En la misa de las fiestas de Cascante, un párroco decidió usar su púlpito para lanzar un mensaje cargado de xenofobia y el pueblo respondió
Nadie se esperaba nada bueno de la Iglesia, pero a veces se supera. En la misa de las fiestas de Cascante, un párroco decidió usar su púlpito para lanzar un mensaje cargado de xenofobia, cuestionando por qué los inmigrantes reciben ayudas mientras «los nacionales» son ignorados.
El pueblo, en esta ocasión, no se quedó callado. El murmullo de desaprobación que recorrió la iglesia fue un claro indicio de que las palabras del párroco no iban a ser aceptadas sin más. La comunidad, cansada de discursos de odio disfrazados de preocupación social, mostró su indignación ante la falta de humanidad. No bastaron las disculpas forzadas, ni los intentos de suavizar el mensaje; el daño ya estaba hecho.
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