02 Sep 2025

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Opinión | El voto robado a la clase trabajadora
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Opinión | El voto robado a la clase trabajadora 

Un país donde la mentira se ha convertido en la única estrategia política de la derecha

No existe ni una sola razón objetiva para que alguien que cobre menos de 2500 euros al mes entregue su voto a la derecha. Ninguna. Ni en salarios, ni en vivienda, ni en pensiones, ni en sanidad, ni en educación. La derecha no gobierna para las y los trabajadores, sino para quienes ya tienen el mes resuelto antes de que empiece. Su programa económico es un manual de saqueo: reducción de impuestos a grandes fortunas, amnistías fiscales para evasores, despido más barato, privatización de la sanidad y la educación, criminalización de la protesta laboral.

Los datos lo confirman. En España, según Eurostat, los beneficios empresariales crecieron un 11,3% entre 2019 y 2023, mientras que los salarios apenas subieron un 4,7% en el mismo periodo. El Observatorio de márgenes empresariales denunció que las grandes compañías trasladaron el coste de la inflación a las familias trabajadoras, disparando sus beneficios incluso en plena crisis. Aun así, los mismos partidos que legislaron estas políticas siguen obteniendo votos en barrios obreros. ¿Cómo lo hacen?

La respuesta es clara: engañar, manipular y enfangar.

Los gurús electorales de la derecha saben que, si la gente votara en función de sus intereses materiales, sus partidos no pasarían del 15%. Lo saben y por eso han convertido la política en un laberinto envenenado. Se trata de confundir hasta que la persona trabajadora vote contra sí misma.

EL NEGOCIO DEL ENFANGO

La técnica es conocida, pero se perfecciona cada ciclo electoral. Primero, saturar con ruido. Un escándalo tapa al anterior y la corrupción se convierte en un carrusel infinito. El caso Gürtel, con condena firme contra el PP en 2018, fue sucedido por Lezo, Púnica, Taula, Kitchen, mascarillas, contratos a dedo en el SAS andaluz, incendios…. Todo queda enterrado bajo capas de “ya se ha hablado mucho de esto”.

Segundo, desplazar el foco. Cuando se discute de inmigración, banderas, toros o “okupas”, nadie habla de los 500 millones desviados a la sanidad privada en Andalucía con agosticidad y alevosía, ni de que en Madrid murieron 7.291 mayores en residencias sin ser trasladados a hospitales. La derecha sabe que los salarios congelados o los alquileres imposibles no generan adhesión. Lo que moviliza es el miedo.

Tercero, convertir la mentira en producto de consumo masivo. Fake news lanzadas desde medios afines, repetidas en tertulias, amplificadas por bots en redes sociales. La llamada “brigada política” del PP fabricó informes falsos para destruir a adversarios. Okdiario publicó portadas con cuentas bancarias inventadas contra Podemos. Y aun después de ser desmentidas en sede judicial, esas mentiras siguieron circulando en el imaginario colectivo.

El objetivo no es solo manipular, sino hacer indescifrable la política. Que cualquier propuesta suene sospechosa. Que la ciudadanía se desoriente hasta asumir que “todos son iguales”. Y cuando todo es lo mismo, gana siempre quien ya tiene el control económico, mediático y judicial.

EL ENGAÑO COMO ESTRATEGIA PERMANENTE

No hay voto obrero a la derecha sin engaño previo. Y ese engaño no es un error aislado, sino la columna vertebral de su estrategia. La derecha nunca se presenta como lo que es: un proyecto político al servicio de minorías enriquecidas. Se disfraza de “sentido común”, de “patriotismo”, de “defensa de la libertad”.

La palabra “libertad” es el ejemplo más obsceno. Para Isabel Díaz Ayuso, libertad fue abrir bares en pandemia mientras se moría gente en residencias. Para Javier Milei, libertad significa destruir derechos laborales y entregar el país a los buitres financieros. Para Donald Trump, libertad es restringir el voto por correo para que solo voten quienes pueden hacerlo en persona un martes laboral. La libertad se convierte en una máscara que esconde servidumbre.

Los datos de desigualdad lo ilustran con crudeza. En España, según la Agencia Tributaria, el 1% más rico concentra casi el 25% de la riqueza nacional. Y mientras tanto, el 53% de la población asalariada gana menos de 1.500 euros al mes. Votar a la derecha en ese contexto es un acto de fe ciega en quienes legislan para los bancos y los fondos de inversión. Pero la fe no surge sola: se fabrica.

Se fabrica con portadas de periódicos que criminalizan huelgas, con editoriales que comparan vivienda pública con “soviética”, con tertulianos que reducen la pobreza a un problema de esfuerzo individual. Se fabrica con bulos que señalan a migrantes como culpables de la precariedad laboral, mientras son precisamente esos migrantes quienes sostienen sectores enteros de la economía con sueldos de miseria.

La derecha no necesita convencer, solo necesita engañar lo suficiente para ganar unas elecciones más. Y lo consigue gracias a un engranaje mediático, empresarial y judicial que funciona como un ejército invisible.

Lo más trágico no es que la derecha mienta. Es que su mentira se normalice. Que una parte de la clase trabajadora interiorice que su precariedad es culpa de la inmigración, del feminismo, de los sindicatos, de cualquier cosa salvo de quienes legislan para mantenerla en la precariedad.

El verdadero milagro no está en que la derecha convenza. Está en que siga logrando que millones de personas voten a quienes les roban el futuro cada día.

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