Un país atrapado entre la crisis política, identitaria y económica
Durante décadas, Alemania fue un modelo de estabilidad política, cohesión social y fortaleza económica. Sin embargo, la situación actual revela un país atrapado en una crisis profunda y multiforme que amenaza con convertirlo en el «enfermo de Europa». El colapso de la coalición tripartita, la creciente fragmentación del sistema político, el retroceso económico y una identidad nacional desgarrada por el auge de fuerzas nacionalistas y xenófobas son sólo algunas de las aristas de este complejo escenario.
La caída de Alemania tiene implicaciones que trascienden sus fronteras. Como primera economía de la Unión Europea y pieza clave en su integración, el declive del gigante alemán podría acelerar la descomposición del proyecto europeo o, en el mejor de los casos, profundizar sus desigualdades estructurales.
EL SISTEMA POLÍTICO, UNA FRAGMENTACIÓN SIN FRENO
El sistema bipartidista que estructuró la posguerra alemana se desmorona. Durante años, la CDU-CSU democristiana y el SPD socialdemócrata lograron construir gobiernos estables y predecibles. No obstante, la crisis del SPD, sumido en un desplome histórico, y el surgimiento de nuevas fuerzas políticas han convertido la gobernabilidad alemana en un ejercicio imposible.
La aparición de los Verdes, Die Linke y, más recientemente, de Alternativa para Alemania (AfD), ha fragmentado el Parlamento. La AfD, con un discurso abiertamente xenófobo y pro-Putin, alcanza ya el 19% en las encuestas y supera el 30% en los Länder del Este. Paralelamente, la escisión de Die Linke ha dado lugar a la Bündnis Sahra Wagenknecht (BSW), una fuerza que mezcla conservadurismo social con posturas económicas radicales.
Esta multiplicidad de actores ha obligado a coaliciones tripartitas, como la fallida alianza entre SPD, Verdes y Liberales, paralizada por disputas internas y por el extremismo fiscal del FDP. La estabilidad política alemana, una seña de identidad durante el siglo XX, se ha convertido en un espejismo roto.
El hundimiento del SPD es especialmente sintomático. De ser el partido socialdemócrata más fuerte de Europa, ha pasado del 45% en 1972 al 16% en las encuestas para 2025. Las reformas neoliberales de Gerhard Schröder en los años 2000 fracturaron su base obrera, que ahora vira hacia la extrema derecha. La Ostpolitik y su relación histórica con Rusia también han erosionado su imagen en plena guerra de Ucrania.
Una política rota y dominada por la austeridad fiscal deja al país paralizado. La sentencia del Tribunal Constitucional que anuló la transferencia de fondos para el cambio climático ha evidenciado la rigidez del Schuldenbremse, el freno a la deuda constitucional que sofoca cualquier política de inversión pública.
LA IDENTIDAD ALEMANA Y EL RESURGIR DEL NACIONALISMO
Ochenta años después del fin del nazismo, Alemania enfrenta una crisis de identidad profunda. La ola migratoria de la última década, con un aumento del 50% en la población extranjera (19,5% en 2023), ha sido una bendición económica, pero también un detonante social. El Este, donde la presencia de extranjeros fue mínima durante la RDA, se ha convertido en el epicentro del rechazo a la inmigración y el caldo de cultivo de la AfD.
La noche de Colonia en 2015, los atentados islamistas y la crisis de vivienda han sido instrumentalizados por la ultraderecha para desatar un discurso xenófobo que permea la sociedad. La Alemania abierta y liberal de 2015, que bajo Merkel recibió a un millón de refugiados con el famoso «wir schaffen das» («lo lograremos»), ha dado paso a una sociedad dividida y desconfiada.
El contexto internacional también ha exacerbado esta crisis identitaria. El apoyo incondicional de Alemania al Israel de Netanyahu, impulsado por una culpa histórica hacia el pueblo judío, ha alienado al país en el Sur Global. Esta postura, combinada con una política migratoria endurecida promovida por la Comisión de Ursula von der Leyen, acentúa el aislamiento de Europa y la fractura con los países del Sahel, Asia y América Latina.
UN MODELO ECONÓMICO AL BORDE DEL COLAPSO
La crisis económica alemana es la más visible de sus fracturas. El modelo basado en la industria, las exportaciones y la austeridad fiscal ha llegado a su límite. La dependencia del gas ruso, rota por la guerra en Ucrania, ha disparado los precios energéticos y golpeado sectores clave como la química y la siderurgia. La transición hacia el coche eléctrico amenaza al motor industrial del país: la automoción.
Al mismo tiempo, China, antaño gran aliada comercial, se ha convertido en un competidor directo. El mercado chino, que permitió a Alemania esquivar las consecuencias de la austeridad europea, ahora castiga a sus fabricantes de automóviles y maquinaria. Mientras tanto, Estados Unidos presiona con medidas proteccionistas y una guerra comercial que pone a Alemania entre la espada y la pared.
El dogma de la austeridad fiscal ha dejado a Alemania con infraestructuras obsoletas: ferrocarriles caóticos, carreteras colapsadas y una transición ecológica paralizada. A pesar de tipos de interés negativos durante años, el freno a la deuda ha impedido invertir.
Pero más allá del estancamiento industrial, la crisis económica alemana refleja un problema estructural. En un mundo dominado por las tecnologías digitales y las cadenas globales, Alemania sigue produciendo lo mismo que hace un siglo: autos, productos químicos y máquinas-herramienta.
El coloso con pies de barro está tambaleándose, y su caída amenaza con arrastrar a toda Europa.
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