Al fascismo (y a la extrema derecha) no solo hay que combatirlo, sino que no se puede tolerar que difunda mentiras y discursos falsos en los que se ataque a minorías o se nieguen derechos fundamentales.
Al Descubierto
Actualmente, hay conceptos (fascismo, terrorismo…) que todo el mundo utiliza de manera más o menos habitual. Conceptos que proceden del ámbito académico o teórico, pero que se han popularizado hasta formar parte de lo cotidiano. Esto se observa con terminología procedente del ámbito sanitario cuando, por ejemplo, las personas hablan de cómo se sienten; del ámbito económico, algo que se vio especialmente tras la crisis económica de 2008; o del ámbito político a la hora de etiquetar o definir ideas y propuestas.
Y, en principio, esto no debería tener nada de malo. A menudo es una muestra del avance de la cultura y del conocimiento a todo tipo de estrato social. Sin embargo, a veces también los términos se deforman y pierden parte de su significado original, muy especialmente si hay intereses detrás de que eso ocurra.
Ejemplos de esto se ven en el uso de la palabra “terrorismo”, que ha sido utilizada de manera arbitraria en varias ocasiones, sobre todo por fuerzas políticas de derecha y ultraderecha hasta el punto de tener implicaciones legales. Un chiste sobre la muerte de Luis Carrero Blanco, una canción o una pelea en un bar se han llegado a convertir en España en acusaciones de “apología al terrorismo” o de “acción terrorista”. O también a los Comités de Defensa de la República (CDR) de Cataluña, cuyos miembros han sido acusados de terroristas.
De forma similar sucede con la palabra “fascismo” y todas sus posibles derivaciones. Se ha utilizado tanto y por parte de tantas ideologías de manera peyorativa que parece que se olvida de qué se está hablando. Incluso parte de la extrema derecha y de el propio fascismo se ha llamado fascista a colectivos izquierdistas, como si existiera un “fascismo” o “nazismo” de izquierdas.
Hay una cuestión evidente: ni toda acción violenta es terrorismo, ni toda acción autoritaria es fascismo. Las implicaciones de ambas definiciones son complejas y esconden décadas de estudio para entenderlas ya que aluden a fenómenos relativamente recientes.
Este artículo trata de hacer una aproximación teórica sobre la definición de fascismo y sobre la necesidad de comprender que es necesariamente negativo para el mundo.
La izquierda y la derecha política
Resultados de las primeras elecciones legislativas de Francia en 1791 en el seno de la Revolución Francesa. A la izquierda, con 136 escaños, se sentaron los Jacobinos, partidarios de las reformas de la revolución; a la derecha, los Girondinos, contrarreformistas, con 264 escaños.
Los términos izquierda y derecha para definir el espectro político y clasificar las ideas nació durante la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII. Durante la misma, se constituyó una Asamblea Nacional que buscaba representar al pueblo.
La gente partidaria de constituir una república e impulsar los modernos pensamientos procedentes de la Ilustración y de acabar, por lo tanto, con el Antiguo Régimen (considerando así a toda la ciudadanía iguales en derechos) se sentó en el lado izquierdo, mientras que la gente partidaria de mantener el derecho de veto del monarca y conservar los privilegios de la clase alta se sentó a la derecha. Un sencillo gesto que definió la política del mundo moderno.
A partir de aquí, el término ha ido variando. Por ejemplo, durante la Revolución Francesa, la burguesía que defendía el liberalismo clásico era considerada de izquierdas. De hecho, el término liberal, sigue utilizándose por ejemplo en Estados Unidos como contraposición al conservadurismo. En aquel momento, comerciantes y propietarios industriales, conjuntamente con el campesinado y gente trabajadora, se enfrentaron conjuntamente a la nobleza.
Sin embargo, cuando se implantó la idea del libre mercado y las clases más altas empezaron a estar conformadas por estos grandes propietarios, la izquierda se asoció al movimiento obrero y, como consecuencia, al socialismo, al anarquismo, al comunismo y a otras formas de lucha por la igualdad y la justicia social, como el Movimiento por los Derechos Civiles de Estados Unidos, el feminismo, el ecologismo o el Movimiento pro-LGTBI+. El propio Karl Marx, ideólogo del comunismo, diría que, igual que la burguesía desplazó a la nobleza para poder acceder al poder, el proletariado debía hacer lo msimo con la burguesía.
