06 May 2025

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Análisis ¿Cómo puede la izquierda recuperar a la clase trabajadora? En 5 claves
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Análisis ¿Cómo puede la izquierda recuperar a la clase trabajadora? En 5 claves 

Cinco claves urgentes para que la izquierda vuelva a servir a quien más la necesita: la clase trabajadora.

¿Cómo puede la izquierda reconectar con la clase trabajadora sin caer en la nostalgia ni en el marketing? No basta con cambiar el logo, ni hacer un par de vídeos virales. Hace falta un giro estratégico, organizativo y cultural. Un regreso sin complejos a la calle, al conflicto, a lo común.

Aquí van cinco claves. No son ideas bonitas. Son condiciones mínimas para volver a ser útiles. O al menos, para dejar de estorbar.

1. COLOCAR EN EL CENTRO LO MATERIAL, CONECTARLO CON TODAS LAS LUCHAS

Sin pan, no hay revolución. Y sin curro, sin vivienda, sin salario justo, no hay política que cale.

Durante años, la izquierda ha fragmentado sus discursos, compartimentando luchas que deberían ir de la mano: feminismo por un lado, ecologismo por otro, antirracismo aparte. Y al fondo, sin foco, lo más urgente: el trabajo, la vivienda, la cesta de la compra. La reconexión con la clase trabajadora empieza por situar esas necesidades materiales en el centro del mensaje y de la acción política.

Pero no se trata de abandonar las agendas identitarias. Se trata de tejerlas desde lo común, desde la realidad cotidiana. No es lo mismo hablar de “transición energética” que de cómo la factura de la luz deja a cientos de miles de familias sin calefacción cada invierno. No es lo mismo defender “economías del cuidado” que garantizar contratos dignos y jornadas justas para quienes limpian, cocinan y sostienen la vida.

La lucha feminista no está reñida con la reivindicación obrera, la complementa. La brecha salarial, los contratos parciales impuestos a mujeres, la feminización de la pobreza o el abandono de la dependencia son luchas de clase. Igual que lo es la lucha ecologista cuando se habla de barrios contaminados por industrias, de macrogranjas impuestas en zonas empobrecidas, de precariedad laboral verde.

Hay que decirlo sin rodeos: la política que no resuelve lo material es humo. La izquierda tiene que volver a hablar de lo que duele: el precio del alquiler, el coste de la comida, la incertidumbre de quien encadena contratos de tres meses, la imposibilidad de formar un proyecto de vida cuando todo flota en la precariedad.

Un ejemplo reciente: según el INE, el paro juvenil ronda el 28% en 2025. Y aún así, ningún partido de izquierdas ha conseguido hacer de ese drama una bandera movilizadora. Se habla más de “reto demográfico” que del derecho a tener un trabajo decente antes de los 30.

Recuperar a la clase trabajadora no pasa por campañas de marketing, ni por congresos de politólogos. Pasa por construir un relato de clase que conecte las luchas sociales con lo que realmente vacía la nevera.

2. ESTAR DONDE ESTÁ LA GENTE: BARRIOS, TAJOS Y SINDICALISMO DE BASE

No se puede representar a quien no se conoce. Ni defender a quien no se escucha.

La izquierda no puede permitirse seguir siendo un actor ausente en la vida cotidiana de las clases populares. Recuperar el vínculo con la clase trabajadora exige volver al territorio. A pie de calle. Sin filtros. No se trata de hacer visitas puntuales para la foto, sino de reconstruir una presencia estable, comprometida y organizada allí donde se juega la vida real: en los barrios periféricos, en los comedores escolares, en los mercados, en los centros de salud y en las colas del SEPE.

El abandono de estos espacios ha sido uno de los errores estratégicos más costosos. La red de casas del pueblo, ateneos, agrupaciones locales y asambleas barriales que durante décadas sostuvo a la izquierda ha sido sustituida por redes sociales, ruedas de prensa y campañas digitales que no penetran donde falta conexión a internet o sobra cansancio.

El territorio se disputa. Y la extrema derecha ya lo ha entendido. En barrios obreros de ciudades como Almería, Vigo, Murcia o Zaragoza, Vox ha comenzado a organizar actos presenciales, a ocupar plazas, a instalar carpas informativas. No convencen con ideas, convencen con presencia. Y donde no hay alternativa visible, el ruido encuentra espacio.

