Hay un centro de investigación filosófica entre la vanguardia de la ciencia española. Así lo acaba de reconocer el Ministerio de Ciencia e Innovación al incluir al Instituto barcelonés de filosofía analítica (BIAP, en su acrónimo inglés) en su lista de centros de excelencia, junto al Instituto de Astrofísica de Canarias, el CNIO y otros.
Esto quiere decir que un panel de evaluadores internacionales ha dictaminado que hay filósofos y filósofas en España que se cuentan entre los investigadores más importantes de su disciplina hoy en el mundo. La paradoja es que lo hacen trabajando directamente en inglés, sin traducir de sus lenguas maternas –en el caso del BIAP, principalmente el castellano o el catalán.
Hasta ahora, el éxito internacional de autores como Ortega o Unamuno se basaba en traducciones de libros que habían triunfado originalmente en castellano. Sin embargo, ese modelo parece haberse agotado hace ya décadas: no es que nuestros ensayistas más conocidos no se traduzcan, sino que sus traducciones no parecen tener mucho eco fuera de España.
Publicar internacionalmente
En cambio, bastó que una generación, nacida en torno a 1960, empezara a trabajar y publicar directamente en inglés para que sus nombres empezaran a destacar internacionalmente.
¿Por qué? Cuando alguien envía un texto en castellano a un congreso o revista de filosofía española, el evaluador de los textos, en el mejor de los casos, sólo sabe un poco más que el autor. En cambio, si el texto se envía en inglés a una revista internacional, lo evaluará, probablemente, alguien que sepa mucho más que el autor. Y se aprende más rápido, claro. Así se explica que esa generación tenga hoy cátedras en algunas de las principales universidades del mundo.
Por citar sólo algunos: Jordi Cat (Indiana), Jordi Fernández (Adelaida), Cristina Lafont y José Medina (ambos hoy en Northwestern), Inmaculada de Melo (Cornell) o Gabriel Uzquiano (California), María Álvarez (King’s College London) o José Zalabardo (University College London).
El reconocimiento del BIAP pone de manifiesto que la filosofía comienza a brillar internacionalmente también desde España, gracias al esfuerzo de tres décadas de Manuel García-Carpintero, Genoveva Martí y tantos otros.
Reconocimiento en el ámbito de habla hispana
Quizá estos nombres apenas suenen, en cambio, en el mundo de habla hispana: publican principalmente en inglés y su obra no está traducida.
Es más, no suelen escribir artículos de opinión en periódicos ni se prodigan en las redes sociales, por más que muchas de sus ideas sean hoy socialmente relevantes. Pero, en su anonimato, estos filósofos no se distinguen de la mayor parte de los académicos de su nivel: la investigación en Humanidades es hoy muy competitiva, y publicar en las mejores revistas y editoriales del mundo consume mucho tiempo.
Para empezar, sigue siendo necesario superar las objeciones de los evaluadores más competentes, la inmensa mayoría de los cuales trabaja hoy en inglés.
¿El español, un obstáculo?
¿Acaso no se puede hacer todo eso en español? Difícilmente, creo. Nuestra comunidad académica es todavía muy pequeña y la opinión equivocada de un mandarín puede tener efectos desproporcionados: si al catedrático de un departamento no le gusta el trabajo de uno de sus miembros, puede que su carrera no progrese. Pero si lo publica en la mejor revista del mundo, puede que se le abran otra puertas.
Por ejemplo, el recientemente fallecido Bruno Latour, despreciado en su Francia natal durante años, fue al final reconocido por sus compatriotas porque todo el mundo le estaba leyendo ya en inglés. No sé qué futuro habría tenido en la universidad española Paul B. Preciado, el más heterodoxo y popular de nuestros filósofos actuales, pero su carrera despegó gracias a doctorarse en Estados Unidos, y publicar con éxito en varias lenguas.
Pensar sin servidumbres
Buena parte del pensamiento español contemporáneo, en cambio, consiste en traducir y comentar ideas de autores extranjeros, clásicos o contemporáneos, para un público local. La alternativa que ha explorado con éxito el BIAP es presentar ideas propias y discutir tesis ajenas en la lengua franca de la filosofía internacional.
Lo habían hecho antes nuestros colegas en ciencias naturales y sociales, pero con el BIAP las puertas están definitivamente abiertas para las Humanidades. Gracias a ellos, hoy son muchos los doctorandos internacionales que vienen a trabajar a Barcelona y emprenden luego carreras internacionales.
Esos jóvenes que, al aproximarse a la filosofía, se encuentran con quejas y lamentos por la triste situación de nuestro gremio, deben saber que, si tienen ideas originales y las quieren explorar, les toca aprender inglés –nunca antes ha sido más fácil– y buscar a gente que trabaje como lo hacen en el BIAP.
Tendrán todo el derecho a quejarse de la precariedad de las condiciones laborales, la presión competitiva que rige hoy el medio académico internacional y, por supuesto, de la dificultad de manejarse en una lengua que no es la suya. Pero, a cambio, podrán pensar sin servidumbres en una comunidad global.
David Teira no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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