Los niños de Gaza están condenados a morir bajo los escombros o de frío, mientras el mundo sigue mirando hacia otro lado.
Mientras el resto del mundo recibe el año nuevo con celebraciones y deseos de esperanza, en Gaza, los niños reciben bombas y frío. Al menos 74 niños han muerto solo en la primera semana de 2025. Es un número que estremece, pero que la comunidad internacional parece haber normalizado. Ataques nocturnos en Gaza, Khan Younis y Al Mawasi, una supuesta «zona segura» que se ha convertido en un cementerio para la infancia, siguen sumando nombres a la lista de víctimas.
La tragedia es palpable en cada calle destruida, en cada familia que ha perdido a sus hijos. Cinco niños murieron ayer en un ataque a Al Mawasi, una zona que debía ser un refugio y terminó siendo una trampa mortal. Las palabras de Catherine Russell, Directora Ejecutiva de UNICEF, ponen de manifiesto lo que no debería ser necesario recordar: hace mucho que debería haberse impuesto un alto el fuego. Sin embargo, el silencio de las potencias sigue resonando más fuerte que las bombas.
Los niños y niñas de Gaza no solo enfrentan las bombas, sino también el hambre, el frío y la enfermedad. Con más de un millón de niños viviendo en tiendas improvisadas, las temperaturas invernales son tan letales como los proyectiles. Desde el 26 de diciembre, al menos ocho bebés y recién nacidos han muerto de hipotermia. No murieron por falta de tecnología médica avanzada, sino porque sus cuerpos, frágiles y hambrientos, no pudieron soportar la ausencia de algo tan básico como el calor.
COLAPSO HUMANITARIO: ENTRE LA DESTRUCCIÓN Y EL ABANDONO
La situación en Gaza se ha desbordado. La ayuda humanitaria es insuficiente y las escenas de desesperación aumentan con el saqueo de los pocos bienes que llegan. Los camiones de ayuda no alcanzan ni un mínimo de las necesidades básicas. La población civil ha sido abandonada a su suerte, mientras los hospitales que quedan en pie están al borde del colapso total.
El Hospital Kamal Adwan, el único en el norte de Gaza que contaba con una unidad pediátrica, quedó fuera de servicio tras una redada. Esto ha dejado a miles de familias sin acceso a atención médica, incluso para emergencias críticas. Las madres y padres ven morir a sus hijos por infecciones, hipotermia y heridas sin tratar. La imagen de hospitales abarrotados, sin medicamentos ni equipos, simboliza la deshumanización de una crisis perpetua.
Russell enfatiza un llamado que se repite en cada informe y que rara vez recibe respuesta: las partes involucradas y la comunidad internacional deben actuar. Es urgente poner fin a esta cadena de muerte, garantizar la protección de los civiles y facilitar el acceso humanitario. Sin embargo, los convoyes con alimentos y medicamentos siguen siendo detenidos, los corredores humanitarios son bloqueados y los acuerdos de alto el fuego no se cumplen.
En esta guerra, las cifras de muertos son frías, pero la realidad es brutal: cada número es una historia truncada, un futuro que no será. Y mientras tanto, los discursos diplomáticos siguen llenándose de palabras huecas que no alimentan, no protegen y no salvan.
Los niños de Gaza están condenados a morir bajo los escombros o de frío, mientras el mundo sigue mirando hacia otro lado.
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