29 Abr 2024

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Verano de inflexión
Una mujer, en el techo de su vehículo en plena Z30, foto de Chuaquín Bernal.
Cambio climático, MEDIO AMBIENTE, PRINCIPAL

Verano de inflexión 

Individualmente, todos recordaremos el verano de 2023 por alguna razón personal. A nivel social, probablemente también lo hagamos por haber superado el punto de inflexión climático.

En lo que refiere a climatología, un punto de inflexión es un umbral crítico que al ser traspasado lleva a cambios significativos, y a menudo irreversibles, en el sistema climático del planeta.​ Este tipo de comportamiento está presente en distintos elementos del sistema planetario en el que vivimos, tales como ecosistemas, casquetes de hielo, la atmósfera o sistemas de circulación oceánica. Y si superamos esos umbrales críticos, las consecuencias serán un planeta mucho más difícil de habitar que en la actualidad, con todas las calamidades que ello conlleva. Incendios incontrolables, sequías, eventos meteorológicos extremos con mayor frecuencia o dificultad para cultivar alimentos son solo algunas de las consecuencias que ya estamos viviendo, y que se agravarán exponencialmente en el futuro próximo si no tomamos medidas urgentes.

¿Hemos superado ya esos puntos de inflexión? Difícil saberlo, pero algunas voces aseguran que sí, y lo que hemos vivido estos últimos meses podrían ser la advertencia. El último informe publicado sobre la salud del planeta, publicada en la revista Science Advances y basada en 2.000 estudios, asegura que los sistemas de soporte vital de la Tierra están muy dañados y “fuera del espacio operativo seguro para la humanidad”. Según este informe, seis de los nueve límites planetarios se han sobrepasado ya con creces debido a la contaminación y la destrucción del mundo natural causadas por el hombre. 

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La reciente actualización del marco de Límites Planetarios muestra que se superan seis de los nueve límites. Crédito: Centro de Resiliencia de Estocolmo.

Sobrepasar estos límites significa que los sistemas se han alejado del estado seguro y estable que existió desde el final de la última edad de hielo, hace 10.000 años, hasta el comienzo de la revolución industrial. Toda la civilización moderna surgió en este período de tiempo, llamado Holoceno. Ahora entramos en una nueva era, cuyo nombre probablemente pase a la historia como «Idioceno«.

De momento, esta es la realidad climática que hemos sufrido este verano analizada desde diversos indicadores:

  • Temperaturas

La NASA ha asegurado que la temperatura media de julio de 2023 fue la más alta desde que hay registros, con un aumento de 1.1°C respecto a la temperatura media entre 1951 y 1980. Lejos de ser un hecho aislado, agosto vino a confirmar los peores escenarios, siendo a nivel global 1.5ºC más cálido que la media preindustrial de 1850-1900. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) lo confirmó a principios de septiembre: la Tierra acaba de registrar los tres meses más calurosos de su historia.

A día de hoy, y esperemos que solo de modo temporal, podemos confirmar que hemos alcanzado el umbral climático de +1,5ºC, la temperatura límite a la que podríamos adaptarnos, y que según el IPCC no deberíamos sobrepasar de ningún modo a lo largo de este siglo.

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En apenas unos meses se han batido multitud de récords de temperaturas máximas por todo el mundo. Hace tan solo una década, acercarse a los 50°C era algo extraordinario. Tristemente hoy en día se ha convertido en algo casi habitual, como demuestran los registros de este verano: 52.1°C en Furnace Creek (California, EE.UU.), 51.8 °C en Shahdad (Irán) o 52.2°C en Sanbao (China). Y no solo se baten récords, sino que en ocasiones esto sucede con diferencias tremendas, como es el caso de la máxima registrada en Valencia: 46.8°C, superando los 43.4 del 6 de julio de 1986 en 3.4°C. Y por si alguien tiene dudas, la AEMET aclara que «no es normal que se superen registros extremos con tanta amplitud”. Lo mismo sucedió en Córdoba, donde esta primavera se superó el anterior récord para el mes de abril en más de 4°C.

«Nuestro planeta acaba de soportar una temporada de ebullición: el verano más caluroso jamás registrado. El colapso climático ha comenzado. Los científicos llevan mucho tiempo advirtiendo de lo que desencadenará nuestra adicción a los combustibles fósiles”

Antonio Guterres, Secretario General de la ONU

Queda por ver los datos del macabro recuento de muertes asociadas a estas extremas condiciones. Durante la temporada pasada, sólo en Europa las altas temperaturas causaron más de 60.000 muertes.

