Cuando entregas las llaves de la democracia al lobo, no te sorprendas de que las garras acaben en tu garganta.
El espectáculo político que se desarrolla en Francia es un síntoma, no una anomalía. Emmanuel Macron ha jugado durante años a pactar con el miedo, normalizando a Marine Le Pen y a su partido, el Rassemblement National, en nombre de la «estabilidad». Ahora, cuando el monstruo al que alimentó se prepara para devorarle, resulta casi ridículo plantearse si el presidente alguna vez entendió los riesgos reales de su estrategia.
Macron, ¿qué esperabas? La extrema derecha no negocia, devora. No colabora, coloniza. No se integra, fagocita. Desde su reelección en 2022, el presidente ha tratado de gobernar sin mayoría parlamentaria, confiando en que los escaños de la extrema derecha serían una herramienta manejable. Pero en lugar de maniobrar con astucia, lo que ha hecho es ceder, concesión tras concesión, dejando que Marine Le Pen dicte los términos del juego político. El resultado es un sistema institucional tan debilitado que cualquier brisa puede tumbarlo, y Le Pen es un huracán que lleva años gestándose.
LE PEN Y LA TRAMPA DE LA NORMALIZACIÓN
No es casualidad que estemos aquí. El ascenso de Le Pen no es solo el resultado de su retórica populista o de su capacidad para movilizar a sectores descontentos. Es, sobre todo, el producto de una clase política que, desde hace años, ha aceptado jugar en su terreno. Cada vez que Macron y su Gobierno han evitado un enfrentamiento directo con Le Pen, han fortalecido su narrativa: «Nosotros somos la verdadera oposición».
Macron permitió que la extrema derecha marcara la agenda al tomar decisiones que desmantelaban derechos sociales básicos. En su intento de bloquear el ascenso de la izquierda, cedió terreno en temas como la inmigración, la fiscalidad y la protección social. La última de estas concesiones, la congelación de pensiones, es solo un ejemplo más del terreno cedido en nombre de una supuesta «responsabilidad de Estado».
No se puede olvidar que Barnier, su último peón, ha llegado a activar el artículo 49.3 para aprobar presupuestos sin debate parlamentario. Una herramienta que, aunque legal, dinamita la confianza pública en las instituciones. ¿Cómo se puede hablar de democracia cuando el propio Gobierno recurre a maniobras autoritarias para sobrevivir políticamente? Le Pen, mientras tanto, ha explotado estas debilidades con una precisión quirúrgica. No necesita destruir el sistema desde fuera: Macron ya le hizo ese trabajo.
LA IZQUIERDA, EL ÚLTIMO DIQUE ANTES DEL DESASTRE
Mientras la derecha moderada se desangra y el centrismo de Macron se desploma, la izquierda se enfrenta a un dilema existencial: ¿cómo combatir la extrema derecha sin ser arrastrada al lodazal político que Macron y Le Pen han creado? Las fuerzas progresistas, agrupadas en el Nuevo Frente Popular, han sido claras en su rechazo a los presupuestos y a las políticas regresivas de Barnier. Pero eso no basta. El verdadero reto es construir una alternativa política que no solo combata a Le Pen, sino que desmonte las condiciones que hicieron posible su ascenso.
Sin embargo, incluso dentro de la izquierda surgen fisuras. La incapacidad de alcanzar consensos sobre un liderazgo común, como se evidenció con el rechazo a Lucie Castets, demuestra que las divisiones internas siguen siendo un obstáculo importante. Y cada minuto perdido en esta lucha interna es un regalo para Le Pen. Si la izquierda no es capaz de presentar una alternativa clara, corre el riesgo de convertirse en cómplice pasiva del desastre que se avecina.
Francia no está al borde del abismo; ya está cayendo. Y lo que pase en las próximas semanas definirá no solo el futuro de Macron, sino el de toda Europa. La pregunta ya no es si Marine Le Pen tomará el poder. Es cuándo y cómo lo hará. ¿Qué esperabas, Macron? La democracia no se defiende con tibieza. Se defiende o se pierde.
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