Según datos del Barómetro de Opinión del CIS, el voto a la derecha crece en los barrios donde la sensación de abandono institucional es mayor. No es ideología, es orfandad política. Y la izquierda solo podrá revertirlo si construye comunidad, no si compite por trending topics.

Y dentro de esa comunidad, el sindicalismo de base y combativo debe volver a ser central. No el sindicalismo corporativo, pactista o institucionalizado hasta la parálisis. Sino el que está presente en cada empresa, que defiende a las Kellys frente a las subcontratas, que organiza a riders y camareros frente a las plataformas, que no teme al conflicto.

Iniciativas como Sindillar/Sindihogar, Coordinadora de Trabajadores del Metal de Cádiz o Las Kellys han demostrado que la autoorganización desde abajo, con independencia política y conexión territorial, es posible. Lo que falta es apoyo, altavoz, respaldo.

Porque solo con una izquierda presente en los tajos y en los bloques se puede recuperar la credibilidad. Y sin credibilidad, no hay votos. Ni militancia. Ni cambio.

3. RECUPERAR UN LENGUAJE DIRECTO, POPULAR Y COMBATIVO

La clase trabajadora no necesita que le hablen como si no entendiera. Lo que necesita es que le hablen claro.

Durante años, la izquierda ha caído en una deriva lingüística que la ha alejado no solo de la calle, sino del oído común. Habla como un curso de máster, argumenta como un paper académico y comunica como si solo se dirigiera a convencidos. El resultado: desconexión emocional, desafección política y avance de los discursos reaccionarios.

Hablar de “interseccionalidad”, “transiciones ecosociales” o “redistribución fiscal progresiva” puede ser técnicamente correcto. Pero si la gente no entiende cómo eso afecta a su bolsillo, a su salud o a su jornada laboral, no sirve de nada. La derecha lo sabe y lo explota. No dice la verdad, pero sí lo que se entiende.

La izquierda tiene que dejar de temerle a las palabras contundentes: explotación, injusticia, robo, impunidad, clase. No se trata de caer en el simplismo cuñadista, sino de recuperar la fuerza del lenguaje popular. La izquierda no puede ser neutral cuando hay agresores económicos, ni tibia cuando hay violencia estructural.

Una familia que no llega a fin de mes no necesita una metáfora sobre “modelos productivos”. Necesita saber por qué su salario no sube y el del CEO de su empresa se ha duplicado. Una mujer precarizada no necesita que le hablen de “paradigmas del cuidado”, sino de horarios, de contratos, de seguridad. Y un joven que trabaja en Glovo no quiere discursos sobre el emprendimiento digital: quiere derechos laborales.

Además, el lenguaje construye comunidad. Si no se habla como la gente, la gente no se siente parte. Y sin pertenencia, no hay proyecto político. Por eso es urgente que la izquierda recupere las formas de hablar del sindicalismo clásico, de las luchas vecinales, de las asambleas populares. No para idealizar el pasado, sino para reconectar con lo común.

Ejemplo claro: mientras el Gobierno anunciaba planes de choque con conceptos abstractos, el sindicato de inquilinas de Barcelona lanzaba campañas con frases como “Esto no es una casa, es una trampa” o “Alquiler o comida”. Directo. Doloroso. Eficaz.

El lenguaje no solo describe el mundo. Lo organiza. Y si el discurso de la izquierda no ordena el mundo de las y los precarios, lo hará el fascismo.

4. DESENMASCARAR EL FALSO POPULISMO REACCIONARIO: NO SON ANTISISTEMA, SON SUS PERROS GUARDIANES

La extrema derecha no viene a proteger a la clase trabajadora. Viene a dividirla, a desorganizarla y a entregarla atada de pies y manos al capital.

Uno de los grandes errores de la izquierda ha sido no combatir con firmeza la narrativa de que Vox, Alvise y otros agitadores ultraderechistas representan una alternativa popular o antisistema. Esa percepción, aunque falsa, ha calado en sectores obreros y populares hartos de promesas incumplidas, de políticos lejanos y de precariedad estructural.

Pero la verdad es otra: estos falsos tribunos del pueblo son creaciones funcionales al poder económico. Financiados por redes oscuras, bendecidos por medios de comunicación corporativos, conectados con think tanks ultracatólicos y respaldados por empresarios, su objetivo no es empoderar al trabajador, sino convertir su frustración en odio contra otros igual de oprimidos: migrantes, mujeres, personas LGTBI, activistas.

