Las denuncias no frenan el derecho a la libertad de expresión, pero el hostigamiento a figuras públicas se convierte en una herramienta política.
LA JUSTICIA COMO HERRAMIENTA DE REPRESIÓN
¿Qué tan lejos estamos de convertirnos en una sociedad donde hacer humor sobre la religión es sinónimo de delito? La reciente querella presentada por la organización Abogados Cristianos contra El Gran Wyoming, presentador de El Intermedio, vuelve a poner sobre la mesa una pregunta alarmante: ¿dónde queda la libertad de expresión cuando ciertos sectores intentan censurar el humor crítico?
El pasado 25 de septiembre, Wyoming se disfrazó de obispo para hacer una sátira sobre “la Iglesia Aznariana” en referencia a la última aparición pública del expresidente José María Aznar. La respuesta de Abogados Cristianos fue inmediata: denuncia por “escarnio” y “ataque a los sentimientos religiosos”. Esta organización sostiene que el humorista ha incurrido en un delito de incitación al odio y la violencia. La demanda se escuda en la idea de que burlarse de los católicos es una ofensa que debe ser castigada. Sin embargo, ¿realmente una broma en un programa de televisión atenta contra la convivencia religiosa?
El derecho a la libertad de expresión está consagrado en la Constitución Española, y aunque no es ilimitado, resulta fundamental para una sociedad democrática. Satirizar figuras o instituciones, incluidas las religiosas, forma parte del ejercicio de esa libertad. Lo preocupante es que este tipo de demandas pretenden criminalizar la crítica y el humor cuando se dirigen a sectores con poder histórico, como la Iglesia católica. Y no es la primera vez que ocurre. El caso más reciente, el archivo de la querella contra TV3 por una parodia de la Virgen del Rocío, refleja la tendencia de algunos grupos a utilizar la vía judicial para silenciar a quienes se atrevan a poner en tela de juicio símbolos religiosos.
Abogados Cristianos insiste en que el humor de Wyoming y otros presentadores “humilla” a los fieles. Pero, ¿hasta qué punto una crítica pública pone en peligro la fe de los creyentes o el respeto hacia una religión? El humor es un arma social que permite desinflar la pomposidad del poder, sea religioso o político. Intentar castigar a quienes lo practican es un síntoma de que no se tolera la discrepancia, un peligro latente en cualquier sistema que aspire a ser democrático.
LA SÁTIRA COMO RESISTENCIA ANTE LA INTOLERANCIA
La querella contra El Gran Wyoming no es un caso aislado, sino un eslabón más en la cadena de intentos por parte de ciertos grupos ultraconservadores de imponer sus valores mediante la censura. El problema no es el humor, sino la intolerancia de aquellos que no aceptan ser objeto de crítica. El humor tiene un papel social importante: cuestiona, incomoda y expone las contradicciones del poder. Esto incluye a las instituciones religiosas que, a lo largo de la historia, han ejercido una influencia desmesurada en la política y en las vidas de las personas.
El caso de Abogados Cristianos es un claro ejemplo de cómo ciertos sectores quieren volver a un tiempo en el que las instituciones religiosas eran intocables, y la crítica, un sacrilegio. En su comunicado, la organización menciona que el gag fue una forma de incrementar la audiencia de El Intermedio, insinuando que se atacó a la Iglesia por mera estrategia de marketing. Sin embargo, es evidente que la sátira de Wyoming forma parte de un estilo periodístico que ha sido constante en su carrera: señalar con ironía y sarcasmo los excesos y contradicciones del poder.
Más allá de los detalles del gag en cuestión, lo preocupante es que se utilice la justicia como herramienta para amedrentar y silenciar. No es la primera vez que Abogados Cristianos intenta judicializar el humor. Su reciente querella contra TV3 por la parodia de la Virgen del Rocío fue archivada por la Audiencia de Barcelona, que defendió la libertad de expresión como el derecho que protege, entre otras cosas, la sátira y la parodia. Pese a ello, la organización no ceja en su empeño de llevar a los tribunales a quienes se atrevan a desafiar sus creencias.
La actitud de estos sectores conservadores no solo resulta anacrónica, sino peligrosa. Convertir la ofensa en delito es el primer paso hacia la censura. Si hoy se castiga una parodia, mañana se perseguirá la crítica política y, poco después, cualquier opinión disidente. Así se desmantelan las democracias: no de golpe, sino poco a poco, con ataques disfrazados de “defensa de los valores”.
El humor es una forma de resistencia. Y, en tiempos de intolerancia, la sátira se convierte en una herramienta de lucha contra la represión y la censura. Lo que realmente debería preocuparnos no es que alguien se burle de una religión o de un político, sino que existan organizaciones dispuestas a utilizar el sistema judicial para coartar ese derecho. Una sociedad libre necesita del humor para sobrevivir; quienes no lo entienden, lo que realmente temen es la verdad que se esconde detrás de cada risa.
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