La justicia internacional ya no puede mirar hacia otro lado.
LA INFANCIA BAJO LAS RUEDAS DEL GENOCIDIO
Tenía seis años y un nombre que hoy grita desde cada ruina de Gaza: Hind Rajab. Su voz fue la última en una llamada desesperada a la Media Luna Roja Palestina. Suplicaba ayuda mientras quedaba atrapada en un coche con su familia, rodeada de tanques israelíes. No hubo rescate. Fueron 355 balas las que acabaron con ella, con seis de sus familiares y con dos paramédicos que intentaron salvarla.
Diez meses después, la Fundación Hind Rajab (HRF) ha presentado ante la Corte Penal Internacional (CPI) los nombres de 24 soldados y comandantes israelíes implicados en el crimen. No se trata ya de una denuncia simbólica: es una acusación formal basada en pruebas técnicas, geoespaciales y testimoniales que señalan a individuos concretos del ejército israelí, no a una abstracción llamada “fuerzas de defensa”.
La investigación —impulsada por Al Jazeera, Forensic Architecture (Londres) y la organización Earshot— reconstruyó el ataque mediante imágenes satelitales, grabaciones de audio y relatos de testigos. Lo que revelaron fue escalofriante: no hubo combate, no hubo fuego cruzado, solo un tanque israelí abriendo fuego contra un coche civil.
Entre los identificados se encuentra el teniente coronel Benny Aharon, comandante de la 401ª Brigada Blindada, responsable de la operación militar en el barrio gazatí de Tel al-Hawa. A su mando, el teniente coronel Daniel Ella y el mayor Sean Glass, jefe de la compañía conocida —con nombre casi grotesco— como “Vampire Empire”. Veintidós miembros más de esa unidad también han sido señalados.
No es una metáfora. Una compañía llamada “Imperio Vampiro” participó en un crimen de guerra contra una niña de seis años.
EL MUNDO SABE LOS NOMBRES, LA IMPUNIDAD TIENE FECHA DE CADUCIDAD
El director de la HRF, Dyab Abou Jahjah, lo explicó así: “Sabíamos que la brigada 401 era responsable, pero queríamos llegar al batallón, a la compañía, al tanque, al soldado que apretó el gatillo”. Lo lograron. Y fueron más allá. Descubrieron que “Vampire Empire” está compuesta por soldados con doble nacionalidad, lo que abre la puerta a procesos judiciales en los países de origen de quienes participaron en el genocidio.
Las redes sociales se convirtieron en la escena del crimen. Muchos de los soldados se jactaban de sus acciones, subiendo fotos y vídeos desde Gaza, acompañados de mensajes celebrando la destrucción. A partir de esas publicaciones y de fuentes abiertas, los equipos de investigación trazaron una red de responsabilidades que desmonta la versión oficial israelí.
Israel insiste en que la familia Rajab murió “en un enfrentamiento armado”. Pero el audio de 28 segundos grabado por el primo de Hind durante el ataque deja las cosas claras: solo se oyen ráfagas de ametralladora y el llanto desesperado de un niño. Ningún intercambio de fuego. Ninguna amenaza. Solo una ejecución a sangre fría.
Las imágenes satelitales confirmaron que en el área solo había tanques israelíes Merkava, sin rastro de presencia de combatientes palestinos. Y mientras los cuerpos seguían dentro del vehículo, las fuerzas israelíes impidieron durante horas que las ambulancias se acercaran. Cuando por fin lo lograron, los paramédicos también fueron asesinados.
El caso de Hind Rajab ha dejado de ser un símbolo: es una prueba judicial directa de la cadena de mando que permite el genocidio en Gaza. Y marca un precedente. Porque no se acusa a un Estado, sino a personas identificadas con nombre, rango y rostro.
La impunidad israelí se resquebraja.
Desde Bruselas, la Fundación Hind Rajab ha pedido que los países europeos asuman su responsabilidad. “Hay soldados con pasaportes europeos implicados en crímenes de guerra”, recordó Abou Jahjah. La investigación no se detendrá. Cada tanque, cada disparo, cada orden está documentada.
El genocidio ya no puede esconderse tras la palabra “conflicto”.
Y mientras la justicia tarda, Gaza sigue sangrando. Pero el nombre de Hind Rajab, la niña que habló por última vez desde un coche rodeado de tanques, ha conseguido lo que las instituciones internacionales no se atrevieron a hacer: poner rostro, voz y coordenadas exactas al crimen más impune de nuestro tiempo.
Su eco no se apaga.
Porque incluso entre las ruinas, una niña sigue señalando al mundo que mataron la infancia para salvar la ocupación.
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