Un poder que miente sin sonrojo es un poder que ya ha renunciado al pudor.
Un mentiroso sin memoria
Carlos Mazón compareció en el Congreso para representarse a sí mismo. No compareció como presidente en funciones. Ni como responsable político de una tragedia con 229 muertos. A Mazón se le vio como lo que es: un dirigente que ha hecho de la mentira un metabolismo. No responde. No explica. No asume. Solo improvisa versiones incompatibles entre sí, como si la memoria colectiva fuese una pizarra que él puede borrar a su antojo.
El problema no es únicamente que mienta. El problema es que cree que no habrá consecuencias. Que la sociedad valenciana, tras un año de duelo, rabia y litigio, va a aceptar dócilmente su relato de sobremesa. Un hombre que, ante una DANA histórica, admite sin rubor que pasó cuatro horas comiendo, que después se dio un paseo por el centro de València y que escondió su móvil en una mochila porque tenía frío. Un dirigente que pretende convencer a toda una comunidad de que “nada hubiera cambiado” si hubiese llegado antes al Cecopi.
Esa frase lo retrata. Ese cinismo lo explica. Ese desprecio por la vida ajena lo condena.
Mazón trata de instalar la idea de que su ausencia, su indolencia y su despreocupación no fueron relevantes. Pero los autos judiciales dicen otra cosa. «Las muertes sí se podían evitar», escribió la jueza de Catarroja. La “palmaria ausencia de avisos” fue un factor determinante. La política no es omnipotente, pero sí evita víctimas cuando funciona. Esa es la diferencia entre un gobierno y un abandono.
Y aquí no hubo gobierno. Hubo abandono.
EL GOBERNANTE QUE TEME A LA VERDAD
Su última comparecencia institucional duró tres horas y media. No dejó respuestas. Solo añadió más sombras sobre su conducta. Más contradicciones. Más desprecio por el rigor. Más distancia con la ética pública.
Se defendió culpando a la Aemet, al Gobierno central, a la Confederación Hidrográfica del Júcar y a quien pasara por allí. Pero, cuando se agotaron las excusas, decidió dar un salto cualitativo: negar la existencia del protocolo del Es-Alert.
Un documento de 10 páginas, aprobado el 5 de diciembre de 2022, recibido por su administración, usado ya por el Botànic en dos simulacros y enviado formalmente por Interior al juzgado.
Negarlo no es un error. Es una estrategia. Mazón elige mentir porque la verdad desmonta por completo su relato de inevitabilidad. Si el protocolo existe —y existe— la pregunta es evidente:
¿Por qué no se envió el aviso automático?
¿Por qué no se protegió a la población?
¿Por qué el Gobierno valenciano no cumplió una obligación que estaba negra sobre blanco?
Mazón no responde porque responder sería aceptar su responsabilidad. Prefiere un vacío moral que un acto de decencia. Prefiere el aforamiento que la rendición de cuentas. Prefiere seguir fingiendo que el desastre era inevitable cuando sabe, como sabemos todos, que no lo era.
El cinismo se ha convertido en su último refugio.
LA ÉTICA TAMBIÉN ES UNA EMERGENCIA
La tragedia de la DANA no fue solo meteorológica. Fue institucional. Fue política. Fue humana.
Los servicios públicos no fallaron por saturación. Fallaron porque quien debía dirigirlos decidió no aparecer. Fallaron porque quien debía activar una alerta inmediata decidió esconder su teléfono. Fallaron porque quien debía encabezar la respuesta decidió prolongar una sobremesa.
Las y los valencianos no olvidarán que su presidente caminaba tranquilamente por València mientras cientos de familias estaban a punto de perderlo todo. Que mantuvo su móvil silenciado en una mochila mientras llegaban avisos desesperados. Que mintió en sede parlamentaria sobre un protocolo que su propio gobierno recibió por correo electrónico.
Es legítimo que un pueblo exija responsabilidades. Es legítimo que la política asuma sus límites. Pero lo que nunca es aceptable es la indiferencia. Lo que resulta intolerable es la mentira sostenida ante 229 muertos, ante una jueza que investiga, ante un país que observa.
A Mazón no lo destruye su oposición. Lo destruye su propia voz. Cada vez que habla añade un párrafo más al sumario de su descrédito. Cada vez que improvisa una versión agranda la sombra de su culpa. Cada vez que niega la evidencia confirma que sabe exactamente lo que no hizo.
Y aún así insiste en dormir. Asegura que tiene algún desvelo de vez en cuando, como si la culpa fuese un mosquito y no una cicatriz moral.
Hay políticos que fracasan.
Otros que engañan.
Y luego está Mazón, que pretende que una sociedad en duelo crea que la verdad es opcional.
La historia no es indulgente con quienes abandonan a su pueblo en medio de una catástrofe. La justicia, tampoco.
Porque hay momentos en los que un país debe decidir si tolera que lo gobierne un mentiroso o si, por fin, se atreve a juzgarlo.
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