Los extremistas hacían vida cotidiana en la capital por lo que era habitual verlos paseando por las principales calles de Madrid o en restaurantes.
Otto Skorzeny, experto en acciones de espionaje y sabotaje, recibió la orden de Adolf Hitler de liberar a Benito Mussolini de su arresto en el Hotel Campo Imperatore durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Skorzeny fue perseguido por la justicia tras el triunfo de los aliados en la contienda y se instaló definitivamente en España en 1950, en donde contaba con “amigos leales” que le ayudarían a su llegada. Este apoyo le sirvió para abrir una empresa de ingeniería en plena Gran Vía madrileña que la CIA llegó a definir como “tapadera”. Skorzeny, en realidad, estaba dedicándose a la actividad política.
Pero este no fue un caso aislado. Madrid fue utilizado como refugio de fascistas y criminales de guerra mientras caía el fascismo en Europa y se mantenía en España la dictadura franquista y se convirtió en uno de los nodos clave de la red neofascista transnacional más amplia.
Tal y como recoge elDiario.es, decenas de alemanes, italianos, austriacos o croatas encontraron en la capital un lugar seguro y un espacio en el que compartir ideas, reunirse, publicar, organizar actos y repensar sus estrategias. A esta conclusión se llegó después de recopilar memorias, diarios personales, archivos de varios países e informes policiales y de distintos servicios de inteligencia.
“A priori no parecía el lugar perfecto porque al principio había todavía una imagen de Madrid como capital del antifascismo, pero esto comienza a cambiar después de 1945”, explica Pablo del Hierro y profesor de Historia de la Universidad de Maastricht a elDiario.es.
En la ciudad coincidieron varios factores: Alemania e Italia ya tenían en ella algunas estructuras puestas en marcha, los fascistas huidos sabían que el régimen de Franco les miraría con buenos ojos y Madrid era un paso intermedio en las rutas de escape hacia otros países como Argentina, Brasil, Siria o Egipto.
Las ratlines
Según ha documentado Del Hierro, la capital fue el eje central en tres de estas grandes vías, las llamadas ratlines o rutas de las ratas, un sistema concebido por los fascistas para huir de la justicia de los aliados.
Las ratlines funcionaban como redes informales de personas que podían moverse de unos países a otros, y en la práctica les ayudaban con dinero, ropa, alojamiento, billetes y documentación e identidades falsas.
La primera de las ratlines estuvo encabezada por Arturo degli Agostini, calificado por las autoridades italianas como uno de los fascistas más activos. Una vez finalizada la guerra, intentó reorganizar en Madrid a la comunidad italiana residente en España e impulsó un mecanismo que tenía como objetivo refugiar a los fascistas de Italia, entre ellos, Mario Roatta, exjefe de los servicios secretos de Mussolini que se convirtió en director de la Sociedad Comercial Hispano-Italiana.
El responsable de la segunda ruta fue Johannes Bernhardt, quien supervisaba por orden de Hitler las relaciones económicas entre Alemania y los sublevados franquistas en 1936, algo que le valió para tener importantes relaciones con las élites económicas españolas, con las altas esferas del régimen franquista y el partido nazi.
Además fue informante de la operación angloamericana SAFEHAVEN, lo que le hizo disfrutar de una posición “singular” al colaborar, una vez finalizada la contienda, con las autoridades aliadas.
Al mismo tiempo, Bernhardt ayudaba a los fascistas huidos y en abril de 1945 convocó una reunión en su casa que creó oficialmente la ratline de Bernhardt, ayudado por figuras como Clara Stauffer, que había trabajado para la Sección Femenina de Falange.
La tercera ruta fue puesta en marcha por Carlos Fuldner. Esta ruta, con la que los fascistas intentaban burlar a la justicia llevaba a los criminales a Argentina a través de España. Fuldner contaba con el apoyo del presidente argentino Juan Domingo Perón al que se sumarían después otros como el líder de las SS flamencas, René Lagrou, el embajador rumano en España, Radu Ghenea, el escritor Charles Lescat o Pierre Daye, periodista y miembro del rexismo, movimiento belga fascista.
Los extremistas hacían vida cotidiana en la capital por lo que era habitual verlos paseando por las principales calles de Madrid o en restaurantes. A finales de 1946, perseguir a los fascistas ya no es una prioridad y pasan a un primer plano las tensiones con la URSS. Por tanto, quienes estaban escondidos en Madrid comenzaron a sentirse más seguros y la capital a convertirse en un lugar en el que la extrema derecha podía volver a ser políticamente activa como epicentro de una red más amplia formada por Roma, Lisboa, Buenos Aires, El Cairo o Santiago de Chile.
En este contexto, Otto Skorzeny retoma sus actividades políticas en Madrid con la ayuda del líder rexista, Leon Degrelle.
Según Del Hierro, las actividades desarrolladas en Madrid durante estos años contribuyeron a “mantener la ideología fascista viva” y fueron clave “a la hora de construir los pilares fundamentales de lo que llamamos el neofascismo”. No fueron actos ni convocatorias masivas, pero la red era internacional, recuerda el historiador de la Universidad de Maastricht, que señala que la actividad política estaba marcada por la idea de repensar las estrategias.
Debido a la importancia de la capital para el universo fascista, dos grandes grupos neofascistas: el Movimento Sociale Italiano (MSI) y el Movimiento Social Europeo (EMS) abren oficinas en Madrid.
Previamente se había producido un viaje relevante de Oswald Mosley, fundador de la Unión Británica de Fascistas, sobre el que los servicios británicos aseguraron que estaba “intentado hacer todo lo posible por desarrollar sus contactos en el extranjero” para formar un movimiento europeo. Una vez creó la red de contactos en España, emprendió el viaje “apadrinado por el cuñado de Franco Ramón Serrano Súñer”. Después participó en varios congresos en Roma y Malmö, de donde surgió el EMS.
Al mismo tiempo, los neofascistas residentes en Madrid recibieron las noticias de las decisiones tomadas en la ciudad sueca y decidieron organizar un encuentro internacional en septiembre de 1951 con motivo del aniversario de la liberación del Alcázar de Toledo durante la Guerra Civil. El Movimiento Social Europeo decidió entonces abrir una sede en la capital que dirigiría el neofascista Jean-Maurice Bauverd, perseguido por las autoridades suizas.
El estudio finaliza remarcando que “el nodo de la red neofascista establecida en Madrid se estaba volviendo sustancialmente más grande, más global y más oficial”, una relevancia que fue creciendo “hasta el punto de convertirse en un punto de peregrinaje casi obligado para cualquier persona interesada en la ideología neofascista en las siguientes décadas”.
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