Chega se convierte en la segunda fuerza en Portugal gracias al voto emigrante. El fascismo posmoderno se viste de desarraigo y antipolítica para colarse por la puerta de atrás del Parlamento.
UN VOTO EN EL EXTRANJERO QUE NO ES TAN LEJANO
Portugal acaba de vivir lo que algunos llaman un “detalle simbólico” pero que, en realidad, es una señal de alarma con sirenas a todo volumen. El partido ultraderechista Chega ha superado en escaños al Partido Socialista (PS) tras el recuento del voto exterior. Lo ha hecho no por sorpresa, sino por acumulación, por persistencia, por ese lento goteo de odio empaquetado en eslóganes simples y canales de Telegram. Ventura ya no es solo ruido: es el líder de la oposición.
La derecha suma más del 60% del Parlamento. Pero es Chega quien capitaliza la narrativa, el miedo, la desafección. En países como Suiza, Francia, Bélgica o Brasil ha arrasado entre las y los portugueses emigrados. En Suiza, ha subido del 32% al 45% en apenas un año. Una parte importante de la diáspora ha comprado el discurso de André Ventura, envuelto en papel antisistema, perfumado con nostalgia nacionalista y vendido como remedio contra la corrupción. El PS, tras el caso Costa, ha pagado caro un escándalo sin condena ni pruebas concluyentes. Y el Bloco y el Partido Comunista, ya con sus manos manchadas por haber sostenido a un gobierno, han dejado de ser opción para quienes buscan romperlo todo.
No es nuevo ni exclusivo de Portugal. El fenómeno es conocido: migrantes que viven en países más ricos, con Estados fuertes, que desde la distancia condenan el gasto público en su país de origen y acusan de “chiringuitos” lo que en su día les ayudó a sobrevivir. Los hay en España, en Italia, en Rumanía. Han cambiado la maleta por el mitin en TikTok.
Lo preocupante no es solo que Ventura haya ganado dos escaños por Europa y América. Lo preocupante es que la extrema derecha ya ha comprendido que el voto exterior es un campo fértil. Sin el control del debate televisivo, sin el desgaste de la política doméstica, sin la memoria diaria de las huelgas, los despidos y los abusos patronales. Allí donde la izquierda está desconectada y la ultraderecha campa por WhatsApp, ganan ellos.
DE LA MOURARIA A LA CONSTITUCIÓN: LA OFENSIVA ULTRA SE NORMALIZA
Lisboa tiene heridas que se abren al hablar de la Mouraria. Barrio migrante, empobrecido, atacado sin piedad por los discursos de Chega. Allí, la retórica de “portugueses de bien” contra “delincuentes extranjeros” ha calado, no por su originalidad, sino por su rentabilidad política. Han enfrentado a pobres contra pobres, a la vecina sin papeles contra la abuela sin pensión, al vendedor ambulante contra el jubilado con miedo.
Mientras tanto, Ventura no esconde su hoja de ruta. Propone cambiar la Constitución de 1974. Borrar la frase que menciona “una sociedad socialista” como horizonte deseado por quienes derrocaron a Salazar. Lo dice sin rubor. Como quien repinta una pared para tapar la memoria de los fusilamientos. Porque la ultraderecha de 2025 no se disfraza de dictadura: se viste de gestión, de reforma técnica, de voto útil contra “el sistema”, mientras desmantela las garantías democráticas que permiten votar sin miedo.
La Alianza Democrática de Luís Montenegro insiste en que no pactará con Chega. Pero cada elección les arrastra un poco más al terreno del ultranacionalismo, como ya ocurrió en Suecia, Finlandia o España. Y mientras niegan un gobierno conjunto, votan juntos para limitar derechos, blindar fronteras y criminalizar al diferente. Lo que no se firma en público, se susurra en comisiones.
En la Mouraria y en Bruselas, la misma dinámica: el fascismo se alimenta del silencio de las izquierdas y del cálculo de las derechas.
La excusa es la corrupción. El terreno es el desencanto. La herramienta es la propaganda digital. El objetivo es el poder. Y el resultado es este: un país que fue faro de la Revolución de los Claveles convertido ahora en campo de pruebas para la nueva extrema derecha europea.
André Ventura no necesita tanques. Le basta con los votos del extranjero y un algoritmo que funciona mejor que cualquier mitin.
Y si nadie lo frena, el próximo cambio constitucional no será simbólico, será irreversible.
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