Es decir, de la misma manera que la izquierda se posicionó contra las élites políticas y económicas y el conservadurismo del siglo XVIII, fue evolucionando para posicionarse contra otras formas de poder y tratando de denunciar las contradicciones subyacentes de la sociedad de clases moderna. De hecho, a medida que avanza la sociedad, elsujeto político de la izquierda ha ido siendo cada vez más divergente y plural.
¿Qué es la extrema derecha?
Neonazis atacan las protestas del orgullo LGTBI+ en Rzeszów. Autor: Silar, 22/06/2019. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0.).
En base a lo expuesto, ya se puede ver antecedentes de la extrema derecha en la propia Revolución Francesa con la aparición de los ultra-monárquicos, una facción contrarrevolucionaria que abogaba por la vuelta al Antiguo Régimen feudal y que era bastante violenta. Recibieron varios nombres, pero el más extendido fue el de ultras. Tristemente familiar.
No obstante, la extrema derecha tal y como ahora se conoce surge en los años 20 y 30 como un conjunto de ideas conservadoras como reacción ante el avance de los movimientos izquierdistas, que estaban alcanzando gran popularidad y habían incluso derrocado el gobierno de los zares en Rusia en la Revolución de 1917. Estas ideas se reflejaron en los llamados movimientos “tercerposicionistas” o de Tercera Posición, que buscaban teóricamente oponerse al capitalismo como al comunismo. Ante un mundo polarizado, querían una definición diferente y una identidad propia.
Sin embargo, en la práctica y según varios análisis históricos y políticos (y aunque con el paso del tiempo ha ido variando) la ultraderecha ha buscado la justificación de un estado totalitario y/o antidemocrático en base a una jerarquía social donde un supuesto “orden natural” clasificaba a la gente según su posición.
Como aquellas personas que se sentaron en el lado derecho de la Asamblea Nacional en Francia, la ultraderecha busca revertir los avances sociales y democráticos, tildándolos de “antinatural” y de ser culpables de una supuesta decadencia y llamando a un supuesto “pasado glorioso”.
Todo esto gira alrededor de la idea de nación. Mientras que la izquierda considera que las naciones son todas iguales y libres y que, por encima de este concepto, se encuentra la clase social (es decir, que toda la gente trabajadora del mundo comparte problemas similares), lo que se conoce como internacionalismo, la ultraderecha aboga por un nacionalismo radical, es decir, que la propia nación no solo es moralmente superior al resto, sino que todo vale con tal de proteger su soberanía, sus símbolos y sus supuestos derechos. Esto conduce necesariamente a justificar conflictos, expansiones territoriales, a la xenofobia y a la represión de minorías étnicas diferentes. De hecho, actualmente, la mayoría de la extrema derecha es bastante contraria a la Unión Europea.
Para justificar todo lo anterior, la derecha radical suele basarse en las tradiciones, la religión y en teorías pseudocientíficas, como el darwinismo social o la eugenesia. Cuestión no muy distinta del negacionismo de la teoría de la evolución, del Big Bang o del cambio climático, por cierto.
Por último, lo anterior también se usa para apartar de la vida pública a todas aquellas personas que no encajan en dicha forma de entender el mundo. En general, quien piense diferente es tildado de “traidor a la patria” y se suele mostrar favorable a la represión, el uso del ejército y de las fuerzas policiales.
¿Qué es el fascismo?
Bandera de la Italia Fascista (1919 – 1926), donde se ve las fasces, símbolo usado por el fascismo en su propaganda.
Como tantas ideas en el espectro político, la extrema derecha es muy amplia.
Por ejemplo, muchos movimientos ultraderechistas toleran o aceptan el parlamentarismo o bien abogan por un liberalismo radical reduciendo el estado a la mínima expresión al tiempo que hacen énfasis en ideas muy conservadoras y nacionalistas. Sería por ejemplo el caso de Donald Trump, simplificándolo mucho. Es decir, aceptan el sistema de gobierno representativo y el sufragio universal.
