Desvelando la ultraderecha de Unga Unga Army.
Artículo original de Ter García para El Salto Diario
El 6 de enero denunciaron 119 cuentas en Twitter. Eran de lo más variopintas: la mayoría españolas, algunas venezolanas, un par argentinas. Los perfiles también son variados, pero tres destacan entre el resto: cuentas feministas, catalanistas y antifascistas. Al día siguiente denunciaron los tuits de otras siete cuentas en Twitter (seguramente no ser día festivo dejaba menos tiempo disponible para estar frente al ordenador), y el día 8 otras 21. Son las Unga Unga Army, una especie de ejército autodenominado como “disidente del feminismo” que se organiza desde un grupo de Telegram de poco más de 200 seguidores para atacar cuentas en redes sociales a base de denunciar tuits.
“A pesar de todos sus logros, en los últimos años y gracias a una sociedad de desinformación, manipulación y viralización, un sector del feminismo se ha apropiado de su nombre para radicalizarse y promover el odio generalizado no solo contra el hombre, sino contra toda mujer que no esté de acuerdo con esa postura”, reza su manifiesto, que se puede leer en la cuenta en Facebook de este grupo.
Entre los objetivos que fija el manifiesto están “dejar patente lo incorrecto del ‘lenguaje inclusivo’ y los problemas que ocasiona a la Lengua Castellana”, la derogación de la Ley integral de Violencia de Género, eliminar la discriminación positiva y el “uso real de la información y estadísticas, contrario a la información sesgada y manipulada que ofrecen medios y redes” (en sus redes difunden bulos como que la mayoría de infanticidios los cometen las mujeres).
Unga Unga Army, un ejemplo de monetización del odio
“El acoso por redes ha existido siempre, pero a medida que se ha masificado su uso nos hemos hecho más conscientes, y el machismo ha sido el fenómeno que ha vertebrado gran parte de estos comportamientos, ya desde la era de los foros”, explican a El Salto desde Proyecto UNA, colectivo dedicado a la investigación de las guerras culturales en medios de comunicación analógicos y en redes.
“A día de hoy, ante el crecimiento del movimiento feminista y la conquista de espacios públicos, también se ha organizado una respuesta reaccionaria que emplea el antifeminismo como su punta de lanza: la misoginia, camuflada bajo masculinismo o crítica al feminismo, es el eje sobre el que pivotan la mayoría de agrupaciones de extrema derecha y, a menudo, la puerta de entrada para muchos”, añaden.
Entre los objetivos de Unga Unga Army se cuentan usuarios de redes sociales que difunden mensajes feministas, antirracistas y antifascistas. Algunas de las cuentas a las que atacan apenas tienen unas decenas de seguidores, pero también van a por cuentas grandes, como la de Mongolia, con más de 440.000 seguidores (según aparece en una captura de pantalla de noviembre de 2020 de uno de los grupos en Telegram en los que se organizaba antes este grupo y que ya ha sido eliminado), o Share Antifaxista (21.200 seguidores), según aparece publicado en el grupo de Telegram desde el que aún hoy se coordinan.
Pero sobre determinados usuarios en redes sociales el acoso se agudiza aún más. Es el caso de Esther, que en Twitter gestionaba una cuenta (ahora desactivada) de denuncia social centrada en fondos buitre ya que ella misma es una afectada por el acoso a los inquilinos de los pisos propiedad de Fidere en Tres Cantos.
“El 13 de marzo de 2020 empecé a ser acosada por parte de los Unga Unga Army, tengo grabada a fuego esa fecha en la mente porque fue el día siguiente a contraer COVID”, recuerda. El acoso a Esther comenzó con simples menciones en el canal de Telegram desde que el grupo se coordina, pero los ataques se volvieron más graves. “De tener que borrar tuits en los que aparecían vídeos grabados por mí, o chistes o comentarios tergiversados, pasé a recibir coacciones, insultos, vejaciones, publicaron datos míos privados y amenazaron con llamar a mi empresa para contarles qué clase de persona, según ellos, soy…”, enumera.
May, que se identifica como feminista, también afirma ser desde hace más de un año víctima del acoso por parte de este grupo. En su caso, han publicado la dirección de su casa, de su trabajo y hasta la fotografía de su hija de nueve años, a la que llegaron a amenazar. Incluso le crearon un perfil falso en una página de contactos con su número de teléfono.
