La economía griega avanza mientras Alemania lucha contra su estancamiento.
La historia de Europa escribe un capítulo que pocos habrían imaginado hace una década. Grecia, durante años símbolo de la crisis y la austeridad, ha emergido como una economía en crecimiento, mientras que Alemania, antaño la locomotora del continente, se encuentra atrapada en un letargo económico. Kyriakos Mitsotakis, primer ministro griego, no ha dudado en señalar a Alemania la necesidad de reformas profundas para recuperar su dinamismo.
Hoy, la economía griega crece al doble del ritmo de la media europea, con un avance del PIB superior al 2%. Este progreso se traduce en una reducción histórica de su deuda pública, que ha caído en 60 puntos porcentuales desde la crisis, situándose en el 150% del PIB. La recuperación de Grecia no es casual: la presión ejercida por Alemania y la troika para aplicar reformas estructurales, aunque brutal, sentó las bases para el crecimiento actual.
Por el contrario, Alemania encadena dos años consecutivos de contracción del PIB, con un retroceso del 0,2% en 2024 tras un 0,3% en 2023. El Bundesbank ha advertido que el estancamiento se mantendrá en el primer trimestre de 2025, alimentando un pesimismo que pesa tanto en las instituciones como en la ciudadanía. La dependencia alemana de un modelo industrial agotado, altos costes energéticos y el declive de su sector automotriz agravan la situación.
Las elecciones federales alemanas, previstas para febrero, son otro factor de incertidumbre. La posibilidad de un gobierno más sólido contrasta con el riesgo de fragmentación política y el avance de la ultraderechista AfD, que amenaza con empeorar el clima político y económico del país.
LAS LECCIONES DE LA CRISIS GRIEGA
El renacimiento de Grecia contrasta con las cicatrices que dejó su crisis de deuda soberana. En 2010, el país enfrentaba un déficit fiscal del 15,4% del PIB y una deuda que superaba el 130%. La troika impuso duras medidas de austeridad que llevaron a una contracción del PIB del 26% entre 2008 y 2013, niveles de paro superiores al 27% y un riesgo de pobreza que afectó al 35% de la población, según datos del Banco Mundial.
El precio social fue devastador. La sanidad colapsó, enfermedades erradicadas como la malaria regresaron, y el éxodo juvenil privó al país de su generación mejor formada. Angela Merkel y Wolfgang Schäuble lideraron una narrativa que culpabilizó a Grecia mientras imponían recortes indiscriminados.
El referéndum de 2015, en el que el 61% de los griegos rechazó un tercer rescate, marcó un punto de inflexión. No obstante, el giro de Alexis Tsipras hacia la aceptación de más medidas de austeridad demostró la fragilidad política frente a los poderes económicos europeos. En 2018, Grecia salió del último programa de rescate, pero el coste humano y social de la crisis sigue presente.
Hoy, Mitsotakis y su gobierno de centroderecha buscan mantener un superávit primario del 2% en 2025, una meta alcanzable gracias a la mejora fiscal y la desaceleración de la inflación. Sin embargo, el resurgir griego aún es frágil, y el endeudamiento sigue siendo un desafío.
Mientras Grecia avanza, la pregunta para Alemania y Europa es clara: ¿será capaz la locomotora germana de aprender las lecciones del pasado y adaptarse al nuevo contexto económico? La historia, por ahora, parece haberse dado la vuelta.
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