«LA ORGANIZACIÓN CORPORATIVA DEL ESTADO, YA ES UN HECHO CONSUMADO. EL ESTADO DEMOCRÁTICO Y LIBERAL, DÉBIL Y AGNÓSTICO, YA NO EXISTE. EN SU LUGAR HA SURGIDO EL ESTADO FASCISTA.» – BENITO MUSSOLINI, DICTADOR DE ITALIA.
El fascismo es, en cambio, una ideología que aboga por la creación de un estado totalitario y antidemocrático, fuertemente jerarquizado y corporativista, donde el gobierno controla todos los aspectos de la vida de la gente. El fascismo propone acabar con los conflictos entre clases sociales estableciendo una categorización social arbitraria, normalmente en base a aspectos basados en la etnia, la consideración o no de “ciudadano”, la clase social, la religión o la ideología. Por ejemplo, el dictador Francisco Franco en España llamó a esto “democracia orgánica”.
Es decir, proponen el mando único y dictatorial de un estado fuerte que dirija a “la nación” y a sus habitantes, donde todo el mundo debe identificarse con la identidad nacional y el sentimiento patriótico y poner el destino colectivo del país por encima de todo. Bajo esta premisa, el partido político que gobierna, su líder y el estado son prácticamente lo mismo, lo que genera un culto personalista que a veces roza lo sobrenatural.
“MUCHAS VECES HABRÉIS VISTO PROPAGANDISTAS DE DIVERSOS PARTIDOS; TODOS OS DIRÁN QUE TIENEN RAZÓN FRENTE A LOS OTROS, PERO NINGUNO OS HABLA DE LA QUE TIENE RAZÓN POR ENCIMA DE TODOS: ESPAÑA.” – JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA, FUNDADOR DE LA FALANGE ESPAÑOLA Y DE LAS JONS.
De hecho, el fascismo surge precisamente en una época de crisis, de corrupción y de inestabilidad de la mano de Benito Mussolini en Italia, quien renegó del socialismo de su juventud para aliarse con las clases pudientes y partidos conservadores del momento para detener el avance de la izquierda y poner en práctica su manera de entender el mundo.
«NO TENEMOS MÁS QUE UN AMOR: ITALIA. AY DE AQUÉL QUE QUIERA DAÑARLA! LA BIBLIA DICE EN SU DOCTRINA «OJO POR OJO, DIENTE POR DIENTE». NOSOTROS DECIMOS: «DOS OJOS POR UN OJO Y DOS DIENTES POR UN DIENTE».» – BENITO MUSSOLINI, DICTADOR DE ITALIA.
La palabra “fascismo” viene de “fasces”, un signo de autoridad que tiene su origen en el magistrado romano antiguo y que consiste en un conjunto de troncos de madera (normalmente 30) atados a un hacha. De hecho, dado que Mussolini aludía constantemente al glorioso pasado de Italia situándolo en el Imperio Romano, adoptó este y otros símbolos de la época, como el brazo en alto, que proviene de un saludo militar de las legiones romanas. Destacar que las fasces han sido utilizadas como icono en multitud de lugares, sin ir más lejos, la Guardia Civil en España o la policía de Noruega y Suecia.
El fascismo, al igual que la ultraderecha, considera que el progreso alcanzado ha provocado la corrupción de la sociedad pero, además, considera que el parlamentarismo (mediante sufragio universal) y el liberalismo generan decadencia. En esta línea, se defiende que “el fin justifica los medios” por lo que, en pos del triunfo de “la nación” por encima de las demás y de un esplendoroso futuro, se emplean todo tipo de medios para controlar la vida y el pensamiento de la gente: represión policial, manipulación de los medios de comunicación, propaganda, fin de las libertades de manifestación, reunión o prensa… Es decir, el pensamiento debe ser único, el correcto, porque cualquier otra cosa pone en peligro la paz social y provoca la corrupción de “lo natural”.
NO CONFÍO EN EL VOTO DE LA MUJER. MAS NO CONFÍO TAMPOCO EN EL VOTO DEL HOMBRE. LA INEPTITUD PARA EL SUFRAGIO ES IGUAL PARA ELLA QUE PARA ÉL. Y ES QUE EL SUFRAGIO UNIVERSAL ES INÚTIL Y PERJUDICIAL A LOS PUEBLOS QUE QUIEREN DECIDIR DE SU POLÍTICA Y DE SU HISTORIA CON EL VOTO.” – JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA, FUNDADOR DE LA FALANGE ESPAÑOLA Y DE LAS JONS.
