El IPC sube en marzo hasta el 9,8% (+3% vs febrero), su valor más alto desde 1985.
El Índice de Precios de Consumo (IPC) subió un 3% en marzo en relación al mes anterior y elevó de golpe su tasa interanual más de dos puntos, hasta el 9,8%, su valor más alto en 37 años, concretamente desde mayo de 1985.
Con el dato de marzo, el IPC interanual encadena su decimoquinta tasa positiva consecutiva, según los datos avanzados publicados este miércoles por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Según Estadística, el aumento del IPC interanual de marzo hasta el 9,8% se debe a las subidas «generalizadas» en la mayoría de sus componentes, destacando el repunte de los precios de la electricidad, los carburantes y los alimentos y bebidas no alcohólicas, mayores en marzo de este aсo que en igual mes de 2021.
El INE incorpora en el avance de datos del IPC una estimación de la inflación subyacente (sin alimentos no elaborados ni productos energéticos), que aumentó en marzo cuatro décimas, hasta el 3,4%, su valor más alto desde septiembre de 2008. De este modo, la subyacente se sitúa más de seis puntos por debajo de la tasa del IPC general.
¿Qué implica esta subida del IPC?
“Si tu sueldo es de 26.000€ implica que anualmente eres casi 2.600€ más pobre -216€ al mes-. O, dicho de otra manera, es como si anualmente dejaras de cobrar el salario de 1,4 meses”, así lo ha resumido el economista Julen Bollain.
Lo que hace el IPC básicamente es medir el coste de vida. “Al final, este índice no recoge los precios de un producto o un servicio, sino sus variaciones en el tiempo, es decir: si sube o baja de precio”, tal y como explica Finect.
Diez errores que impedirían frenar la inflación actual
El economista Juan Torres López expone las razones que frenan las posibilidades de parar la inflación.
Primero:
Dejar la lucha contra la inflación a los bancos centrales argumentando que es un fenómeno monetario que se produce cuando aumenta excesivamente la cantidad de dinero circulante, de modo que se podrá frenar controlando esta última.
Se sabe que hay factores no monetarios que la desencadenan.
Segundo:Creer que la inflación se frena siempre subiendo tipos de interés porque así disminuye la demanda de medios de pago y se reduce, como consecuencia de ello, la de bienes y servicios e inversión que genera el exceso de demanda que eleva los precios.
Se sabe que las subidas de tipos no repercuten siempre, o con la debida intensidad, en la demanda de dinero, rompiéndose así esa secuencia ideal.
Tercero:
Dar el mismo tratamiento monetario a procesos inflacionarios de diferente tipo. Unos, producidos por exceso de demanda cuando la economía se encuentra en su máximo nivel de producción potencial, es decir, cuando se está dispuesto a gastar en bienes de los que no se dispone. Otros, de oferta, producidos cuando, por cualquier razón, hay capacidad productiva suficiente pero los bienes no llegan a los mercados o llegan encarecidos por circunstancias extraordinarias. Y otros más, mezcla de ambos e incluso de algún otro factor adicional.
Esto último es justamente lo que está ocurriendo en la actualidad, pues se sabe que los precios están subiendo no sólo por exceso de demanda derivada de las inyecciones de liquidez durante la pandemia, sino también por alzas de costes en sectores muy específicos, por bloqueos materiales de la oferta, por razones estructurales como la falta de competencia y la concentración del poder, y por la invasión de Ucrania
Cuarto:
Aplicar medidas que afectan a la demanda de todos los bienes y servicios cuando la subida de precios proviene o se da como efecto de lo que ocurre en algún sector, mercado o producto determinado.
Quinto:
Hacer más daño con el tratamiento que el producido por la enfermedad.
Es lo que ocurre cuando se ataca el síntoma (la fiebre o la subida de precios) sin acabar con sus causas: deprimir la demanda global de todos los bienes y servicios (subiendo los tipos de interés) cuando es solo algún problema específico el que está provocando las subidas de precios equivale a matar al enfermo para que le baje la fiebre.
Sexto:
Considerar que los únicos costes de las empresas que hay que frenar para que no suban los precios son los salariales.
Se sabe que hay otros (energía, financieros, fiscales, regulatorios…) tanto o más determinantes de la subida de precios.
Séptimo:
No actuar sobre las condiciones estructurales de la economía.
Se sabe que la falta de competencia y la regulación de los mercados en provecho de los oligopolios (en el sector financiero, de distribución comercial o eléctrico) están permitiendo que muchas empresas aumenten los márgenes y suban los precios innecesariamente.
Octavo:
Creer que una inflación como la actual, de las características señaladas, se puede frenar con la sola intervención de una autoridad monetaria independiente.
La cooperación de los bancos centrales con los gobiernos es imprescindible para coordinar la política monetaria con la fiscal, de oferta, de competencia y de rentas y evitar que se bloqueen unas a otras.
Noveno:
Creer que la inflación ha estado contenida de los últimos años gracias a la política monetaria de los bancos centrales y pensar que ahora volverán a ser quienes únicamente puedan controlarla.
Los precios se han mantenido bajos en los últimos años (como media y no todos) por efecto de la globalización, por la pérdida de peso de los salarios en el conjunto de las rentas y por la atonía general y debilidad de la economía real provocada por la políticas neoliberales de privilegio del beneficio y las finanzas.
Décimo:
Olvidarse de todo lo anterior y creer que los bancos centrales pueden aplicar cirugía mayor subiendo los tipos de interés lo suficiente como para atajar las subidas de precios, tal y como pasó a finales de los años setenta del siglo pasado.
La deuda de ahora no tiene comparación con la de entonces y una subida de tipos de interés, no ya de la misma magnitud sino mínimamente considerable, provocaría una crisis de deuda privada y pública global y de dimensiones colosales.
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