Cuando el poder político se confunde con el beneficio privado, la democracia se convierte en un cajero automático familiar.
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TRUMP, DE ENEMIGO A PREDICADOR CRIPTO
Hace apenas unos años Donald Trump calificaba a las criptomonedas de “estafa sin valor real”. Hoy, sentado de nuevo en el Despacho Oval, se ha transformado en el mayor promotor del sector. No por convicción ideológica ni por un repentino entusiasmo tecnológico, sino por un motivo más prosaico: la oportunidad de negocio. Con la Casa Blanca al servicio de Silicon Valley, el presidente impulsa un marco legal laxo, anuncia reservas nacionales de bitcoin y legisla a la carta. El resultado: precios disparados y una burbuja perfecta para que su familia engorde sus cuentas.
Eric y Donald Jr., dos herederos sin pudor, se han lanzado de lleno al ecosistema cripto. El 13 de agosto de 2025 celebraban en el Nasdaq una operación de 1.500 millones de dólares con ALT5, convertida en fintech para inflar el token WLFI, invento de World Liberty Financial (WLFI), la firma cripto creada junto a su padre. Tokens sin uso real, no transferibles, bloqueados “indefinidamente” en contratos digitales. Una estafa de manual, pero con la bendición presidencial.
Eric Trump se sienta en consejos de empresas que acumulan bitcoin como si fueran reservas de oro. En marzo cofundó American Bitcoin, fusionada después con Gryphon Digital Mining para entrar en bolsa. Donald Jr., por su parte, compró en julio 350.000 acciones de Thumzup, una start-up con pérdidas millonarias y apenas 151 dólares de ingresos en tres meses. ¿El atractivo? Su plan de acumular bitcoin.
Cada anuncio presidencial y cada tuit de sus hijos tienen capacidad de mover miles de millones en el mercado. Se trata de la versión 2.0 del nepotismo: papá dicta la norma, los hijos inflan el globo y los pequeños inversores pagan la factura.
In my opinion, it’s a great time to add $ETH.
— Eric Trump (@EricTrump) February 3, 2025
LA MÁQUINA DE HACER DINERO
La creación de WLFI desde Mar-a-Lago en septiembre pasado fue el pistoletazo de salida. La plataforma no solo vende sus tokens sino que también emite la stablecoin USD1, vinculada al dólar. Trump retrasó deliberadamente la aprobación de la normativa sobre monedas estables para blindar el negocio familiar. Una vez aprobada, las dudas no se disiparon.
La trama conecta con actores de dudosa reputación. Binance, el mayor exchange del mundo, acusado de desviar miles de millones, se libró de una demanda en mayo, justo cuando WLFI sellaba una alianza con PancakeSwap para potenciar el uso del USD1. Al mismo tiempo, el fondo MGX de Abu Dabi inyectaba 1.765 millones de euros en WLFI, pagados íntegramente con esa stablecoin.
El mayor inversor privado de WLFI es Justin Sun, magnate chino que en 2024 fue señalado por el Tesoro estadounidense por facilitar transferencias de criptomonedas a grupos terroristas en Oriente Medio. Sun puso 75 millones sobre la mesa y se convirtió en asesor principal de la familia Trump en este terreno.
Los beneficios caen en cascada. El Wall Street Journal estima que la familia ha amasado 4.500 millones de dólares desde las elecciones de noviembre de 2024. En solo nueve meses, los Trump pasaron de insultar al sector a dirigirlo como si fuese su casino particular. Y como en todo casino, quien siempre gana es la banca.
La especulación alcanza niveles obscenos. El pasado 25 de julio, Eric Trump respondió en X que ether debería cotizar a más de 8.000 dólares. Horas antes había escrito que era un buen momento para comprar. Mensajes que desaparecen al poco de ser publicados, pero no antes de empujar el precio hacia arriba. Lo que en cualquier país sería uso de información privilegiada, en EE UU pasa por “opiniones personales”.
El nepotismo de los Trump convierte a la política en un negocio familiar, donde la línea entre legislación y enriquecimiento personal desaparece. Mientras tanto, miles de pequeños ahorradores, seducidos por el aura presidencial y la promesa de ganancias rápidas, arriesgan sus futuros en activos diseñados para inflar la fortuna de una dinastía.
En nueve meses han demostrado que el poder político puede ser el mejor motor especulativo. El Capitolio se convierte en sala de juntas y el Despacho Oval en oficina de marketing. La democracia estadounidense, reducida a un simple contrato inteligente que solo reconoce a una dirección: la billetera de los Trump.
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