Maribel Vilaplana se presenta siete meses después como víctima del escrutinio público, pero sigue sin responder a lo que importa: qué hacía en aquella mesa mientras la emergencia crecía bajo la lluvia
COCINAR BORRETA MIENTRAS VALÈNCIA SE AHOGABA
Han pasado más de siete meses desde que las lluvias torrenciales del 29 de octubre de 2023 convirtieron parte de la provincia de València en un lodazal sin respuesta institucional. Mientras la riada se llevaba por delante casas, coches y certezas, el president Carlos Mazón (PP) comía relajado en El Ventorro junto a la periodista Maribel Vilaplana. Durante dos horas y tres cuartos, entre llamadas cruzadas y primeros auxilios desbordados, se cocinaba también el desprestigio de una gestión que optó por el mantel antes que por el operativo.
Ahora, Vilaplana reaparece. No para hablar de las víctimas, ni de su cercanía al poder, ni de la conversación que mantuvo con Mazón a última hora de la tarde —aquella en la que, según fuentes cercanas a ella, pidió literalmente: “Por favor, no me metas en esto”—. Reaparece en un programa de cocina en YouTube para denunciar que “las redes sociales me han hecho mucho daño”.
Prepara una borreta alcoyana, charla con un chef simpático, reflexiona sobre adolescentes y pantallas. Y aprovecha el contexto más liviano posible para emitir su mensaje: “Hay mucha gente que, detrás del anonimato, provoca mucho dolor. Yo lo he sufrido. Te destroza”.
El problema no fue la mesa, ni el plato. El problema fue el silencio que eligió.
Porque sí, el acoso en redes sociales existe y destroza. Pero hay una diferencia abismal entre ser víctima de un ataque organizado y recibir críticas legítimas por haber compartido sobremesa con quien debía estar en el centro de operaciones de emergencia. A la misma hora que Mazón colgaba con ella, atendía por fin —17:37h— a la consejera de Justicia, mientras las primeras viviendas se inundaban en Chiva tras el desbordamiento del barranco del Poyo.
DEL “NO ME METAS EN ESTO” A LA AUTOAYUDA EN HD
Vilaplana no solo es periodista. Ha sido profesora de oratoria, experta en comunicación institucional, ex portavoz del Levante UD. No es una novata. Conoce el valor simbólico de una imagen, el poder de una frase y el precio de una omisión. Por eso chirría tanto su elección: transformar una crisis pública en drama personal, una negligencia política en un episodio de mindfulness emocional.
“Lo que publiques en redes sociales es como si estuviera en la puerta del cole”, explica en el programa. Y tiene razón. Pero lo que se hizo aquel 29 de octubre no fue un post. Fue una comida. Fue un gesto. Y lo que se le reclamó no fue estética, fue ética.
No se le reprochó ser amiga del president. Se le reprochó sentarse con él mientras media València pedía ayuda. Y que en lugar de contarlo, eligiera el mutismo. Que no alertara a la opinión pública. Que no pusiera sus conocimientos de comunicación al servicio del bien común. Porque estar cerca del poder sin ejercer contrapoder convierte a cualquier periodista en parte del problema.
¿El precio de esa decisión? Que no la juzguen por ser madre, mujer o cocinera, sino por su papel en un momento clave. Y eso no es acoso. Es memoria.
Las redes no arruinan carreras. Lo hacen las decisiones que tomas y las que eliges callar.
Vilaplana no fue responsable del desastre. Pero tampoco quiso ser testigo. Y lo que duele no es lo que dijeron de ella, sino lo que ella no quiso decir.
Porque mientras se pelaban patatas en YouTube, seguimos sin saber lo más importante: por qué nadie en esa mesa pensó en levantarse.
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