Sería migrante, pobre, sin papeles, desahuciado. ¿Le acogerían o llamarían a Desokupa?
Sería carne de redada, no de redención. Crucificado por la Ley de Extranjería, no por un imperio romano. Abandonado en una valla con concertinas, no en el Gólgota. Si Jesús volviera hoy, no lo esperarían con palmas, sino con porras. Le pedirían el pasaporte antes de preguntarle el nombre. Le señalarían desde las tertulias: okupa, mena, delincuente. No sería el hijo de Dios, sería el “ilegal”.
¿Quién lo defendería? ¿Los mismos que se golpean el pecho en misa mientras votan leyes que dejan morir a miles en el mar? ¿Las y los que rezan rosarios en las puertas de clínicas mientras callan ante las cárceles de migrantes? ¿La Europa cristiana, armada hasta los dientes, que invierte más en Frontex que en ayuda humanitaria?
Jesús no sería ciudadano europeo, sería apátrida.
Nacería en una patera, no en un pesebre. Vendría de Gaza o del Congo, cruzando fronteras con un niño en brazos y una historia de guerra en la espalda. Dormiría en la calle, en el metro, bajo un cartón. Le llamarían “sintecho”, como si no tuviera nombre. Como si eso fuera culpa suya.
¿Y si entrara a una casa vacía, abandonada, para refugiar a su madre? ¿A quién llamarían? A Desokupa, esa mafia legalizada que amenaza, hostiga, echa. Esa cuadrilla de neonazis con contrato, disfrazada de “solución”. Porque aquí la propiedad vale más que la vida. Porque aquí la compasión tiene cláusulas y el Evangelio se alquila al mejor postor.
Los fariseos de hoy visten de traje y hablan de meritocracia. Ocultan el odio tras la palabra “orden”. Legislan para proteger al casero, no al inquilino. Le llamarían populista. Le acusarían de incitar al odio por recordar que el capitalismo mata, que la desigualdad no es una catástrofe natural, sino un crimen premeditado.
No le crucificarían en una colina, le silenciarían en los algoritmos. Bloqueado, censurado, etiquetado como “contenido sensible”. ¿Cuántos seguidores perdería por defender a las prostitutas, a las presas, a las migrantes trans? ¿Cuántos templos le cerrarían por denunciar a la banca? ¿Cuántas portadas le convertirían en un peligro para la democracia?
No le permitirían ni predicar. Le detendrían por “perturbar el orden público”. Le pondrían una orden de alejamiento de la catedral. Le acusarían de “ocupación del espacio público” si organizara un comedor popular. Sería criminalizado por cuidar.
¿Y si Jesús fuera mujer? ¿Negra? ¿Musulmana? ¿Y si hablara de feminismo y antirracismo desde un asentamiento chabolista? No sería trending topic. Sería invisible. O peor, sería odiada. Por eso, quizá, no vuelve. Porque nos enseñó a amar al prójimo y aquí seguimos armando fronteras, blindando tejados, cerrando puertas.
La pregunta es (solo para creyentes, que yo no lo soy): ¿y si ya ha vuelto y no lo hemos reconocido?
Porque preferimos a un Cristo sin heridas, sin hambre, sin acento. A uno blanco, burgués, nacionalizado. Uno que no moleste. Uno que no hable de justicia, sino de caridad. Uno que no cuestione la riqueza, sino la pobreza. Uno cómodo.
¿Y si Jesús volviera hoy?
Sería expulsado, ignorado, deportado.
Porque aquí no hay redención para los nadies.
Porque hemos cambiado el pan y los peces por tarjetas black y sicavs.
Porque seguimos crucificando al pobre mientras adoramos al dinero.
Y porque, quizás, el verdadero infierno es este mundo que seguimos construyendo cada día.
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Y por si hace falta decirlo: este hilo es para quienes creen en esas cosas. Nosotras no. Pero nos sabemos el cuento mejor que quienes lo usan para odiar.
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