El poder de la nube ya no está en el cielo, sino sobre nuestras cabezas.
EL CAPITALISMO HA MUERTO: BIENVENIDAS Y BIENVENIDOS AL TECNOFEUDALISMO
Durante la pandemia, mientras la mayoría sobrevivía entre pantallas y algoritmos, el capitalismo tradicional murió en silencio. Yanis Varoufakis —exministro de Finanzas griego y una de las voces más lúcidas de la izquierda europea— lo llama tecnofeudalismo: un sistema en el que los “tecnolords” gobiernan la economía, el pensamiento y el comportamiento humano.
No son metáforas. Las grandes tecnológicas no solo venden productos o servicios: controlan las relaciones sociales, los deseos y hasta el tiempo que miramos una pantalla. Entre 2020 y 2022, el uso digital entre menores creció un 52% en Estados Unidos. Un dato que revela algo más profundo: el nuevo orden mundial ya no se mide en fábricas ni en mercados, sino en minutos de atención.
Varoufakis sostiene que este poder nació de una crisis y se alimenta de otra. La de 2008 hundió los bancos y obligó a los Estados a inyectar 35 billones de dólares para salvarlos. Aquella lluvia de liquidez cayó, paradójicamente, sobre las manos de Silicon Valley. Google, Meta, Amazon o Alibaba usaron dinero público para construir un imperio privado: la nube. Y desde ahí, extraen rentas sin producir nada tangible.
El economista griego llama a este fenómeno capital en la nube: un tipo de poder que no necesita fábricas, sino datos; que no explota trabajadores asalariados, sino miles de millones de usuarios que trabajan gratis subiendo contenido, dejando huellas, generando información. No producimos para un salario, sino para un algoritmo.
LOS SEÑORES DE LA NUBE Y SUS NUEVOS SIERVOS
La economía de la atención ya no consiste en vendernos algo, sino en convertir nuestros deseos en propiedad privada. Amazon se queda entre un 30% y un 40% del precio de cada venta; Google y Meta viven del trabajo gratuito de sus “siervos digitales”. En empresas clásicas como General Electric, el 80% de los ingresos se destinaba a salarios; en las Big Tech, apenas llega al 1%. El resto lo generamos nosotras y nosotros sin saberlo, mientras publicamos fotos, clicamos anuncios o entrenamos sin consentimiento la inteligencia artificial que mañana nos sustituirá.
El tecnofeudalismo no necesita producir mercancías, solo extraer rentas del comportamiento humano. Por eso, Varoufakis insiste: no estamos ante un capitalismo más avanzado, sino ante otra cosa. En el feudalismo medieval, la tierra era la fuente de riqueza; hoy lo es la información. Y los nuevos señores feudales —los tecnolords— no poseen castillos, sino servidores.
Su poder no se limita a la economía. Gobiernan los espacios simbólicos. Si un gobierno europeo intenta regularlos, basta una amenaza: cerrar YouTube o Instagram. Ningún parlamento resiste la presión de una ciudadanía digitalmente secuestrada. Por eso, dice Varoufakis, Internet se ha convertido en una tiranía de código, una prisión con acceso Wi-Fi.
Y mientras tanto, Trump cena con los tecnolords, prometiendo privatizar el dólar mediante criptomonedas estables como Tether. El poder político ya no compite con las Big Tech; trabaja para ellas.
ENTRE EL ALGORITMO Y EL DESIERTO
Los defensores del libre mercado juraban que la competencia garantizaría la libertad. Pero la nube no compite: coloniza. Sus dueños, los nublalistas, no necesitan vender nada para obtener beneficios; se alimentan de nuestra existencia conectada. Su economía es parasitaria. Como un virus que acaba matando al huésped, las corporaciones tecnofeudales extraen valor del trabajo ajeno hasta vaciar el sistema productivo que las sostiene.
La diferencia con el viejo capitalismo es brutal. Henry Ford fabricaba coches; Jeff Bezos fabrica dependencia. Edison encendía bombillas; Zuckerberg apaga la autonomía. El tecnofeudalismo ya no genera progreso: genera sumisión.
La contradicción es total: vivimos en la era con más capacidad tecnológica para alimentar, educar y cuidar a toda la humanidad, pero la concentración del poder digital multiplica el hambre, la desigualdad y la alienación. Según Varoufakis, el sistema está condenado por su propio éxito: a más extracción de rentas, menos sostenibilidad económica y más caos social.
En esta estructura, la democracia se vuelve decorado. Los Estados bailan al ritmo del capital en la nube. Los gobiernos ya no legislan: negocian con los algoritmos. Y cuando una sociedad acepta que su libertad depende del consentimiento de una aplicación, el feudalismo ha regresado.
REBELARSE EN LA NUBE
Varoufakis no se limita a diagnosticar: exige socializar el capital en la nube. Hacernos accionistas iguales del conocimiento colectivo que nos han robado. Si las máquinas aprenden de nuestros datos, los beneficios de su inteligencia deberían ser comunes. Es la actualización del marxismo para la era digital.
El tecnofeudalismo no caerá por la fuerza, sino por contradicción interna. Pero la izquierda —dice el griego— ha perdido el coraje de imaginar un futuro distinto. Mientras los “tecnolords” venden salvación bajo la forma de inteligencia artificial, los movimientos emancipadores repiten consignas del pasado.
Aun así, Varoufakis no renuncia a la esperanza. Cree que la historia está hecha de contradicciones, y esta es la mayor de todas: una humanidad hipertecnológica, pero cada vez más sometida.
Su conclusión es tan filosófica como urgente:
el secreto del poder no está en la mente de los opresores, sino en la mente de quienes deciden dejar de obedecer.
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