Mientras dicen combatir “a las élites”, votan en Europa contra el impuesto a las grandes fortunas. Mientras hablan de “la España vaciada”, privatizan la sanidad y venden suelo rural a fondos de inversión. Mientras se llenan la boca con “soberanía”, entregan la política energética a multinacionales y apoyan el saqueo de los bienes comunes.

Son reaccionarios, no revolucionarios. Son sirvientes de los mismos poderes que empobrecen a la mayoría. Y eso hay que repetirlo sin descanso, en todos los formatos, con datos y con fuerza. Porque el fascismo no avanza solo por el odio que genera, sino por el silencio que encuentra.

Según una investigación de Sistema161, muchas de las empresas de “desokupación” vinculadas al entorno de Vox operan en coordinación con grandes tenedoras de vivienda y fondos buitre. ¿De qué lado están, entonces? Del lado de quienes desahucian, no de quienes son desahuciados.

Por eso es urgente que la izquierda, además de ofrecer alternativas reales, se convierta en una maquinaria de desmontaje del discurso reaccionario. Con campañas que no solo respondan, sino que ataquen. Que no se limiten a ironizar, sino que expongan con crudeza el vínculo entre el odio y el dinero.

Decir que Vox está financiado por empresarios no es exagerado. Es describir una estructura. Como tampoco es exagerado señalar que lo que proponen no es revolución, sino represión: leyes más duras, más cárceles, más miedo, más precariedad.

Y frente a eso, la izquierda tiene que recuperar su papel pedagógico, combativo y desmitificador. El fascismo no se debate. Se desenmascara.

5. UNIDAD FRENTE A LA FRAGMENTACIÓN: EL PUEBLO NO TIENE TIEMPO PARA VUESTRAS GUERRAS INTERNAS

A la gente que no llega a fin de mes le da igual quién se quede con la portavocía. Lo que quiere es saber quién la va a defender.

La fragmentación de la izquierda no solo es un problema táctico. Es una traición estratégica a quienes más necesitan un frente común que les proteja. Cada ruptura, cada purga, cada congreso autodestructivo, cada escisión innecesaria es gasolina para la extrema derecha y anestesia para la esperanza popular.

Mientras la derecha se coordina para aplicar su programa a escala autonómica, estatal y europea, la izquierda compite por liderazgos, cuotas internas, candidaturas paralelas. Las campañas electorales progresistas se han convertido en ejercicios de equilibrios de ego, donde el programa importa menos que la foto y las siglas.

Y no es una crítica romántica. Es un dato político: en las elecciones municipales de 2023, la desunión de la izquierda provocó que miles de concejalías y alcaldías fueran a parar a PP y Vox. En Madrid, València, Sevilla o Zaragoza, la falta de unidad supuso gobiernos reaccionarios con consecuencias directas en vivienda, salud, servicios públicos y represión.

El pueblo no entiende ni tiene por qué entender por qué existen tres partidos que dicen lo mismo. No quiere diez siglas. Quiere una respuesta. Una fuerza. Una dirección.

La solución no es esconder los debates ni homogeneizarlo todo. La solución es construir una unidad popular con base común, respeto mutuo y una brújula clara: los intereses de la mayoría social precarizada. Como hizo el Frente Amplio en Uruguay, como intenta hacer el Nuevo Frente Popular en Francia, como se logró en su momento en Catalunya con la CUP o en Euskadi con EH Bildu.

La división debilita no solo electoralmente, sino simbólicamente. Genera cinismo. Hace que la gente trabajadora vea a la izquierda como una pelea constante de tertulianos, no como un instrumento de transformación. Y cuando eso pasa, se vota por miedo o se deja de votar.

La izquierda no ganará si no se une. Pero sobre todo, no merece ganar si no es capaz de superar sus miserias internas para estar a la altura del dolor del pueblo.

La clase trabajadora no necesita una izquierda perfecta. Necesita una izquierda que esté. Que escuche. Que pelee. Que no huya cuando toca mancharse las manos.

No hacen falta más congresos ni más manifiestos. Hace falta organización, presencia, claridad y unidad. Porque si la izquierda no vuelve a ser un proyecto de vida para quienes viven peor, no será nada.

O la izquierda vuelve a ser clase, o seguirá siendo un eco amable en las redes mientras el fascismo se queda con el barrio.

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