá si Biden será capaz de levantarse de nuevo, o si se quedará arrodillado ante el espectro de su propia creación, una frontera convertida en fortaleza, una nación enclaustrada por el miedo y la paranoia.
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