Eso sí, hemos de disfrutar lo que queda de verano, puesto que probablemente sea el más fresco de lo que nos quede de vida. La NASA ha alertado de que España superará en los próximos años los 50°C y sufrirá olas de calor más extremas por el cambio climático.

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Y mientras la ciencia y la cruda realidad advierten, la clase política y los medios de comunicación siguen negando la mayor y pisando el acelerador hacia el abismo. Ambos se deben (salvando honrosas pero escasas excepciones) a sus dueños económicos, que son los principales defensores de un negacionismo/retardismo climático impulsado para que nada cambie y poder así seguir generando beneficios.

Por poner solo un ejemplo, en los territorios en que gobiernan PP y Vox se han cancelado los escasos e insuficientes proyectos de mitigación climática que se habían puesto en marcha, llevando a situaciones como convertir Madrid en la mayor ‘isla de calor’ del mundo. Y los medios siguen sin hablar de las causas y soluciones reales al cambio climático, reduciendo todo a catastrofismo climático, responsabilidad individual y llegando incluso a obscenos y surrealistas titulares como el publicado en La Voz de Galicia a principios de agosto, celebrando las altas temperaturas del océano: “El lujo de A Mariña: bañarse a las nueve de la noche con el agua del mar a 21 grados”. Confirmamos Idioceno.

  • Temperatura de los océanos

La temperatura en tierra es la única en la que solemos fijarnos por razones obvias. Sin embargo, la temperatura de los océanos es probablemente más importante, puesto que estos son los reguladores climáticos del planeta. Y los datos no son buenos. Es más, las alarmas han saltado por los aires y los científicos que estudian estos fenómenos no tienen ni idea de lo que está sucediendo. Lo que sí saben seguro es que no es nada positivo. La siguiente gráfica muestra la anomalía de la temperatura del mar en superficie en el periodo 1979-2023, y no puede ser más ilustrativa:

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Uno de los mares donde más se está notando el aumento de las temperaturas es el Mediterráneo, superando los 31ºC, con récord absoluto en la boya de Dragonera el 24 de agosto a las 15.00 horas, marcando la increíble cifra de 31.21ºC. Estas anómalas temperaturas están estrechamente vinculadas a las DANAS producidas en diferentes regiones del Mediterráneo.

  • Inundaciones

Todos estos desequilibrios que generamos sobre el planeta se retroalimentan entre sí, y vuelven a nosotros en forma de muerte y destrucción en una especie de respuesta kármica planetaria. Como ejemplo evidente, las inundaciones producidas por la tormenta Daniel. Los científicos habían advertido de que el aumento de las temperaturas del Mediterráneo provocaría terribles DANAS, puesto que todo el agua que se evaporaba de más en algún momento tendría que volver a tierra, debido a las incomprendidas y maltratadas leyes de la termodinámica. Y así fue. Lo que no predijeron es su virulencia ni extraño comportamiento, algo sin precedentes y a lo que ni siquiera sabemos muy bien como denominar (¿Medicane?, ¿Ciclón?, ¿Tormenta tropical-mediterránea?).

Nunca se había visto algo igual en el Mediterráneo. Y si a estos fenómenos meteorológicos extremos le sumamos la prepotencia humana, con un urbanismo suicida y un respeto nulo por las leyes de la naturaleza, tenemos el terrible resultado: un dramático número de víctimas e incalculables daños materiales.

Además del drama en Grecia, donde en 48 horas llovió lo equivalente a la media de tres años, cabe destacar el caso de Libia y la indiferencia e hipocresía occidental ante un número dantesco de víctimas, y que de producirse en una región con personas no pobres hubiera supuesto una oleada de solidaridad y atención mediática del nivel de la que arrasó con miles de vidas. Quizás el hecho de que sea un país previamente destrozado por la OTAN también tenga algo que ver.

  • Deshielo

Por si todas estas señales no fueran suficientes, tenemos también una situación tremendamente grave en la Antártida, con un calentamiento mucho más rápido de lo que predijeron los modelos hasta ahora (y no eran optimistas precisamente). Según un reciente estudio científico, es muy probable que se esté calentando a un ritmo casi el doble que el resto del mundo y más rápido de lo que predicen los modelos de cambio climático, con implicaciones potencialmente de gran alcance para el aumento global del nivel del mar.

En el polo opuesto la situación es menos grave, pero lejos de ser positiva. Según indica la revista Nature Communications en su último artículo, el océano Ártico podría quedar libre de hielo en septiembre antes de 2050, independientemente de los escenarios de emisión de gases de efecto invernadero.