Hay que tener en cuenta, eso sí, que también hay varias formas de entender y llevar a la práctica el fascismo. Por ejemplo, Francisco Franco en España se le llamó nacionalsindicalismo (o falangismo) donde la organización central del estado sería el sindicato (que se llamó Sindicato Vertical); y, en Alemania, se llamó nacionalsocialismo (o nazismo), basado en el movimiento nacionalista germano Volkisch y la superioridad étnica y racial.
“EL PARTIDO NAZI NO DEBERÁ CONVERTIRSE EN EL ALGUACIL DE LA OPINIÓN PÚBLICA, DEBERÁ DOMINARLA. NO SERÁ UN SIRVIENTE DE LAS MASAS SINO SU AMO.” – ADOLF HITLER, DICTADOR DE ALEMANIA.
Otra cuestión importante es que, en la época, tanto la ultraderecha como el fascismo asumieron tintes izquierdistas, desde parte de su simbología como conceptos, en un intento de atraer a las masas obreras. Sin embargo, en la práctica, no solo mantuvieron y acrecentaron los privilegios de las clases altas, sino que fueron gobiernos que se definieron más por lo que odiaban que por lo que querían conseguir e hicieron de la persecución a la izquierda y a la democracia su principal objetivo. Junto a esto, los intentos de que estas ideas asumieran políticas izquierdistas en algún sentido se vieron totalmente truncadas en el proceso y en la práctica.
Por lo demás, adoptan el resto de características comunes de la ultraderecha descritas anteriormente.
Acotar esta definición es importante porque, en primer lugar, no existe un fascismo de izquierdas; y, en segundo lugar, porque no toda la ultraderecha es fascismo. El problema es que, como sucede con el nazismo, son conceptos que se utilizan coloquialmente para tachar actitudes de otras personas que consideramos intolerantes o autoritarias. Términos como «feminazismo» o «nazionalismo catalán» son, por lo tanto, erróneos.
¿Por qué hay que parar el fascismo?
Graffiti en un muro en memoria de las víctimas del Holocausto en Uruguay negando los hechos históricos. Autor: Desconocido, 17/10/2017. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0.).
En un momento en el mundo en el que la libertad de expresión se encuentra en el foco del debate, donde unas personas se amparan en ella para poder hacer chistes racistas y otras para poder criticar al jefe del estado, se plantea lo siguiente: ¿es la extrema derecha (y, por extensión, el fascismo) una ideología más, que deba ser tolerada y puesta al mismo nivel que el resto?¿Son todas las opiniones respetables?
La llegada del fascismo y de la ultraderecha en general cuando ha llegado al poder ha supuesto siempre una considerable pérdida de derechos y libertades. Eso en el mejor de los casos. En el peor, ha tenido como consecuencia injusticias, persecuciones y asesinatos políticos, genocidios y guerras. La última vez que partidos genuinamente fascistas asumieron el control total de un país, el mundo vivió una de las épocas más oscuras de su Historia.
El régimen de Francisco Franco dejó un saldo de 296 campos de concentración y unas 700.000 personas pasaron por ellos (un 2,6% de la población), donde fueron torturadas, esclavizadas y privadas de los derechos más básicos, con un número de víctimas mortales desconocido.
“CREAREMOS UNA ESPAÑA FRATERNAL, UNA ESPAÑA LABORIOSA Y TRABAJADORA DONDE LOS PARÁSITOS NO ENCUENTREN ACOMODO; UNA ESPAÑA SIN CADENAS NI TIRANÍAS JUDAICAS, UNA NACIÓN SIN MARXISMO NI COMUNISMO DESTRUCTORES, UN ESTADO PARA EL PUEBLO, NO UN PUEBLO PARA EL ESTADO.” – FRANCISCO FRANCO, DICTADOR DE ESPAÑA.
La Alemania Nazi, desde 1933 hasta 1945, además de asesinar entre 5 y 6 millones de personas judías, se estima que fue culpable de la muerte de entre 16 y 20 millones en total entre rivales políticos, prisioneros de guerra, personas homosexuales y de minorías étnicas, etc. Es lo que se conoce como el Holocausto.