Explica que, hace unos meses, difundieron por redes sociales una fotografía suya afirmando que tenía problemas con la bebida y había desaparecido durante la celebración de una manifestación en Barcelona. Consiguieron que una usuaria de Instagram con más de 1.500 seguidores difundiera el mensaje. “A las pocas horas me escribieron explicándome que no era cierto y la retiré. Le di veracidad al ver varias cuentas publicando su desaparición”, explica esta usuaria de Instagram a El Salto.
Pequeñas (o no tan pequeñas) inocentadas que, tras más de un año sin descanso, han llevado tanto a Esther como a May al límite. “Esta situación nos está minando a ambas”, afirma Esther. “Yo tengo un parte de lesiones por estrés, ansiedad y principio de depresión y a veces es tal la tensión que ni puedo concentrarme en mi trabajo o me echo a llorar sin motivo aparente”.
Desde el grupo de Unga Unga Army, Jenny (su fundadora) afirma a El Salto que también está siendo acosada por parte de estas dos personas y también ha recibido amenazas en redes sociales, denuncia a la que se han sumado otros usuarios de Twitter que han contactado con este diario.
Desde Proyecto UNA señalan que, aunque hay grupos más o menos organizados, como es el caso de Unga Unga Army, en las redes son ya habituales las campañas de acoso dirigidas desde determinados canales de Telegram o páginas web como Kiwi Farms, espacio estadounidense desde el que se originó una campaña de acoso contra la desarrolladora de videojuegos Chole Sagal que concluyó con su suicidio.
“Las campañas de acoso ahora mismo suelen responder más al modo del enjambre dirigido por un influencer que señala a una persona mediante videos en su canal, tuits citados, etc, y su base de fans procede a atacarle de forma masiva”, explican desde Proyecto UNA. “Dichos influencers llevan a cabo burlas y desprecios movidos por mala fe, pero también porque es una gran forma de ganar notoriedad y espacio. La propia arquitectura de las redes sociales potencia la visibilidad del conflicto y el beef: la indignación da visitas, y esas visitas se convierten en ganancias, es lo que se ha venido a llamar la monetización del odio”, concluyen.
Activistas feministas españolas, como Gema MJ o la politóloga Laura Méndez, también han sido objeto de estas campañas de acoso, aunque son solo dos ejemplos de una buena cantidad de casos.
Una justicia ineficaz
Tanto May como Esther han acudido a la Guardia Civil para denunciar el acoso del que son víctimas, y también a la Agencia Española de Protección de Datos. En el caso de Esther, son ya 15 denuncias las que ha presentado. May, que ya ha presentado 14 denuncias, espera que el juzgado de Getafe tome cartas en el asunto.
“Estamos pidiendo medidas cautelares”, explican desde el despacho de abogados de Juan Carlos Sánchez Peribáñez, que representa tanto a May como a Esther. “Hay varias personas que están siendo insultadas constantemente de forma grave, pero lo de May es acoso, y no tiene mucho sentido porque ni se conocen previamente ni es famosa”, añade.
El abogado señala que, seguramente, este sinsentido es lo que explica que, por lo pronto, desde el juzgado no hayan actuado, pero también que no hay precedentes judiciales de casos de acoso en redes sociales como este. “Quizás dentro de unos años esté más claro cómo actuar ante este tipo de casos”, concluye.
Mientras, afirman que el acoso continúa. “Cada día abren un canal nuevo en Telegram para colgar fotos, insultar, acosar o difamar. O se crean perfiles de Twitter que interactúan entre ellos para seguir insultando, difamando y acosando”, lamenta Esther.
Es lo que desde Proyecto UNA definen como “gamificación del acoso”, que es convertir estos ataques en un juego en el que, además de mensajes directos o privados amenazantes, se difunden memes pensados para que la víctima los vea. “La posibilidad de esconderse tras el anonimato virtual garantiza salir airoso de posibles consecuencias legales y el hecho de actuar en grupo ayuda a disipar posible sentimientos de responsabilidad”, señalan desde este colectivo.
“Nosotras siempre comparamos la actuación de los trolls como una forma de masculinidad tóxica: ocupan el espacio, hablan más y más ruidosamente, disciplinan a elementos que sobresalen, como chicas gamers, mujeres que toman la palabra en público, identidades LGTB+, etc, y acaban por imposibilitar la posibilidad de diálogo, creando un entorno hostil que intimida y arrastra a muchos, impidiendo así la construcción de espacios seguros”, concluyen desde Proyecto UNA.
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