La manipulación mediática en la tragedia de la DANA, ejemplificada por gestos teatrales como el de Rubén Gisbert y la difusión de bulos, muestra cómo algunos priorizan el protagonismo y un relato conveniente sobre la ética y el respeto al sufrimiento real de las víctimas.
La necesidad de manipular y distorsionar los hechos en medio de una tragedia tan inmensa como la DANA en Valencia revela algo profundamente preocupante: la urgencia de algunos por moldear la realidad a su favor, incluso a costa de la ética y la verdad. Actitudes como las del reportero Rubén Gisbert, que se manchó de barro a propósito para dramatizar su aparición, no solo subestiman la inteligencia de la audiencia, sino que desprecian el sufrimiento real de las víctimas. Esta teatralidad busca capitalizar la desgracia para obtener reconocimiento, trivializando un momento de auténtico dolor y necesidad.
Más allá de la búsqueda individual de protagonismo, este tipo de comportamiento es reflejo de una maquinaria mediática dispuesta a exagerar, falsear y hasta mentir si con ello se mantiene la atención y se reafirma un relato conveniente. En este contexto, el uso de bulos y teorías no verificadas —como los falsos “700 tickets”— se convierte en una estrategia que no solo desinforma, sino que siembra miedo y desconfianza. La falta de honestidad no es solo un problema de unos pocos reporteros; es un síntoma de un sistema dispuesto a vender la tragedia como espectáculo a cualquier precio.
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