A todo ello hay que sumar la larga lista de víctimas provocadas directa o indirectamente por la Segunda Guerra Mundial, comenzada con la invasión alemana de Polonia en 1939, y que se estima entre 70 y 83 millones de personas.
También se puede nombrar a un buen número de dictaduras militares de extrema derecha, con tintes fascistas o no, como Augusto Pinochet en Chile (1974 – 1990), Hugo Bánzer en Bolivia (1971 – 1978) o Jorge Rafael Videla en Argentina (1976 – 1981), auspiciadas por Estados Unidos en el llamado Plan Cóndor.
Se podría argumentar, tal vez, que estos gobiernos forman parte de otro contexto, del pasado y que, de hecho, los partidos de extrema derecha actuales (o los que son tildados como tal) no son tan radicales. Que sería imposible volver a épocas tan turbias.
En realidad, el contexto social, político y económico actual, así como discursos, son bastante parecidos. Todas las fuerzas de ultraderecha de distinto signo se basan en estrategias ya utilizadas en el pasado, con pocas variaciones. Aprovechan las crisis para lanzar un mensaje de odio a través de la manipulación de datos y de noticias, el señalamiento a los grupos minoritarios del país y a ideologías progresistas y el uso del sistema democrático como altavoz para crispar el debate político.
No hay más que ver las cuentas de redes sociales de sus portavoces: gente como Donald Trump (EEUU), Jair Bolsonaro (Brasil), Santiago Abascal (España) o Marine Le Pen (Francia) lanzan mensajes que hubieran sido impensables hace tan solo unos años, e incluso tildados de chiste o broma pesada.
Y, cuando han llegado al poder, han implantado políticas que no favorecen precisamente a las clases más humildes ni abogan por los derechos fundamentales. Parar leyes que favorecen al colectivo LGTBI+, retirar la financiación a asociaciones que luchan por la igualdad, recortar en servicios públicos y en ayudas sociales… son algunas consecuencias que hemos visto en Polonia, Estados Unidos, Brasil o España, por no mencionar la gestión del coronavirus.
En general, fascismo y/o extrema derecha en el poder ha significado, históricamente y recientemente, un atraso social a corto plazo y económico a medio y largo plazo no solo para los países que han gobernado, sino también para los de alrededor. En poco más de cien años de Historia, se han opuesto a todo avance social, incluso aquellos que la propia derecha ya acepta (la “derechita cobarde”, según Vox).
«LA GUERRA CIVIL LA PROVOCÓ UN PARTIDO QUE SIGUE EXISTIENDO ACTUALMENTE CON LAS MISMAS SIGLAS: EL PARTIDO SOCIALISTAS OBRERO ESPAÑOL» – SANTIAGO ABASCAL, LÍDER DEL PARTIDO ULTRADERECHISTA VOX.
Para ello, han utilizado todos los medios a su alcance: financiación ilegal, tráfico de influencias, acoso, agresiones, represión, propaganda, fake news, mentiras (como decir que el fascismo es de izquierdas), golpes de estado… todo sigue un mismo patrón. Cierto es que, hoy en día, los métodos y el discurso se han adaptado. Pero el fondo sigue siendo el mismo. Culparán a inmigrantes, comunistas… a quien haga falta para señalar el peligro de que el país quede destruído en manos de «traidores».
Decía Karl Popper que no se puede tolerar la intolerancia. Que, si esto sucede, la gente intolerante terminará por arrasar con todo. Así, al fascismo (y a la extrema derecha) no solo hay que combatirlo, sino que no se puede tolerar que difunda mentiras y discursos falsos en los que se ataque a minorías o se nieguen derechos fundamentales. O, dicho de otro modo, no se puede respetar una opinión que se basa en no respetar.
¿Cómo hacerlo? Eso es motivo de otro artículo.
Fuentes, enlaces y bibliografía:
Foto de portada: Montaje realizado: Francisco Franco en la Plaza de Oriente en 1975 (izquierda). Autor: Desconocido. Fuente: Vespito.net. / Santiago Abascal, líder de Vox, en la manifestación del barrio de Salamanca el 23 de mayo de 2020 (derecha). Autor: Captura de pantalla el 15/07/2020 a las 13:26h. Fuente: COPE.
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