La excusa de la ignorancia es insuficiente cuando los intereses privados se entrelazan de manera tan evidente con la actividad parlamentaria.
El Parlamento Europeo enfrenta una nueva sombra de corrupción con el escándalo de Luis “Alvise” Pérez, un eurodiputado cuyo caso pone en evidencia la fragilidad de los mecanismos de transparencia y control en la institución. La trama, que involucra la recogida de 100.000 euros en efectivo para financiar actividades que bordean la ilegalidad, expone la contradicción entre la retórica del Parlamento y su incapacidad para prevenir conflictos de intereses. El sistema de autocontrol ha demostrado ser insuficiente y, peor aún, permisivo con las irregularidades.
LOS VACÍOS DE LA DECLARACIÓN DE INTERESES
Desde el escándalo del Qatargate, que reveló la compra de voluntades por parte de gobiernos extranjeros, el Parlamento Europeo prometió medidas más estrictas. Sin embargo, la realidad es que las declaraciones de intereses de sus miembros no se verifican de manera rigurosa. Luis “Alvise” Pérez, autodefinido como “analista y consultor político sin remuneración”, dejó en blanco su situación actual en los registros oficiales, a pesar de ser evidente que maneja fondos provenientes de fuentes dudosas.
El 27 de mayo de 2024, en plena campaña electoral, Pérez retiró 100.000 euros en efectivo de una sucursal vinculada a un empresario investigado por estafa piramidal. Este dinero fue entregado bajo la promesa de futuras influencias en el Parlamento Europeo. No es sólo una omisión: es una prueba palpable de cómo la opacidad alimenta la corrupción.
La Eurocámara insiste en que son los propios miembros quienes deben identificar y declarar sus conflictos de intereses. Este sistema de autocontrol no solo resulta ineficaz, sino también irresponsable. De los 720 eurodiputados, apenas cuatro han reconocido potenciales conflictos en sus actividades, un dato que roza lo absurdo considerando la magnitud de las irregularidades que se han destapado.
LOS INGRESOS EXTRAPARLAMENTARIOS Y LA HIPOCRESÍA DE LA TRANSPARENCIA
Más allá de los fondos declarados, un informe de Transparencia Internacional revela que tres de cada cuatro eurodiputados realizan actividades paralelas. Estas generaron más de 6 millones de euros en ingresos adicionales durante la legislatura, siendo algunos de ellos superiores al salario que reciben del Parlamento. En el caso español, destaca el representante de Vox, Juan Carlos Girauta, con unos ingresos anuales de 84.000 euros como columnista, seguido por Jorge Buxadé con 36.000 euros derivados de actividades legales y otras fuentes.
La disparidad en las cifras y la falta de verificación efectiva dejan clara la connivencia institucional con este sistema de privilegios. Además, no hay un criterio uniforme para registrar estos ingresos: algunos declaran pagos brutos, otros netos, y muchos simplemente omiten datos clave. Este caos contable es un terreno fértil para la corrupción.
El caso de Kathleen Van Brempt, vicepresidenta de la Comisión de Comercio Internacional, subraya la amplitud del problema. A pesar de ser socia de una consultora fundada con su pareja, Van Brempt no declaró esta actividad en su legislatura anterior. Aunque asegura que no hay interferencias, su empresa opera desde su domicilio personal. La excusa de la ignorancia es insuficiente cuando los intereses privados se entrelazan de manera tan evidente con la actividad parlamentaria.
EL PRECIO DE LA INACCIÓN
A pesar de las promesas de reforma tras el Qatargate, los problemas persisten. El Parlamento Europeo carece de capacidad para solicitar documentación adicional o investigar a fondo las actividades de sus miembros. Esta falta de verificación no es una casualidad: es una estrategia deliberada para mantener intactos los privilegios de una élite política que vive al margen de las reglas.
El caso de Alvise Pérez simboliza un sistema que prioriza la protección de sus propios intereses sobre la integridad. Las declaraciones de transparencia son poco más que una formalidad, incapaces de garantizar que quienes legislan para la ciudadanía actúen con honestidad. Mientras tanto, la desconfianza en las instituciones crece y el coste lo pagan las y los ciudadanos que estas instituciones deberían servir.
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