El presidente de la República insiste en priorizar los intereses de una élite financiera desconectada de las necesidades reales del país.
El nombramiento del nuevo Gobierno francés, liderado por François Bayrou, evidencia una preocupante falta de visión para enfrentar los retos actuales de Francia. La apuesta por un Ejecutivo continuista y de corte conservador, que incluye figuras como Manuel Valls en la cartera de Ultramar, refuerza la percepción de que el presidente Emmanuel Macron no ha entendido el mensaje de las urnas ni el creciente clamor social.
La elección de Valls para una cartera especialmente sensible subraya la intención del Elíseo de abordar las crisis de los territorios periféricos desde una óptica administrativa más que política. Mientras Mayotte sufre los estragos del ciclón Chido y las islas caribeñas protestan contra el aumento del coste de vida, la respuesta gubernamental se limita a movimientos cosméticos que ignoran las raíces del problema.
En el Ministerio del Interior, la continuidad de Bruno Retailleau, representante del ala más dura de la derecha francesa, consolida un discurso represivo enfocado en la lucha contra la inmigración irregular, un guiño directo a la extrema derecha que lidera Marine Le Pen. Este intento de apaciguamiento no solo carece de efectividad, como ya demostró el fracaso del Gobierno anterior, sino que legitima posiciones xenófobas en el corazón de la política francesa.
Por si fuera poco, el nuevo gabinete se conforma casi exclusivamente con personalidades del centroderecha, ignorando las propuestas de la izquierda. La inclusión de figuras como François Rebsamen o el propio Valls, con una historia de posiciones que distan de las necesidades actuales de la ciudadanía, dista mucho de ser un verdadero acercamiento al progresismo.
UN PAÍS ATRAPADO ENTRE LA DEUDA Y LA FALTA DE VISIÓN
Francia se encuentra al borde del colapso económico. Con una deuda pública que alcanza los 3,3 billones de euros (113,7% del PIB) y un déficit que supera el 6%, las cifras no mienten: el país necesita reformas estructurales que vayan más allá de ajustes fiscales y recortes. Sin embargo, la elección de Éric Lombard, un banquero sin experiencia política, para liderar el Ministerio de Economía, plantea dudas sobre la capacidad de este Gobierno para implementar medidas efectivas.
La gestión económica, marcada por políticas austeras impuestas desde Bruselas, ha demostrado ser un fracaso rotundo. Los intentos de imponer recortes de 60.000 millones de euros durante el mandato de Michel Barnier no solo agravaron la crisis, sino que precipitaron la caída de su Ejecutivo. A pesar de esta evidencia, Bayrou se inclina por mantener un enfoque similar, condenando a Francia a un ciclo de inestabilidad y precariedad.
La rebaja de la calificación soberana por parte de Moody’s a Aa3 con perspectiva estable refleja la desconfianza de los mercados en la capacidad de este Gobierno para revertir la situación. Sin un presupuesto aprobado para 2025, el panorama se complica aún más, y las medidas paliativas solo posponen el inevitable enfrentamiento con una realidad económica insostenible.
En este contexto, la ausencia de un enfoque transformador basado en la redistribución de la riqueza y la inversión en servicios públicos perpetúa el sufrimiento de una ciudadanía que enfrenta el aumento del coste de vida, la precarización laboral y la falta de oportunidades. Mientras tanto, el Gobierno insiste en priorizar los intereses de una élite financiera desconectada de las necesidades reales del país.
El futuro de Francia no puede seguir atado a las viejas fórmulas del centroderecha, que han demostrado ser ineficaces. Si algo queda claro es que Macron y Bayrou no han aprendido de los errores del pasado. El único camino para salir de la crisis es abrazar una agenda verdaderamente de izquierdas, capaz de poner a las personas en el centro de las decisiones políticas.
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