Un modelo de gestión solidaria que desafía la especulación y prioriza a la comunidad
Ubicado en pleno corazón de Andalucía, Marinaleda es una anomalía en un mundo que se rige por la lógica del capital y el individualismo. Con 2700 habitantes, esta pequeña localidad no solo ha logrado garantizar bienestar social, sino que se ha convertido en una referencia de gestión colectiva que incomoda al poder económico y político.
A contracorriente de iniciativas fallidas como Grafton, en Estados Unidos —donde el sueño libertario anarcocapitalista acabó entre escombros y ataques de osos—, Marinaleda demuestra que una economía basada en la cooperación no es solo posible, sino que puede ser sostenible y justa.
TIERRA, TRABAJO Y JUSTICIA SOCIAL
El alma de Marinaleda son sus 1200 hectáreas de tierras agrícolas, antaño propiedad del Duque del Infantado. Tras 20 años de lucha, esas tierras pasaron a manos del pueblo y hoy sustentan su economía gracias a ocho cooperativas agrarias que producen alimentos como aceite de oliva, pimientos y alcachofas.
La clave no está solo en el cultivo, sino en el control de toda la cadena productiva, que permite industrializar los productos y generar empleo local. El aceite de oliva, principal joya de la producción, se exporta a mercados internacionales, mientras otros alimentos abastecen al mercado nacional. Este modelo ha permitido también romper con la histórica marginación de las mujeres en el campo, que hoy lideran actividades de transformación industrial.
Marinaleda demuestra que cuando la propiedad se democratiza, el trabajo deja de ser una condena y se convierte en un motor de dignidad. En este pueblo, la explotación y el lucro quedan fuera de la ecuación.
VIVIENDA Y SERVICIOS: UN DERECHO, NO UN PRIVILEGIO
Mientras en las grandes ciudades el precio de la vivienda se convierte en un yugo, aquí la especulación inmobiliaria no tiene cabida. A través de un modelo cooperativo, las familias construyen sus propias casas con apoyo municipal y pagan solo 15 euros al mes.
Frente al mantra neoliberal que convierte los hogares en mercancías, Marinaleda ha decidido que la vivienda sea un derecho.
Este enfoque no se limita solo a las casas: las guarderías municipales cuestan 12 euros al mes, el gimnasio 2 euros y la piscina comunitaria 6 euros por temporada. Los jornaleros y jornaleras que trabajan en las cooperativas perciben un salario mensual de 1400 euros. Lo llamativo no es solo la cifra, sino el poder adquisitivo que les otorga vivir en un lugar donde los servicios esenciales son accesibles.
DEMOCRACIA DIRECTA COMO HERRAMIENTA DE PODER POPULAR
Las decisiones importantes no las toma una élite, sino las y los vecinos, en asambleas públicas mensuales. Desde los presupuestos hasta los nuevos proyectos, todo se debate colectivamente. Este modelo no solo genera transparencia, sino también un fuerte sentido de comunidad y pertenencia.
El alcalde Sergio Gómez Reyes y su equipo no cobran salario alguno. Los fondos destinados a sus sueldos se invierten en proyectos comunitarios, reforzando aún más el carácter autogestionado del pueblo. Aquí la política no es un trampolín al privilegio, sino un servicio al pueblo.
LA AMENAZA DE LA PRIVATIZACIÓN: CUANDO EL CAPITAL ATACA
A pesar de su éxito, Marinaleda enfrenta una amenaza constante: la Junta de Andalucía, gobernada por el Partido Popular, ha iniciado un plan de privatización de tierras públicas, incluidas las que sostienen la economía del pueblo. Esta política neoliberal, disfrazada de “eficiencia económica”, busca entregar a fondos de inversión lo que ha sido construido con décadas de lucha colectiva.
“No dejaremos que conviertan nuestras tierras en mercancía. Aquí resistiremos.” Esta frase, repetida por Gómez Reyes, no es solo una consigna; es una declaración de guerra frente al intento de desmantelar un modelo que desafía las reglas del mercado.
UN PUEBLO QUE INSPIRA Y RESISTE
Mientras otros pueblos rurales pierden población y se desvanecen en el olvido, Marinaleda mantiene su estabilidad demográfica. Los jóvenes regresan tras completar sus estudios porque encuentran trabajo, acceso a la vivienda y una red de apoyo comunitaria.
El mensaje de Marinaleda es contundente: no hay abandono rural cuando el pueblo es dueño de su destino. En una sociedad donde los mercados dictan quién puede vivir dignamente y quién no, este pequeño pueblo andaluz representa un incómodo recordatorio de que las alternativas existen y son posibles.
Marinaleda no es un paraíso perfecto, pero sí un ejemplo tangible de que otro mundo no solo es posible, sino que ya está en marcha, con sus calles llenas de vida y sus huertos llenos de esperanza.
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