El ritmo de calentamiento actual es de 0.2°C por década desde 1970, más rápido que en cualquier otro momento de la historia humana.
El mundo está experimentando un aumento de las temperaturas sin precedentes en la historia registrada. En los últimos 60 años, la Tierra se ha calentado 1°C, una velocidad que triplica la de los primeros 50 años del siglo XX. Los años 2023 y 2024 han sido los más cálidos desde que se tienen registros, situándose cerca de 1.5°C por encima de los niveles preindustriales.
En septiembre de 1933, Joseph Kincer se preguntó si el clima estaba cambiando. Su análisis de las temperaturas globales reveló un calentamiento, aunque sin identificar sus causas. Años después, el ingeniero británico Guy Callendar demostró que las emisiones de dióxido de carbono, resultado directo de la quema de carbón, eran un factor determinante. Desde entonces, la ciencia ha documentado, con alarmante claridad, cómo la actividad humana está acelerando el calentamiento global.
El ritmo de calentamiento actual es de 0.2°C por década desde 1970, más rápido que en cualquier otro momento de la historia humana. Los modelos climáticos, combinados con mediciones de miles de estaciones meteorológicas y satélites, confirman una tendencia devastadora. Sin embargo, este fenómeno no afecta a todas las regiones por igual: mientras los océanos se calientan más lentamente, el Ártico se está calentando hasta cuatro veces más rápido que el promedio global.
El contexto no puede ser más desolador: el cambio climático no es una amenaza lejana, es una realidad que afecta a millones de personas. Las sequías en el Sahel, los incendios en el Mediterráneo y las olas de calor en el sur de Asia son pruebas tangibles de cómo el planeta está entrando en una fase crítica. Cada décima de grado adicional pone en peligro ecosistemas completos y amplifica las desigualdades sociales.
RESPONSABILIDADES HUMANAS Y EL FUTURO INCIERTO
La velocidad del calentamiento está directamente relacionada con las emisiones de gases de efecto invernadero. Si seguimos aumentando las emisiones, el planeta se calentará aún más rápido. Si las reducimos, el calentamiento continuará, pero a un ritmo más lento. La única forma de estabilizar las temperaturas globales es alcanzar emisiones netas cero, pero las promesas de los líderes mundiales siguen siendo insuficientes.
Desde 1970, la implementación de políticas de aire limpio ha mitigado el efecto de los aerosoles contaminantes, pero el problema de fondo persiste. La quema de combustibles fósiles sigue siendo el principal motor del calentamiento global, agravado por una economía global que prioriza los beneficios empresariales sobre la sostenibilidad. Las y los responsables políticos, presionados por lobbies corporativos, han pospuesto las decisiones difíciles, hipotecando el futuro de las generaciones venideras.
El panorama para 2025 no es más alentador. Aunque la transición a condiciones de La Niña podría generar un breve descenso de las temperaturas, los modelos indican que el calentamiento a largo plazo continuará. La comunidad científica advierte que en la próxima década superaremos de manera permanente los 1.5°C, a menos que se produzca un giro radical en las políticas globales. Pero la inacción parece ser la norma. Las negociaciones de la COP29 en Azerbaiyán se enfrentan al desafío de frenar el desastre mientras las grandes economías siguen ampliando la explotación de recursos fósiles.
En un mundo donde las soluciones existen, pero la voluntad política brilla por su ausencia, el calentamiento global no es solo un fallo del sistema, es su síntoma más letal.
Las consecuencias ya son palpables: las y los trabajadores agrícolas enfrentan cosechas arruinadas por sequías extremas, mientras las y los habitantes de islas pequeñas ven desaparecer sus hogares bajo el agua. Sin embargo, quienes más contribuyen al calentamiento son los menos afectados por sus consecuencias. La desigualdad climática es la cara más cruel del capitalismo, un sistema que prioriza el beneficio inmediato de unos pocos sobre la supervivencia colectiva.
Este no es un problema exclusivo del futuro. Es una catástrofe presente que pide acción inmediata.
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