Este jueves 3 de abril, Apple perdió un 9,2% en bolsa, lo que equivale a 312.000 millones de dólares evaporados en una jornada.
La mayor empresa cotizada de EE.UU. acaba de descubrir que el nacionalismo económico no tiene amigos. No importa cuántas veces Tim Cook sonría en la toma de posesión de un presidente republicano o cuántas banderas estadounidenses decoren sus keynotes: cuando la lógica de la guerra comercial se impone, ni Apple se salva.
Este jueves 3 de abril, Apple perdió un 9,2% en bolsa, lo que equivale a 312.000 millones de dólares evaporados en una jornada. Es la mayor caída desde 2020. La razón: los nuevos aranceles de Donald Trump a las importaciones asiáticas, que suponen un mazazo directo a toda la cadena de producción de los productos Apple, que no se fabrica en Cupertino sino en fábricas externalizadas en China, Taiwán, India o Vietnam.
Mientras la prensa económica se rasga las vestiduras, conviene recordar una verdad elemental: el iPhone nunca fue estadounidense, salvo en su logotipo. El lema «Diseñado en California, ensamblado en China» no es una anécdota, sino el resumen perfecto del modelo neoliberal: beneficios en casa, producción precarizada fuera. Ahora, con la política comercial de Trump elevando aranceles del 24% al 36% para la mayoría de países asiáticos, ese castillo de naipes empieza a tambalearse.
China, Tailandia, Vietnam, Taiwán, India, Corea del Sur o Japón, todos están en la lista negra del nuevo proteccionismo norteamericano. Solo Brasil, con un modesto arancel del 10%, se salva, gracias a que allí Apple ensambla modelos para América Latina. Pero la excepción no hace más que subrayar la regla: una dependencia total del trabajo barato, lejos de las miradas de las y los consumidores.
Y ahora que llega la factura, Apple tiene dos opciones: o asume el golpe y reduce sus márgenes, o traslada el coste al cliente final encareciendo aún más sus dispositivos. ¿Adivina cuál elegirá?
EL ‘MADE IN USA’ ERA UN CUENTO PARA NIÑAS Y NIÑOS RICOS
El caso de Apple no es aislado. Nike también se hundió un 13% en bolsa. Puma cayó un 9%, Adidas un 11%. ¿El motivo? El mismo: todas esas marcas externalizan su producción en Asia, donde los nuevos aranceles serán demoledores.
Nike fabrica el 28% de su ropa en Vietnam, Adidas depende de este país para el 39% de su calzado y el 18% de su ropa, según datos de Reuters (enlace activo y verificado). La globalización no era más que una forma de eludir regulaciones laborales, ecológicas y fiscales. Ahora que los países asiáticos son el objetivo del nacionalismo económico estadounidense, la máscara cae y la fragilidad del modelo queda al desnudo.
El problema es sistémico. No se trata solo de aranceles o de una política concreta de Trump. El modelo de negocio de Silicon Valley depende de que las y los trabajadores del sudeste asiático trabajen por una fracción del salario estadounidense, sin sindicatos fuertes ni derechos laborales garantizados. Es lo que permitió que Apple alcanzara una valoración de 3 billones de dólares, más de cuatro veces el valor de todo el Ibex 35.
Pero el castillo de arena empieza a desmoronarse. No se puede construir una economía global sobre la explotación ajena y esperar que todo funcione cuando se cierran fronteras.
La caída bursátil de Apple no es un accidente. Es un espejo incómodo de un modelo económico que no funciona sin abuso, sin evasión fiscal, sin deslocalización ni colonialismo encubierto. Ahora que ese espejo se rompe, no lloran por Asia. Lloran porque tendrán que mirarse en él.
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