Por todo el mundo, multitud de glaciares se van transformando en agua, con implicaciones mucho más allá del aumento del nivel del mar. Un ejemplo evidente lo tenemos con el deshielo del permafrost, la capa del subsuelo del planeta, que se ha multiplicado x7 en los últimos 30 años, y cuyas consecuencias podrían acelerar el cambio climático debido a las enormes cantidades de metano que este proceso añade a la atmósfera, además de devolver a la vida microbios, virus y bacterias del pasado que podrían amenazar nuestra salud.

  • Incendios

Seguimos con récords negativos para nuestro planeta. Ahora hablamos de incendios, otra pieza dentro del complejo sistema de interrelación climática global. Las cifras de hectáreas calcinadas asustan, espoleadas por el aumento de las temperaturas y la mala gestión forestal humana. Quizás el incendio más mediático de este año haya sido el de Hawaii, considerado ya como el peor desastre natural del último siglo en Estados Unidos, y que se llevó por delante más de 110 vidas. En el Estado español, Canarias nos tuvo en vilo con el peor incendio de la temporada, afectando a más 14.000 hectáreas. Pero sin duda, y con mucha diferencia, los incendios más graves y preocupantes a nivel climático se han producido en Canadá.

Desde mayo se han registrado 6.270 incendios forestales en Canadá, los cuales han arrasado un área de 17,3 millones de hectáreas, lo que equivaldría aproximadamente a la superficie total de Uruguay completamente reducida a cenizas. A 14 de septiembre todavía están activos en diferentes regiones unos 912 incendios.

Esta barbaridad de cifras se traducen, además de la pérdida directa de biodiversidad y fertilidad del suelo, en unas 410 megatoneladas de emisiones totales de carbono a la atmósfera, agravando el efecto invernadero que está calentando el planeta, que se traduce en más incendios, y en más emisiones y así sucesivamente (si no frenamos en seco).

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Si has conseguido llegar hasta aquí, probablemente la ecoansiedad te esté haciendo pasar un mal trago. Tranquila, es normal. Es la respuesta lógica ante una situación límite. Lo que no es normal es seguir negando la realidad (deseando conocer las ocurrencias de los negacionistas para afrontar lo vivido este verano) o retardando las soluciones para llenarse los bolsillos un poco más. La clave es transformar ese enfado y esa ansiedad en la búsqueda de un proyecto sostenible y acción directa para lograrlo.

En el lejano año 1972, un equipo de científicos del MIT se reunió para estudiar los riesgos del colapso de nuestra civilización. Su modelo de dinámica de sistemas publicado por el Club de Roma identificó una serie de ‘límites al crecimiento’ que significaban que la civilización industrial estaba en camino de colapsar en algún momento del siglo XXI, debido a la sobreexplotación de los recursos planetarios. Hasta ahora esos estudios fueron ignorados, ocultados y ridiculizados. Pues bien, la realidad está mostrando que acertaron de pleno.

Por mucho que una parte de la sociedad siga negando esta realidad o retrasando las medidas necesarias para solucionar los problemas, todas estas catástrofes que ya estamos viviendo ponen de manifiesto la imperiosa necesidad de un cambio radical en nuestra forma de existir. Urge reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, sin excusas ni procrastinación. Y para ello hacen falta medidas enérgicas que no parecen compatibles con nuestro sistema de organización social actual, y que seguro no serán promovidas o facilitadas por él.

Simplemente no puede ser que el 1 % de la población mundial más rica consuma tanta energía como la que se necesitaría para proporcionar una vida digna a 1.700 millones de personas. Nos comportamos como una célula cancerosa, obsesionada con crecer por crecer, olvidando que si destruimos el cuerpo que nos alberga, también moriremos. Urge redistribuir la riqueza, reducir la desigualdad, decrecer en el consumo y, en general, anteponer la sostenibilidad del planeta y el bienestar de sus habitantes a la economía. ¿ De qué sirve un crecimiento económico anual del 3%, si nuestros hijos no heredarán un planeta habitable?, ¿vale la pena hipotecar a las futuras generaciones para poder seguir haciendo ostentación del lujo?, ¿hasta cuándo nos creeremos el mantra liberal del crecimiento infinito, mientras vivimos en un planeta finito que está al límite de su capacidad?.

Este verano debería suponer el punto de inflexión social en el que al fin entendemos que la Tierra es nuestro hogar, y que si no la cuidamos, nuestra existencia tal y como la conocemos tiene sus días contados. A pesar de lo que digan las fiscalías, la acción climática es todo lo contrario a terrorismo. Es un acto de supervivencia y generosidad.

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Más info: https://juventudxclima.es/2023/09/01/15s-descarbonizacion-ya-rapida-justa-y-definitiva/