Israel incumple la tregua, reduce la ayuda humanitaria y convierte el hambre en estrategia de ocupación
La ONU ha confirmado que Israel solo permitirá la entrada a Gaza de la mitad de los camiones humanitarios acordados. Mientras tanto, el ejército israelí ha vuelto a disparar contra civiles palestinos que intentaban regresar a sus hogares destruidos. El alto el fuego, presentado como una pausa humanitaria, ha sido reducido a un pretexto para seguir castigando a una población exhausta y hambrienta.
Según fuentes de Naciones Unidas, Israel ha autorizado únicamente la entrada de unos 500 camiones diarios, cuando el compromiso firmado establecía el doble. Es decir, más de un millón de personas seguirán sin acceso a comida, agua o medicinas en una franja donde el 80 % de la población depende ya exclusivamente de la ayuda exterior para sobrevivir. Gaza no se está reconstruyendo: está siendo lentamente asfixiada.
LA FALSA PAZ: UN ARMISTICIO QUE DISPARA
El martes, las fuerzas de ocupación israelíes mataron a al menos nueve palestinos desarmados que intentaban volver a sus viviendas en el norte de la Franja. Testigos presenciales afirman que las víctimas caminaban por zonas donde no había enfrentamientos ni presencia de grupos armados. Se dirigían a ruinas, no a trincheras.
Israel reconoció los disparos y justificó los asesinatos alegando que las personas “se acercaron demasiado” a la llamada Línea Amarilla, una franja establecida en el reciente acuerdo de cese al fuego que deja más de la mitad del territorio gazatí bajo control militar israelí. Una tregua que traza nuevas fronteras, no la paz.
La ONU y varias ONG ya han denunciado más de mil violaciones de los términos de tregua durante el alto el fuego anterior, entre enero y marzo de 2025. Aquella pausa acabó con nuevos bombardeos masivos. Ahora, con la mitad de los camiones humanitarios bloqueados, el patrón se repite: se firma la paz para seguir la guerra por otros medios.
EL HAMBRE COMO ARMA DE GUERRA
Hamas ha acusado a Israel de romper el acuerdo mediado por Estados Unidos, Egipto y Catar al reducir unilateralmente el paso de ayuda por Rafah. Tel Aviv ha justificado la decisión asegurando que no recibirá todos los cuerpos de rehenes israelíes hasta que el grupo palestino entregue los restos que aún no ha localizado. Es decir: se condiciona la comida de millones de personas a la entrega de cadáveres.
Convertir el hambre en moneda de negociación es la definición exacta del crimen de guerra. El propio relator especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación, Michael Fakhri, lo ha reiterado: “Negar comida y agua a la población civil con fines militares constituye un acto de exterminio”.
El resultado es un escenario infernal. Los hospitales de Gaza, sin combustible ni medicamentos, acumulan más de 247 000 personas muertas, heridas o desaparecidas, según datos de la ONU. De ellas, al menos 64 000 son niñas y niños. Más de dos millones de personas han sido desplazadas por la fuerza. Quienes intentan volver, mueren antes de llegar a lo que queda de sus casas.
Mientras tanto, el presidente estadounidense Donald Trump —impulsor del acuerdo— ha exigido la entrega inmediata de las armas y cuerpos retenidos, amenazando con “imponer la paz por la fuerza”. Su llamado “plan de veinte puntos” para la reconstrucción de Gaza incluye la desmilitarización total del territorio palestino, la cesión de fronteras al ejército israelí y el control conjunto del espacio aéreo con Washington. En la práctica, una recolonización disfrazada de acuerdo humanitario.
LA COARTADA MORAL DEL GENOCIDIO
La versión oficial habla de seguridad y de lucha contra el terrorismo. Pero lo que Israel está haciendo es rediseñar la ocupación. Reduce la ayuda, mata a civiles y mantiene la presión internacional con un discurso de legalidad mientras destruye las bases materiales de la vida palestina. Cada día que pasa, menos camiones, menos pan, menos agua, menos periodistas.
En las últimas semanas, más de 270 trabajadores y trabajadoras de medios han sido asesinados desde octubre de 2023. La eliminación sistemática de la prensa local tiene un objetivo: silenciar los crímenes y controlar la narrativa del “alto el fuego”.
En realidad, no hay tregua. Hay una reorganización del asedio, una administración de la muerte bajo supervisión internacional. La ayuda entra con cuentagotas, las fronteras siguen selladas y los francotiradores apuntan a quien intenta cruzarlas. El lenguaje diplomático se convierte en un anestésico: “violaciones”, “incidentes”, “tensiones”. Pero lo que ocurre tiene nombre: genocidio sostenido.
Israel, con el respaldo político y militar de Estados Unidos y la complicidad pasiva de la Unión Europea, ha aprendido a bombardear bajo el formato de la tregua. Las y los palestinos no necesitan promesas ni comunicados; necesitan agua potable, comida y hospitales operativos.
El alto el fuego no se mide en declaraciones, sino en cadáveres. Y en Gaza, siguen cayendo.
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