77 años después de la expulsión forzada de más de 700.000 palestinos, el genocidio en Gaza confirma que la Nakba no es historia: es presente.
El 15 de mayo no es una fecha cualquiera en el calendario del pueblo palestino. Es el día en que recuerdan la pérdida de su tierra, su hogar y su historia. Pero no se trata de una efeméride estática, encerrada en los libros de texto o conmemorada en museos: la Nakba, que significa “la catástrofe” en árabe, no es solo un evento del pasado. Es un proceso en curso. Un crimen prolongado durante 77 años. Un exilio forzado que se actualiza cada día con nuevos nombres, nuevas víctimas y nuevos silencios.
En 1948, con la proclamación del Estado de Israel, comenzó una campaña de limpieza étnica sistemática para expulsar a la población autóctona palestina de sus tierras. Más de 700.000 personas fueron desplazadas. Sus casas fueron saqueadas, sus aldeas arrasadas, sus nombres borrados de los mapas. Lo que comenzó como una estrategia militar planificada (el Plan Dalet), derivó en una tragedia humana sin precedentes: 531 pueblos destruidos, cientos de masacres, y un pueblo reducido a escombros y memoria.
Una limpieza étnica planificada
La versión oficial que Occidente adoptó durante años hablaba de un conflicto entre iguales. Pero no fue así. Los hechos están documentados: las milicias sionistas, como la Haganá, el Irgún y Lehi, llevaron a cabo operaciones de terror para forzar la huida de los palestinos. Una de las más emblemáticas fue la masacre de Deir Yassin, donde 107 civiles fueron asesinados brutalmente. El mensaje era claro: marcharse o morir.
Mientras la comunidad internacional asistía al nacimiento del Estado de Israel como una suerte de redención tras el Holocausto, se legitimaba de forma cínica un nuevo colonialismo: el que se construyó sobre las ruinas de otro pueblo. La ONU reconoció a Israel en 1948, pero no garantizó el cumplimiento de la Resolución 194, que estipulaba el derecho al retorno de los refugiados palestinos. Ese derecho sigue sin cumplirse.
Hoy, cerca de 6 millones de personas palestinas viven en campos de refugiados repartidos entre Cisjordania, Gaza, Jordania, Líbano y Siria. Muchas de ellas conservan las llaves de sus casas originales, como acto simbólico de una memoria que se niega a morir. Porque la Nakba no fue un único episodio: fue el comienzo de un apartheid, una ocupación y un cerco.
Ocupación, apartheid y negación
Tras la guerra de 1967, Israel se anexionó Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este. La ocupación se institucionalizó y se transformó en un régimen de apartheid. Se construyeron asentamientos ilegales, se instalaron checkpoints militares, se fragmentó el territorio en enclaves separados por muros y carreteras de uso exclusivo para colonos. La vida palestina se convirtió en una carrera de obstáculos, de humillaciones y de prótesis jurídicas.
Amnistía Internacional, Human Rights Watch y la organización israelí B’Tselem lo han denunciado de forma contundente: Israel mantiene un régimen de apartheid que vulnera sistemáticamente los derechos humanos del pueblo palestino. No se trata de una opinión, sino de una constatación legal y política. La diferenciación de sistemas legales, el uso del agua, la movilidad, la confiscación de tierras y la violencia armada son parte de una estrategia de supremacía nacional institucionalizada.
En la Franja de Gaza, la situación es aún más extrema. Desde 2007, Israel mantiene un bloqueo total sobre el enclave, controlando sus fronteras, su espacio aéreo y marítimo. Gaza es una cárcel al aire libre. Sus dos millones de habitantes viven bajo asedio constante, sin posibilidad real de escapar, con recursos sanitarios y energéticos limitados, y sometidos a bombardeos cíclicos que destruyen escuelas, hospitales y viviendas sin distinción.
Gaza, 2023-2025: la Nakba en directo
Desde el 7 de octubre de 2023, el mundo asiste a un episodio de violencia genocida sin precedentes desde la creación del Estado de Israel. La excusa fue el brutal ataque de Hamás, pero la respuesta ha superado todos los límites de la legalidad y la humanidad. En poco más de un año y medio, más de 35.000 personas han sido asesinadas en Gaza, entre ellas 15.000 niños.
Israel ha bombardeado hospitales, refugios de la ONU, convoyes humanitarios, zonas residenciales y centros escolares. Ha matado a periodistas, médicos y cooperantes. Ha usado el hambre como arma de guerra, impidiendo la entrada de alimentos y agua potable. Ha destruido infraestructuras esenciales, dejando a millones de personas sin electricidad, medicinas ni posibilidad de evacuación.
La Corte Penal Internacional y el Tribunal Internacional de Justicia investigan estos crímenes, pero las potencias occidentales siguen otorgando impunidad diplomática, militar y mediática al gobierno de Netanyahu. Estados Unidos ha vetado múltiples resoluciones de alto el fuego en el Consejo de Seguridad. La Unión Europea ha mantenido acuerdos comerciales y exportaciones de armamento. Y España, pese a algunas declaraciones simbólicas, sigue sin suspender la cooperación militar con Israel.
Hoy, Gaza es el rostro de la Nakba: una población desplazada, perseguida, demonizada y aniquilada ante la mirada del mundo. Los palestinos ya no huyen con llaves en los bolsillos, sino con las manos vacías, porque no queda casa alguna a la que volver.
Recordar para resistir
Hablar de la Nakba es hablar de colonialismo, de racismo institucional, de ocupación, de apartheid y de impunidad internacional. Pero también es hablar de memoria, dignidad y resistencia.
Cada 15 de mayo, el pueblo palestino recuerda no solo lo que perdió, sino también lo que mantiene: su derecho al retorno, su identidad, su historia y su lucha. Las marchas del retorno, las huelgas generales, las campañas de boicot y los testimonios de quienes sobreviven en el exilio son formas de resistir a una narrativa que quiere borrar su existencia.
La Nakba no es un evento cerrado. Es una herida abierta. Y no se puede hablar de paz sin justicia, ni de justicia sin memoria.
El deber de no mirar hacia otro lado
Para Europa, la causa palestina fue durante décadas una cuestión secundaria, un «conflicto lejano» entre dos partes. Hoy, esa neutralidad se ha convertido en complicidad. Los gobiernos que siguen armando a Israel, que justifican su violencia o que criminalizan la solidaridad con Palestina, están siendo cómplices de un genocidio.
Porque lo que ocurre hoy en Gaza no es un «exceso en la defensa propia», sino un proyecto de limpieza étnica planificado, sostenido y ejecutado con tecnología de última generación y narrativa propagandística.
Decir «Nakba» en 2025 es decir «Rafah», «Deir al-Balah», «Khan Younis», «campo de refugiados de Jabalia». Es decir «hospital Al-Shifa», «niños amputados sin anestesia», «fosas comunes con cuerpos sin identificar». Es decir «muerte por inanición» mientras camiones con ayuda esperan al otro lado de la frontera.
Palestina vive, resiste y nombra
En medio del horror, el pueblo palestino sigue levantándose. Desde el corazón de Gaza hasta los campamentos del Líbano, desde Jerusalén hasta las universidades europeas ocupadas por estudiantes que exigen cortar los lazos con el apartheid israelí.
El 15 de mayo no es solo un día de duelo. Es un día de denuncia, de acción y de compromiso. La Nakba no terminó. Pero tampoco la lucha por justicia.
Por eso, hoy y siempre: Palestina libre. Desde el río hasta el mar.
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